Fiódor Dostoyevski - Crimen y castigo

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En Crimen y castigo el joven estudiante Raskolnikov decide escenificar su nihilismo y hacer de paso un favor a la sociedad asesinado a una vieja usurera, un parasito segun sus propias palabras. Asi se enmarca una novela que expresa la esencia mas profunda de la tragedia, a la que el autor altera la catastrofe final mostrando sobre las tablas la historia el crimen y el castigo esto es el fruto de la catarsis de la piedad y el terror en el alma del protagonista

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“Se ha llevado mis veinte peniques”, murmuró Raskólnikov con rabia cuando se quedó solo. “Bueno, que se los lleve. Que le quite lo mismo al otro para que pueda tener a la muchacha y que así termine todo. ¿Por qué quería yo entrometerme? ¿Acaso debo ayudar? ¿Tengo derecho a ayudar? Dejémosles que se devoren vivos unos a otros… A mí qué me importa. ¿Cómo me he atrevido a darle veinte copecas? Eran mías”.

A pesar de aquellas extrañas palabras se sintió muy desgraciado. Se sentó en el asiento desierto. Sus pensamientos vagaban sin rumbo fijo... Le resultaba difícil fijar su mente en algo en ese momento. Ansiaba olvidarse por completo de sí mismo, olvidar todo y luego despertar y comenzar la vida de nuevo...“¡Pobre chica!”, dijo mirando el rincón vacío donde ella se había sentado.

‘Ella volverá en sí y llorará y su madre se enterará... Le dará una paliza, una horrible y vergonzosa paliza y luego, tal vez, la echará del pelo... e incluso si no lo hace, los Daría Frantsovnas se enterarán y la chica pronto estará saliendo a escondidas aquí y allá. Entonces irá al hospital directamente (esa es siempre la suerte de esas chicas, con madres respetables, que se equivocan a escondidas) y luego... otra vez el hospital... la bebida... las tabernas... y más hospital, en dos o tres años, a los dieciocho o diecinueve años... su vida se habrá ido a la ruina. ¿No he visto casos como este? ¿Y cómo han llegado hasta allí? Todos han terminado en lo mismo. ¡Uf! Pero así es como debe ser, nos dicen. Un cierto porcentaje, nos dicen, debe ir cada año... por ahí... al diablo, supongo, para que el resto pueda permanecer casto y sin interrupciones. ¡Un porcentaje! Qué espléndidas palabras tienen, tan científicas y tan consoladoras... Una vez que has dicho ‘porcentaje’ no hay nada más de qué preocuparse.

Si tuviéramos cualquier otra palabra... tal vez nos podríamos sentir menos seguros... pero ¿y si Dounia fuera parte del porcentaje? Por cierto, ¿a dónde voy?’, pensó de repente. ‘Qué raro, salí por una razón. En cuanto leí la carta salí a la calle, a Vasílievski Ostrov, a casa de Razumihin. Eso es lo que recuerdo ahora. Sin embargo, ¿a qué iba? ¿Y por qué apareció en mi cabeza, justo ahora, la idea de ir a casa de Razumihin? Qué curioso’, se preguntó a sí mismo. Razumihin era uno de sus viejos compañeros de la universidad. Era notable que Raskólnikov apenas tenía amigos de allí. Se mantenía alejado de todo el mundo, no veía a nadie y no recibía visitas de ninguno. De hecho, todo el mundo lo abandonó pronto. No participaba en las reuniones de los estudiantes, en las diversiones o en las conversaciones.

Trabajaba con gran intensidad sin escatimar esfuerzos y era respetado por ello pero no le gustaba a nadie. Era muy pobre y había en él una especie de orgullo altivo, como si se guardara algo para sí mismo. A sus camaradas les parecía que él los miraba a todos como si fuera superior en desarrollo, conocimiento y convicciones, como si sus creencias e intereses estuvieran por encima de las de los demás.

Con Razumihin se había llevado bien o al menos era más comunicativo y sin reservas. De hecho, le era imposible estar en otros términos con él. Era un joven excepcionalmente cariñoso y sincero, cándido, de buen carácter hasta el punto de la simplicidad, aunque bajo esa sencillez se escondían la profundidad y la dignidad.

Los mejores camaradas lo comprendían y todos le querían. Era extremadamente inteligente, aunque a veces pasaba como simplón. Tenía un aspecto llamativo: alto, delgado, pelinegro y siempre mal afeitado. A veces era bullicioso y tenía fama de poseer una gran fuerza física. Una noche, en una salida con sus amigos, tumbó a un gigantesco policía de un solo golpe.

