Fernando de Alva Ixtlilxochitl - De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica

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De la colección de manuscritos titulada
Memoria de la Nueva España y formada a final del siglo XVIII por el virrey conde de Revillagigedo, Carlos María de Bustamante extrajo y dio a la imprenta un capítulo íntegro del
Compendio histórico del reino de Texcoco. En él se da cuenta de la llegada de Hernán Cortés y los suyos al mundo dominado por el imperio mexica y de las alianzas con los naturales que desembocaron en la caída de la ciudad de Tenochtitlan. Bustamante puso a circular esta relación en 1829 como suplemento de la
Historia general de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún, publicada en ese momento por el propio Bustamante. Esta edición de
De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica recupera el gesto editorial de Bustamante, pero emplea el texto establecido por Edmundo O'Gorman en su edición de las
Obras históricas de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.

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Que después de la muerte de Moctheuzoma, los mexicanos hicieron jurar luego al rey Cacamatzin su sobrino aunque estaba preso con intento de libertarlo por su persona, en quien concurrían todas las partes y requisitos para su defensa, honra y reputación; mas no pudieron conseguir su intento, porque queriendo los españoles salir huyendo de México aquella noche, antes le dieron cuarenta y siete puñaladas; porque como era belicoso se quiso defender de ellos, e hizo tantas bravezas que con estar preso les dio en qué entender, y fue necesario todo lo referido para quitarle la vida, y luego por su muerte eligieron y juraron por rey a Cuitlahuatzin (veáse Chimalpain, tomo I, página 291).

Tal suerte cupo a este desgraciado monarca, cuyo trono ya había ocupado desde que yacía entre cadenas su hermano Coanacotzin; mas como este al acercarse Cortés a poner sitio a México advirtiese que venía con ánimo de vengar la muerte de algunos españoles que fueron asaltados por un destacamento de tezcocanos cuando en compañía de trescientos tlaxcaltecas conducían algún oro para Veracruz, y temiese correr la suerte de su hermano Cacamatzin, con tanto mayor motivo cuanto que Cortés no había manifestado inclinación a la paz cuidando solo de tomarse la barrilla de oro que con toda ceremonia de guerra le había mandado en demostración de que estaba pronto a recibirlo en su amistad, se escapó de Tezcuco para México y se unió a Cuauhtimotzin para defender la causa común. Estando vacante por su ausencia el trono de Tezcuco, supo Cortés que le venía de derecho a Tecocoltzin, hermano de Cacamatzin, al que se había llevado a Tlaxcala con otros varios príncipes, de donde lo hizo conducir para Tezcuco por medio de Gonzalo de Sandoval; bautizose tomando el nombre de Fernando, pero luego le vino una enfermedad de que murió a los cinco meses, y entonces le sucedió Ixtlilxúchitl, el que acompañó a Cortés en lo restante de la campaña, proporcionándole cuantos auxilios y recursos necesitó, no solo en los ochenta días del asedio de México, sino también en otros reencuentros peligrosísimos en que expuso su vida por el general español, libertándolo de caer en manos de los mexicanos en las acciones de Xochimilco, Ixtapalapan y Calzada de Tlacopan (o Tacuba). Así consta en la real cédula firmada en Madrid en 1551, refrendada por Juan Rodríguez de Fonseca, presidente del Consejo de Indias, fundada sobre la exposición del mismo Cortés a la corte de Carlos V. Mas por semejantes servicios no dejó de tener la mala correspondencia que siempre dio Cortés a los que le sirvieron mejor. Ya veremos en el cuerpo de la memoria que publicamos que hizo ahorcar a su hermano Coanacotzin juntamente con Cuauhtimotzin, y que habría muerto a no llegar Ixtlilxúchitl cuando estaba pataleando colgado en un árbol, y cortó intrépidamente el cordel de que pendía, único modo con que pudo libertarlo. Resulta de lo expuesto que si Ixtlilxúchitl fue uno de los más valientes generales aculhuas, también fue ambicioso, por cuya causa se dividió la integridad de la monarquía, se puso en armas aquel opulento reino, se enflaqueció y enervó la fuerza que unida habría impedido la entrada de los españoles en México; y para completar la ruina que él mismo había comenzado, despobló y aniquiló el reino de Aculhuacan, mandando numerosas divisiones que sojuzgasen de todo punto este país a la dominación española. ¿Quién pues no verá en Ixtlilxúchitl a uno de los mayores enemigos de su patria? ¿Quién será el que de los muchos que hoy la agitan y destruyen, no tome ejemplo de este hombre fatal para no seguir sus pisadas, ni causarnos igual ruina? Por vosotros, ¡oh amados compatriotas!, por vosotros (digo) he trazado este bosquejo, del que os suplico no aparteis la vista ni por un momento; las lecciones de lo pasado son la escuela de lo presente; ¡ay del que no se aprovecha de ellas! No falta quien pretenda canonizar la conducta de Ixtlilxúchitl diciendo que perdonó la vida de Cortés cuando pudo destruirlo, temeroso de que desapareciese el evangelio que ya había comenzado a anunciarse en estas regiones. ¿Mas acaso Cortés era el único medio por donde la providencia pudiera dispensar a los indios tan inefable ventura? ¿Son acaso los cañones y lanzas los medios de que se valió Jesucristo para extender su ley por todo el inundo? ¿No detestó la violencia? ¿No la proscribió para que por su medio jamás se anunciase su doctrina? ¿No previno a sus apóstoles que a la persecución de los tiranos opusiesen la caridad, la paciencia y el sufrimiento? ¿No les advirtió que cuando se resistiesen a oír sus insinuaciones, y fuesen perseguidos, sacudiesen sus sandalias y se marchasen a otra parte? He aquí por tales principios desaprobada esa conducta bárbara, y por los que en todos tiempos los conquistadores de México pasarán por unos malvados invasores, que con achaque de darnos el cielo, nos quitaron la tierra, y causaron toda clase de males. Vale.

CARLOS MARÍA DE BUSTAMANTE

Nota importante. En la página 386, tomo 4o., del manuscrito del archivo general de adonde se sacó esta historia formada en diez libros, consta: que los aprobantes de ella y que dan testimonio de verdad ante Diego Ortiz, escribano, en 18 de noviembre de 1608, y que aseguran ser verdadera y conforme con la que se halla pintada en las antiguas, son don Martín de Suero, gobernador del pueblo de San Salvador Quatlacinco en la provincia de Otumba, y los demás oficiales de la República, a saber: don Francisco Pimentel, don Silvestre de Soto, don Gaspar Guzmán, José de Santa María, Baltazar Ximénez, Francisco de San Pablo, alcalde, Baltazar de San Francisco, Francisco Xuáres, alcalde, don Luis de Soto.

1 Esta salva era indispensable hacer a presencia de un gobierno que en esta materia no sabía disimular ningún defecto; sin ella no se habría copiado esta Relación Décima Tercia. Dígalo Clavijero que no se permitió publicar en español (N.de CMB)

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