La segunda cuestión es que, como verán, es esencialmente común para el trabajo con niños o con adolescentes. Esto es así porque, en mi opinión, a nuestra consulta siempre viene un niño traído por un adulto, ya sea el primero un niño de 6 años que viene de la mano de sus papás, un adolescente de 16 que se debate entre ser él quien acompañe a su propio niño interno o permitir que sean sus padres quienes lo hagan (o tiene la suerte de que estos insisten en acompañarlos a los dos, a ese que parece grande de 16 y al pequeño que casi ni se ve), o bien un adulto de 43 que trae de la mano a su niño interno asustado y huidizo. A mi juicio, siempre, SIEMPRE, hay que ver, reconocer y legitimar al niño. Y es con él, por supuesto, con quien debemos trabajar principalmente.
Además, tengo que advertirles de que temo que este no sea un manual al uso y que, si bien expone un modelo bien estructurado de intervención(se desarrollan mínimamente la mayoría de conceptos teóricos), quizá echen en falta indicaciones precisas para algunas cuestiones o momentos concretos pues, por un lado, creo en la intuición y el buen hacer del clínico y la necesidad, por tanto, de verse tomando decisiones según las respuestas de su paciente y, por otro (y asociado a esto primero), considero la psicoterapia un arte. Decía Pablo Picasso que «el arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad». Pues eso, completamente de acuerdo con el gran maestro: cada terapeuta deberá elaborar la «mentira» necesaria y exigida para que su paciente pueda alcanzar a vislumbrar y hacerse cargo de la verdad, de su verdad. No en vano es la magia la herramienta más eficaz con la que cuenta el ser humano para hacerse cargo de la realidad. Y, necesariamente entonces, el psicoterapeuta se irá construyendo con la propia experiencia.
También quiero comentarles que pueden plantearse leer el manual sin seguir el orden en el que están expuestos los capítulos, pero lo cierto es que encontrarán más valioso, creo, hacerlo ordenadamente, pues unos epígrafes van completando y complementando a otros, y solo es posible extraer todo el jugo de alguno de ellos si se ha leído el anterior. Sobre todo, recomiendo no saltarse el capítulo IV: El poder de la magia.Es un capítulo imprescindible, en mi opinión, que incluso recomendaría leer en primer lugar, antes que nada más, pues expone las bases sobre las que estructuro todo el modelo. Si no entienden o no comparten lo que en él expongo, puede que no merezca la pena que sigan leyendo…
Para terminar, agradezco profundamente que se hayan decidido a prestar atención a lo que he escrito en este pequeño manual y espero que les sea de alguna utilidad.
CAPÍTULO I: SENTANDO BASES
1. ¿EXISTE LA PSICOTERAPIA INFANTIL?
El primer rasgo que distingue la particular manera de trabajar en psicoterapia con niños y adolescentes que propongo es mi profunda convicción de que esta (la psicoterapia infantil, digo) no existe; y que pienso que la manera en la que generalmente se ha venido desarrollando desde sus comienzos no debería seguir existiendo… No se alarmen, no quiero llamarles a la sublevación (o quizá un poco sí…). No estoy planteando con ello la organización de un movimiento en contra del ejercicio de nuestra maravillosa profesión de psicoterapeutas con los más pequeños de nosotros, no, más bien al contrario, mi intención es reivindicar la necesidad urgente de una revisión de cómo se ha venido haciendo hasta ahora. Por el bien de todos.
¿Por qué digo que no existe la psicoterapia infantil? Porque el ser humano se construye en relación. Esa relación que se va generando a través del vínculo que desarrolla con sus figuras de referencia. Y por lo mismo, su «reconstrucción», cuando se está en conflicto y este no se está pudiendo manejar satisfactoriamente, supone la revisión y actualización de ese vínculo. La intervención psicoterapéutica con niños y adolescentes es, por tanto, a mi juicio, siempre, una intervención en relación y sobre la relación. No deberíamos, pues, hablar de una psicoterapia «de», «con», «sobre» o «para» el niño o el adolescente, sino de una psicoterapia de, sobre con o para la relación de estos con sus progenitores, sus padres o, en definitiva, sus principales figuras de apego.
Y digo que no se debería seguir ejerciendo como se ha venido haciendo hasta ahora porque, a mi entender, lo que ha venido haciéndose (y todavía se practica y se demanda) tiene mucha semejanza con lo que estamos acostumbrados a hacer cuando llevamos el coche al taller: lo dejamos en las manos de un profesional convencidos de que algo funciona mal, pedimos un presupuesto, nos lo dan, lo aceptamos, nos lo arreglan y, una vez reparado, pagamos y nos lo llevamos. Pues algo así es lo que se tiende a hacer con niños y adolescentes, lo que suelo llamar psicoterapia de taller del automóvil: dejo al niño, me lo reparan y, después de pagar lo que debo, me lo llevo funcionando adecuadamente. Juzguen ustedes…
Por tanto, lo que voy a desarrollar a continuación es un modelo de intervención en psicoterapia con niños y adolescentes partiendo de la base de que es imprescindible un estudio exhaustivo de la relación. ¿Y qué supone esto? Pues profundizar en el vínculo de apego; en las influencias sistémicassobre dicho vínculo y sobre la particular manera de expresarse en condiciones normales y en conflicto; en el peso de cuestiones aparentemente banales como el nombre que elegimos para nuestros hijos o el lugar que ocupan en la fratría, si fueron buscados o vinieron sin ser esperados, si tienen un sexo u otro, si sienten que mamá les quiso o no…; en la importancia de las supuestas pequeñas cosas del día a día como las comidas, la hora de acostarse, el juego, los deberes, la televisión, los cuentos, los amigos, los deseos, las emociones, el ejercicio físico, y si mamá y papá fuman, se quieren, se respetan, regulan adecuadamente sus conflictos, sintonizan cada uno con las necesidades del otro y las de sus hijos…, si dedican tiempo completo a la pareja y a los niños o si no paran nunca en casa…
Atendamos a los condicionamientos sistémicos, pues las familias son sistemas que tienden a favorecer la disfuncionalidad para mantener equilibrios internos y esto, con frecuencia, provoca y sostiene el sufrimiento. No voy a desarrollar mucho más estas ideas tan magníficamente expresadas por otros autores en otros libros, solo quiero insistir en no pasar por alto conceptos como lealtades, mandatos o transmisión transgeneracional… Pues estamos hablando de un concepto de vital importancia: la pertenencia. Pertenecer nos configura. Nos construimos a través de relaciones dentro de un sistema, sus leyes no nos van a ser ajenas.
Así mismo, y como ya decíamos en el párrafo anterior, el tipo de vínculoque desarrollamos con nuestras figuras de apego también supondrá un condicionante de la «construcción» de un individuo. Tampoco pretendo que sea este el espacio donde explicar y profundizar en la teoría del apego fundada principalmente sobre la figura de John Bowlby (psiquiatra-psicoanalista infantil británico experto en separación y pérdida), pero sí, una vez más, invitar a su estudio y, desde luego, resaltar la importancia de su conocimiento y consideración a la hora de trabajar en las consultas de psicoterapia. En este sentido, no nos pueden ser ajenos conceptos como sintonía emocional, regulación, base segura o modelos de funcionamiento internos.
Como me gusta decir en clase, el niño nunca viene solo a la consulta, trae tras de sí mucho más de lo que podemos imaginar a simple vista. Así que, no echemos un simple vistazo, miremos despacito, con lupa y tomemos nota con buena letra…
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