Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy y Reinaldo Arenas no siguieron por ese camino. Prefirieron el individuo a la masa, la escritura en libertad a la cultura teledirigida, la marginalidad, el no-reconocimiento o inclusive la prisión a los puestos oficiales confortables. De hecho, fueron relegados hacia los límites de un exilio que veía la revolución cubana como un modelo, el lugar de convergencia de numerosos refugiados que huían de las múltiples persecuciones que se producían en otros países latinoamericanos. Resulta extraño constatar cómo ciertos exiliados decidieron apartarse de otros exiliados, al defender al poder revolucionario cubano en lugar de solidarizarse con sus víctimas. El exilio no fue una patria común para los cubanos y los demás fugitivos latinoamericanos.
En un principio, la presión a favor del castrismo era tan importante que los exiliados cubanos se vieron obligados a guardar silencio para no ser objeto de toda clase de anatemas y para poder publicar su literatura fuera de Cuba. Las editoriales, particularmente en España, estaban entonces en su mayoría identificadas con la causa revolucionaria.
Uno de los ejemplos más claros fue el de Carlos Barral, propietario de la editorial Seix-Barral, la más adelantada en cuanto a la publicación de las principales novelas del boom latinoamericano, quien proclamaba a los cuatro vientos su simpatía hacia la revolución cubana. En 1969, Guillermo Cabrera Infante escribía al respecto: «Carlos Barral leyó mi entrevista para escribirme una carta que quiere ser insultante y es solamente torpe. Más que torpe, ebria de celo revolucionario». 3
En ese sentido, la concesión del premio Biblioteca Breve a Cabrera Infante quizás se deba a un malentendido. El manuscrito presentado al premio en su primera versión, bajo el título de «Vista del amanecer en el trópico», se inscribía como la continuación en línea recta de Así en la paz como en la guerra , con sus viñetas realistas y revolucionarias. La versión publicada en 1967, Tres tristes tigres , 4entraba en contradicción radical con esa tendencia. Resulta lícito, pues, preguntarse cuál de esos dos libros fue premiado. Eso explica, en parte, el importante retraso (tres años) que experimentó la publicación de Tres tristes tigres .
Hasta el estallido del «caso Padilla», los escritores latinoamericanos, con contadas excepciones, demostraron una fidelidad sin límites frente a las instituciones culturales de la isla, firmando innumerables manifiestos que tenían muy poco que ver con la literatura. La vía había sido trazada por Jean-Paul Sartre, acompañado por Simone de Beauvoir, en el transcurso de su viaje a la isla, en 1960. El filósofo le había otorgado un certificado de buena conducta a Fidel Castro y a los demás dirigentes revolucionarios. Retomadas por la prensa, sus declaraciones fueron adoptadas como reglas indefectibles por los intelectuales cubanos y latinoamericanos. No podía existir una verdadera literatura si no iba acompañada por un compromiso radical y a toda prueba. En relación con aquella posición generalizada, Guillermo Cabrera Infante declaraba: «Ya bastante difícil se hace todo para un exilado, y más todavía para un exilado cubano, y más para un escritor que es a la vez un exilado y un cubano». 5
La dificultad provenía de la soledad y de la percepción del exilio cubano como un exilio ilegítimo. «Nadie escuchaba» , declaraba uno de los testigos convocados por Néstor Almendros y Jorge Ulla en un documental que lleva ese mismo título, filmado en el exilio en 1988.
Poco antes, en 1984, el mismo Néstor Almendros había rodado con Orlando Jiménez-Leal, también en el exilio, otro documental sobre la represión contra los homosexuales y los intelectuales, titulado Conducta impropia , en el que Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, entre otros, brindaban sus testimonios. Algunos fragmentos de otros testimonios fueron retirados de la versión final de la película, entre ellos el de Severo Sarduy, publicado íntegramente en la sinopsis del documental. Se trataba en realidad de una interpretación psicoanalítica, bastante alejada de los objetivos políticos del documental: «Una revolución –valga la “hipótesis de trabajo”, como se dice– es como un psicoanálisis». 6
Sarduy proponía, sin embargo, una crítica bastante radical de la represión sexual llevada a cabo por el régimen: «El estallido de la revolución instauró una imagen moralizante y seminal del macho; el héroe reproductor, el fecundador mítico, blandiendo un código de prohibiciones y de permisividades –muy pocas– que era, apenas traspuesto, el del cristianismo más rancio». 7
Fue una de las pocas tomas de posición públicas de Severo Sarduy sobre la situación imperante en Cuba.
Durante los primeros años del proceso revolucionario, la opinión pública internacional no parecía muy atenta a lo que ocurría dentro de la isla, confiando más en las proclamas de los dirigentes del régimen que en las declaraciones de los intelectuales disidentes. Hay que señalar que, a veces, el discurso de ciertas voces del exilio, tanto por su simplismo como por su vehemencia, parecía calcado sobre el discurso oficial en cuanto al tono, aunque fuera todo lo contrario de éste. En plena guerra fría, el anticomunismo de la oposición cubana no admitía demasiados matices.
Por otro lado, la extrema concentración de los exiliados cubanos en la Florida no facilitaba la recepción de sus declaraciones políticas. Resultaba fácil, en efecto, criticar la influencia americana supuestamente ejercida sobre ellos y denunciar al que pretendiera criticar la revolución como un simple «agente de la CIA». Probablemente fuera ésa una de las razones que empujaron a Guillermo Cabrera Infante y a Severo Sarduy a elegir Europa como lugar de residencia. El aislamiento podía resultar benéfico, tanto para su creación literaria como para su credibilidad política.
Por eso las primeras declaraciones públicas de Cabrera Infante a la revista argentina Primera Plana produjeron un impacto tan grande. El escritor no podía asimilarse a una oposición que hiciera «el juego del imperialismo» o el de la anterior dictadura, la de Fulgencio Batista. En efecto, Cabrera Infante era considerado, antes de su ruptura, como uno de los jóvenes intelectuales con mayor porvenir dentro de la revolución. También había tenido que enfrentarse a una censura estúpida bajo Batista.
Uno de sus primeros cuentos, publicado en la revista Bohemia en 1951, «Balada de plomo y yerro», le había costado una convocación de la policía porque contenía obscenidades en inglés. Cabrera Infante fue condenado a pagar una multa y a dejar de publicar en la revista por un tiempo.
Él no fue el primero en adivinar la evolución represiva de la política cultural del castrismo. Otros la habían denunciado antes. Entre los exiliados de la primera hora, figuraban la cantante Celia Cruz, la antropóloga Lydia Cabrera, el poeta Gastón Baquero, el escritor Lino Novás Calvo, el director de Bohemia , Miguel Angel Quevedo, el cineasta Néstor Almendros y muchos más, que nunca creyeron en la revolución hasta el punto de cegarse voluntariamente.
Pero, proveniente de Europa por parte de un intelectual otrora considerado como «progresista», ese grito de alarma produjo un efecto considerable. Además, ciertos intelectuales latinoamericanos, reagrupados alrededor de la revista Mundo Nuevo , que se publicaba entonces en París, empezaban a tomar distancias en relación con la política cubana. Cabrera Infante acababa de abrir una brecha importante en el seno de una opinión casi monolítica.
Y eso que la crítica de esos escritores al régimen castrista era sólo, al principio, una crítica velada, apenas perceptible para el lector profano, al menos en lo que concierne la obra literaria en sí. Cabrera Infante afirma: «No hay libro más apolítico que Tres tristes tigres ». 8
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