Su capacidad para beber no tenía límites pero podía abstenerse de hacerlo. A veces se excedía en sus bromas pero también podía vivir sin hacerlas. Otra cosa llamativa de Razumihin era que ningún fracaso le afligía y parecía como si ninguna circunstancia desfavorable pudiera derrumbarlo.

Podía alojarse en cualquier lugar y soportar el frío y la hambruna. Era muy pobre, entonces se mantenía enteramente con lo que podía ganar con trabajos de una u otra clase. Tampoco conocía algún otro recurso para ganar dinero. Pasó un invierno entero sin encender su estufa y solía declarar que le gustaba más, porque dormía más cómodo en el frío. Por el momento, él también se había visto obligado a irse de la universidad, pero solo por un tiempo, y trabajaba con todas sus fuerzas para ahorrar lo suficiente para volver a estudiar. Raskólnikov no había ido a verle en los últimos cuatro meses y Razumihin ni siquiera sabía su dirección.

Dos meses antes se encontraron en la calle pero Raskólnikov se alejó y hasta se cambió de acera para no ser observado. Aunque Razumihin se fijó en él y pasó de largo, pues no quería molestarlo.

Capítulo V

‘Por supuesto, últimamente he querido ir donde Razumihin para pedirle trabajo y poder impartir algunas clases o algo así...’, pensó Raskólnikov. ‘Pero ¿cómo podría ayudarme ahora? Supongamos que puedo dar algunas clases. Supongamos que comparte conmigo su último centavo, si es que tiene alguno, para que yo pueda comprarme unas botas y organizarme lo sufiente como para dar lecciones... Hum... Bueno, ¿y entonces qué? ¿Qué haré con los pocos cobres que gane? Eso no es lo que quiero ahora. Es de verdad absurdo para mí ir donde Razumihin...’. La pregunta de por qué iba camino a Razumihin lo agitaba aún más de lo que él mismo sabía. Buscaba sin descanso algún significado siniestro para el en aquello que parecía una acción insignificante.

‘¿Podía arreglar todo y encontrar una salida por medio de Razumihin?’, se preguntaba a sí mismo con perplejidad.

Reflexionó, se frotó la frente y, por extraño que parezca, y después de largas cavilaciones, de repente, como si fuera algo espontáneo y por casualidad, le vino a la cabeza una idea fantástica.

‘Hum... a casa de Razumihin’, dijo de repente, con calma, como si hubiera llegado a una decisión definitiva. ‘Iré a casa de Razumihin, por supuesto, pero ahora no... Iré a verle al día siguiente de eso , cuando eso haya terminado y todo comience de nuevo...’. De repente se dio cuenta de lo que estaba pensando.

Después gritó, levantándose del asiento. ‘¿Pero realmente va a suceder? ¿Es posible que realmente ocurra?’. Se paró de su asiento y se fue casi corriendo de vuelta a casa pero la idea de volver le llenó de un odio intenso; en ese agujero, en aquel horrible armario suyo, donde eso había crecido dentro de él y siguió caminando al azar.

Su escalofrío nervioso se había convertido en una fiebre que le hacía temblar. A pesar del calor, sentía frío. Con cierto esfuerzo comenzó, casi inconscientemente, por algún anhelo interior, a mirar todos los objetos que tenía adelante, como si buscara algo para distraer su atención, pero no lo consiguió y siguió sumergiéndose en sus cavilaciones.

Con un sobresalto levantó de nuevo la cabeza y miró a su alrededor. Había olvidado de inmediato lo que estaba pensando, incluso a dónde iba. De este modo atravesó Vassilyevsky Ostrov, salió al Neva Menor, cruzó el puente y giró hacia las islas. El verdor y la frescura fueron, al principio, tranquilizadores, después del polvo de la ciudad y de las enormes casas que lo acorralaban y tanto pesaban en su interior. Aquí no había tabernas, o una cercanía sofocante. Ni siquiera hedor. Pronto, estas nuevas sensaciones, agradables, se convirtieron en una irritabilidad.

A veces se quedaba quieto ante el paisaje de una villa veraniega y entre el verde follaje miraba a través de la valla. A lo lejos divisaba mujeres vestidas con elegancia, en las terrazas y balcones, y niños corriendo por los jardines. Las flores le llamaron la atención. Las miró más tiempo que cualquier otra cosa. También se encontró con lujosos carruajes y hombres y mujeres a caballo. Los observaba con ojos curiosos y se olvidaba de ellos antes de que desaparecieran de su vista. Una vez se detuvo y contó su dinero. Descubrió que tenía treinta copecas.

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