Por tan desagradables ocurrencias Cacamatzin se ausentó de Tezcuco, y pasó a informar de ellas a Moctheuzoma, que le ofreció proteger la elección, interponiendo su autoridad para con Ixtlilxúchitl, y si era necesario, sus armas; pero aconsejó antes de todo a su protegido que sacase y pusiese en salvo todo el tesoro de su padre. Previó Ixtlilxúchitl las resultas de este viaje, y luego marchó con todos sus parciales a la sierra de Mextitlan, donde reunió un numeroso ejército con achaque de que el emperador de México pretendía usurpar el trono de Aculhuacan. Desde Tepepulco intimó al cacique de Otompan que lo reconociese por soberano; negose a hacerlo, atacolo con la fuerza de su mando, y pereció en la acción víctima de su lealtad. En estas circunstancias, y conociendo Cacamatzin que era menos malo ceder una parte de su reino, que empeñarse en una guerra civil, entró en transacción con él, permitiéndole que poseyese los dominios de la sierra que ocupaba, y que él se contentaba con la capital y estados de la llanura. Suplicole asimismo que no alterase la paz común del reino, en todo lo cual convino Ixtlilxúchitl, y este le hizo decir con reencargo particular que se guardase mucho de la astucia de Moctheuzoma; prevención oportunamente hecha como lo acreditó después la experiencia, porque por conservarse en la gracia de Hernán Cortés, hizo prender traidoramente a Cacamatzin, y este pereció a puñaladas en el día que precedió a la llamada Noche Triste en que fue destrozado el ejército español.
Según la estipulación dicha, Ixtlilxúchitl (dice Clavijero) mantuvo su ejército en movimiento siempre, y muchas veces se dejó ver con sus fuerzas en las cercanías de México, desafiando a pelear cuerpo a cuerpo a Moctheuzoma, quien habría perdido si hubiera aceptado el reto, pues este monarca se hallaba enervado en las delicias y placeres, cuando Ixtlilxúchitl estaba en una edad robusta, y con sus negociaciones secretas se había sustraído una gran parte de las provincias mexicanas. Hubo algunas escaramuzas, no obstante, entre ambos ejércitos con éxito vario y alternado, y en una de ellas en que un general mexicano salió decidido a tomar vivo a Ixtlilxúchitl para entregarlo amarrado a Moctheuzoma, cayó en las manos de aquél, y corrió peor suerte de la que preparaba a Ixtlilxúchitl, pues este hizo acopiar gran cantidad de cañas secas sobre su cuerpo,y les mandó prender fuego a vista de todo el ejército.
En este estado de agitaciones y diferencias estaban los mexicanos y aculhuas, cuando desembarcó Córtés, que se supo aprovechar de ellas y sacar un gran partido, porque después de haberse confederado con los totonacas y tlaxcaltecas, se arrimó a estos Ixtlilxúchitl ofreciendo auxilios a los españoles. Marchaban ya sobre México cuando recibieron una embajada de Cacamatzin, estando campados en un cerro llamado Cuauhtechac; sorprendiéronse al ver una numerosa división de tezcocanos, pero entendido por Cortés el objeto con que se le presentaron se tranquilizó, y aceptó sus ofrecimientos y obsequios, y marcharon todos juntos hasta Ayotzinco, donde Cacamatzin les salió a felicitar, y mutuamente se obsequiaron ambos generales. No influyó poco esta disposición de los tezcocanos para que Moctheuzoma se resolviese a admitir en su corte a los castellanos, pues temió que auxiliados estos con las fuerzas de Ixtlilxúchitl, se abriesen camino con la espada; reflexión que deberán tener presente los que tachan de debilidad y ligereza en Moctheuzoma, el haberse prestado a recibir a hombres que ya manifestaban sus intenciones dañinas.
A los cuatro o seis días de habitar en México aquellos bandoleros, no obstante de haber sido obsequiados y regalados al pensamiento, osaron arrestar a Moctheuzoma so color de haber tenido parte en la derrota y muerte que sufrió pocos días antes Juan de Escalante en Nautla. Cuando hablemos acerca de la conducta de Hernán Cortés, haremos algunas observaciones acerca de la atrocidad de este hecho, el más bárbaro en su género. Sigamos el hilo de la historia de Ixtlilxúchitl.
