Bendito el Dios y Padre de nuestro SeñorJesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas. (1 Ped. 1:3-9)
¿Necesitamos la esperanza? Sí. ¿Pueden esperar los cristianos? Sí. ¿Estamos alguna vez sin esperanza? No. ¿Es la grandeza de nuestra esperanza un indicador de la gracia de Dios? Sí. ¿Trae nuestra esperanza de salvación un gozo, energía, fidelidad y un deseo de ser usado por Dios? Sí, sí, sí, sí. ¿Podemos esperar que Dios nos use cada día para su gloria, aún cuando todavía no estamos perfectamente santificados? Sí. ¿Es esto buenas nuevas? Sí.
¡Que tengas una buena esperanza! – o como algunos dicen, ¡He aquí, a la esperanza! – el esperar como una manera de vivir, el esperar como una fuente de fortaleza y el esperar como una fuente de gozo de corazón del cual fluyen contínuamente la alabanza y la oración.
¿Es eso lo último que tengo que decir?
No precisamente.
Yo creo que usted sabe que el mal es algo que está lejos del mundo de Dios: astuto, malicioso, destructivo, hábil e implacable, dirigido por un ángel corrupto al que las Escrituras llama Satanás (una palabra hebrea que significa “el adversario” o también “oponente hostil”). Creo que usted sabe que Satanás está aquí y que ahora lo está persiguiendo personalmente, ya que al comprometerse usted con Jesucristo, usted se ha alineado en contra de él. Al entrar en el conflicto continuo entre el Creador y el corruptor, lo cual usted hizo cuando se enlistó del lado del Señor, usted ha asegurado, quiéralo o no, el vivir el resto de su vida en un estado de guerra espiritual. Creo que usted sabe que Satanás al no haber podido mantenerlo apartado de la fe, hará lo más condenado posible (Uso esa palabra con precisión para indicar aquello que expresa e induce la condenación de Dios) para evitar que usted tenga un crecimiento saludable en Cristo y que le sea útil en obra y testimonio. Esto quiere decir que Satanás trabajará para desviarlo del camino de santidad y esperanza. Y creo que sé que algunos de ustedes que leyeron estas palabras, muy al fondo, ya se han rendido a Satanás en lo que a esperanza se refiere, para que el poder de la esperanza que da gozo, mejora la vida, y genera energía, acerca de lo cual hablan Pablo y Pedro, sea algo que usted sepa muy poco. Por favor piense conmigo por un momento en cómo puede ser cambiado esto.
Para apagar la esperanza como hábito de la mente y del corazón, Satanás explota tanto nuestras debilidades innatas de carácter como nuestros defectos de actitud y comportamiento adquiridos los cuales testifican de las relaciones malas y fracasadas de nuestro pasado. Así algunos de nosotros tenemos un temperamento que es naturalmente sombrío y melancólico (la palabra antigua que significaba depresivo), de tal modo que el absorberse en sí mismo y compadecerse de sí mismo, el sentirse varado y abandonado, y el esperar lo peor se nos hace natural a nosotros, como lo fue con Eeyore en la saga de Winniethe-Pooh. Algunos de nosotros estamos cargados de un sentimiento aplastante de timidez e incompetencia (torpeza, lentitud, falta de belleza, de cerebro, vigor y viveza) así que nos sentimos avergonzados e inferiores y nos corremos asustados, con miedo de caer atrapados en alguna tontería que no notamos. Algunos de nosotros llevamos las cicatrices del dolor que no podemos olvidar y el daño que no podemos reparar (de la mala crianza, el intimidamiento, el rompimiento de relaciones, el abuso sexual y de sustancias, etc.). Los recuerdos de culpabilidad mantienen vivas la vergüenza y el desprecio de uno mismo en el corazón de algunos de nosotros. El sentirse encarcelado en un cuerpo enfermo y desgastado, o en un hogar sin amor, o en una rutina que destruye el alma, nos anima a resentir de nuestra propia existencia y darla como una miseria total.
El agotamiento emocional a lo largo de cualquier período de tiempo nos deja sintiendo, como un hombre me dijo una vez, como que nuestra fe es tan frágil como papel facial, y que el esperar positivamente por cualquier cosa está simplemente más allá de nosotros. Satanás es un maestro usando estas condiciones y otras similares para apartarnos de practicar la esperanza.
Nosotros no siempre estamos en contacto tan cercano con nosotros mismos – esto es, con nuestros sentimientos, impulsos y actitudes – como lo creemos o necesitamos estar. Quizás se encuentre usted queriendo descartar lo que he estado diciendo acerca de la esperanza cristiana en Dios tomándolo como palabrería fácil. Esto puede ser porque me referí a debilidades y vulnerabilidades que usted tiene interés en negar que sean ciertas en usted. Si eso es así, le garantizo que usted conoce mucho menos del gozo de la esperanza de lo que usted cree y de lo que, francamente, quiero que usted conozca. Le ruego que en este momento se examine. ¿Cómo? Bueno, muy por encima de una reflexión honesta, le urjo a que oiga una voz del pasado. Obtenga el libro de John Bunyan, El Progreso del Peregrino (texto completo); es una alegoría pastoral clásica que ha estado contínuamente en impresión durante más de tres siglos. Cumple con el papel de guía de sabiduría puritana acerca de la vida espiritual, y en la segunda mitad de su segunda parte tiene mucho que decir acerca del Señor Desánimo y su hija Mucho Susto, que fueron rescatados de las garras de Desesperación Gigante; acerca del Señor Mente Débil y su tío el Señor Temeroso, quien hizo su peregrinaje más pesado que los demás, y acerca del Señor Listo para Parar, quien no podía avanzar sin muletas. Lea el libro entero, ambas partes, luego enfóquese en lo que se dice de estos personajes y cómo ellos fueron ministrados, y pienso que encontrará ayuda para esperar. Mientras tanto, permítame decirle algunas cosas que tuve que aprender a decirme a mí mismo en los tiempos en que me estaba convirtiendo en un cínico, sin dudar la fe bíblica pero sin gustarme mucho los himnos acerca del cielo y la manera entusiasta en que la gente los cantaba.
Primero, el corazón de la esperanza cristiana, tanto aquí como en el más allá, es la comunión amorosa del pecador salvo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, al adorar, obedecer y usar actividades para agradar a la divina trilogía a través de su servicio. Esa es la realidad esencial y eterna de la vida espiritual; de esto es lo que fundamentalmente consiste el cielo; y si soy un cristiano de verdad, mi vida actual ya comienza a consistir en esto. Aquí en el presente, la vida espiritual produce gozo, además de un sentido de paz y cumplimiento que no viene de ninguna otra fuente, y la perspectiva es que continuará así para siempre. Esto quiere decir que cada momento en el cielo será verdad el decir, junto con Robert Browning, “lo mejor está por venir,” así como cada creyente puede decir lo mismo cada momento aquí en la tierra. Sería pecadoramente tonto ser despectivo o estar ofendido por una perspectiva tan maravillosa.
Segundo, nuestro mundo ignorante, materialista, post-cristiano en realidad está haciendo desfilar su necedad pecaminosa al burlarse de la esperanza del cielo, y sería pecaminosamente tonto para un cristiano estar de acuerdo con el mundo en estos momentos. Vale la pena mencionar algunas de las declaraciones que escribió C.S. Lewis, y que yo leí, hace más de medio siglo:
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