Este se había reconciliado con Cacamatzin cuando pasó por Tezcuco, e iba a ofrecer sus respetos a Cortés decidido a auxiliarlo; mas como a los seis días de estar los españoles en México hubiesen arrestado a Moctheuzoma, este hecho indignó justamente a los mexicanos, quienes se negaron de todo punto a ministrar víveres a tan ingratos huéspedes, y se retiraron a sus casas; sin embargo de esto, el rey Cacamatzin mandó a su hermano el infante Nezahualquetzin que tuviese gran cuidado con los españoles, ministrándoles todo cuanto necesitasen en abundancia hasta en oro, que era por lo que más ansiaban. Así lo hizo, y a no haberlo así ejecutado, habrían perecido de hambre. Cortés, que en esto de dádivas no se hacía del rogar, mandó, aprovechándose de tan buena ocasión, a ciertos españoles a Tezcuco para que recogiesen el oro que tuviese allí el rey, quien se prestó a ello creyendo que por tal medio recabaría la libertad de su tío Moctheuzoma. De hecho, en aquella ciudad entregaron de parte de Cacamatzin a los enviados de Cortés una caja o petaca grande de dos brazos de largo, uno de ancho y un estado de alto, llena de piezas y joyas de oro; recibiola Cortés con el desdén de un amo que recibe las tareas de sus esclavos, y respondió fríamente que era poco, que le llevaran más, por lo que le trajeron otra arca llena. En esta conducta detestable hay una circunstancia que la hace más odiosa. Cuando iban a embarcarse los recaudadores de la primera remesa en el punto inmediato a los palacios reales de Tezcuco (que estaban donde hoy está el Convento de San Francisco), llegó un criado de la casa acezando de fatiga a hablar con el príncipe Netzahualquetzin, conductor de los españoles, y a suplicarle que marchasen presto, porque mientras más pronto llegasen a México, también más pronto sería puesto en libertad Moctheuzoma, agradado Cortés de aquel obsequio. Un español que creyó (no entendiendo lo que hablaba aquel indio) que se trataba de matarlos, descargó un nublado de palos sobre el príncipe, lo puso preso, y atado lo entregó a Cortés en México, quien le mandó ahorcar públicamente. Moctheuzoma y otros muchos señores interpusieron sus súplicas a favor de aquel inocente príncipe, y consiguieron que se le perdonase la vida; pero Cortés mandó traer más cantidad de oro. Esta serie de procedimientos tan inciviles como inmorales despecharon sin duda a Cacamatzin, y lo hicieron pensar seriamente no sólo en la libertad de su tío, sino en la de su patria, a quien oprimían cada día más y más aquellos aventureros, no perdiendo ocasión de saquear sus tesoros y reducir a todos los mexicanos a la más oprobiosa servidumbre. Las donaciones que Moctheuzoma había hecho a Cortés eran de lo más precioso que tenía en su corte; algo más, una hija hermosa le iba a dar, y aun llegó a ofrecérsela a la sazón misma que le intimó arresto y lo ejecutó en su mismo palacio, sin que un exceso de bondad de esta naturaleza hubiera bastado para desarmar la saña de Cortés, quien ya no tenía la excusa o pretexto que ponía para obrar de aquella manera, que era tener positivas seguridades de que Moc theuzoma no obraría contra él. ¿Porque qué rehenes más preciosas ni de mayor estima podría apetecer que una de las hijas de tan gran monarca, y que guardaba y respetaba religiosamente los fueros de las naciones y de la guerra? Sabida por Cortés la resolución de Cacamatzin, trató de aprehenderlo en su misma corte, pero Moctheuzoma lo disuadió de ello, y se constituyó agresor de la mayor felonía que pudiera cometer un monarca. Valiose de la misma guardia del rey de Tezcuco entre la que había varios señores mexicanos, y por la seducción de estos una noche fue aprehendido en su palacio traidoramente, y sin ser sentido se le embarcó y trasladó a México. Moctheuzoma lo entregó luego a Cortés, quien lo tuvo en cadenas en su cuartel; en este estado mandó que se le trajesen algunas señoras principales de Tezcuco, hijas de varios grandes señores, recogió otras de Tacuba y México, y obligó a Cacamatzin a que mandase traer cuatro hermanas suyas que se las entregó. Estas jóvenes le servían de rehenes, y también de pasto a la brutal sensualidad de sus españoles. Aquellos ilustres príncipes y las señoras, casi todos murieron poco después que Cacamatzin en la Noche Triste; mas las circunstancias de la muerte de este bien merecen referirse para oprobio y execración de sus autores. Don Fernando de Alvarado Tezozomoc (texto de la historia de los aztecas, y por cuya causa mereció que tradujese del mexicano al castellano sus escritos D. Carlos Sigüenza y Góngora) dice:
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