Raúl Román Romero - Desde otros Caribes

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Los quince capítulos de Desde otros Caribes: fronteras, poéticas e identidades ponen en escena a «otros Caribes» en un performance dialógico y transdisciplinario que permite su discusión como actores en un espacio Caribe diverso e interrelacionado. Plantean nuevos diálogos hacia dentro y fuera del área, en un acto consciente de construcción de poéticas dinámicas, transdisciplinarias y transfronterizas. Las discusiones abordadas tienen orígenes en planteamientos arraigados en la historia, la literatura, la geografía, el arte y la cartografía y transitan hacia espacios transdisciplinarios que exploran los nexos, y los diversos planos de conectividad que permiten profundizar en el área Caribe y su devenir.

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La piratería forestal se hacía descaradamente frente a españoles e indígenas: expoliaron la madera con la consciencia de que los bosques no pertenecían a nadie y que eran más abundantes de lo que los nativos necesitaban para vivir (Cervera, 2019, pp. 77-98). Estos hombres urdieron, sin someterse a legalidad alguna, un complejo sistema comercial que involucraba reclamos de tierra, negreros, propietarios de esclavos, capitanes, marineros, esclavizados y agentes en Inglaterra para vender y distribuir. La prosperidad del Atlántico inglés, durante el siglo XVIII, esclarece la expansión del comercio de maderas como la caoba, el cedro o el roble, muy demandadas en Europa por la necesidad de sus industrias, la construcción y los nuevos patrones consumistas formulados por la Revolución Industrial.

Desde mediados del siglo XVIII, la caoba despojada de los bosques del Caribe marcó el estándar de calidad en la industria maderera mundial. En primer lugar, los ingleses la extrajeron de Jamaica y demás colonias antillanas; una vez devastados estos bosques, los madereros miraron hacia las costas de América Central, en especial la bahía de Honduras, la península de Yucatán y la costa Mosquitia, periferias lejanas del Imperio español con inmensas selvas.

En 1780, el labrador y residente en Providencia Francisco Archibol, en declaración ante marinos españoles que reconocían las islas para comprobar la ejecución del desalojo británico acordado en la paz de París de 1785, reclamaba amargamente contener las libertades que se tomaban las embarcaciones de Jamaica con la tala indiscriminada de caoba, cedro y otras maderas que producía la isla8.

La extracción, el corte y el transporte fueron hechos, en su mayoría, por esclavizados afrocaribeños que cortaban la madera en troncos, tablones y planchas. En dos puntos clave se apoyaba este áspero comercio: en el primero, los cortadores debían disponer de numerosos esclavizados para talar y conducir las maderas; en el segundo, debían tener un agente ágil y de confianza que dirigiese las cargas y supervisara el viaje, que solía durar 30 días, y que después debía planificar el retorno de los buques para que el largo y trabajoso proceso fuera ejecutado en los tiempos debidos. Los barcos solían recalar en Jamaica o en alguna otra colonia de las Indias Occidentales; transportaban pasajeros e, incluso, en alguna ocasión, regimientos militares desplazados de una a otra isla.

William Pitt, la costa de los Mosquitos y Black Rivers

Desde los años 30 del siglo XVII, una red de agentes ingleses levantó pequeños ranchos entre el río Walix y la laguna de Términos, dando paso a una nueva era de piratería forestal y al contrabando en el Caribe occidental. La caoba, el cedro y los palos tintóreos vendidos a Inglaterra y sus colonias articularon rápidamente una cooperación comercial multilateral, universalmente beneficiosa. En las costas del Reino de Guatemala —es decir, entre golfo Dulce y Bluefields— también erigieron asentamientos similares.

Durante el siglo XVIII, estos lugares abrieron canales de información que consolidaron a Jamaica como la base principal del Caribe de habla inglesa. Los británicos asumían que todas las sociedades tenían una autoridad máxima, que recaía en un solo individuo, e insistían en hacer alianza con la persona que pensaban era líder o con la que ellos designaban para estar al mando, responsabilizando al grupo cuando se negaban a asumir dicha alianza (González, 2008).

En la primera mitad del siglo XVIII, William Pitt gestionó el enclave forestal más destacado de la Mosquitia; ejemplo perfecto de agente comercial en las franjas imperiales, un personaje que auspició una sociedad de intereses económicos trenzados, que propició el crecimiento de la zona, logrando un equilibrio que superó barreras políticas y administrativas al tiempo que garantizó su sostenibilidad.

La fortuna y las conexiones de los Pitt tuvieron su origen en el gobierno de su tatarabuelo Thomas Diamond Pitt, en Madrás, entre 1700 y 1709, quien, siendo gobernador de Jamaica, en 1716, obtuvo representación en el parlamento inglés. Su tío abuelo, Thomas Pitt, fue capitán general de las islas de Barlovento en 1728 (Zacek, 2010) y su abuelo fue gobernador de las Bermudas en los años 20 del siglo XVIII. Toda la familia se dedicó al comercio marítimo, por lo que no era de extrañar que siendo Pitt aún adolescente le confiaran un barco que, por juventud e inexperiencia, perdió en la bahía de Honduras, donde trabajó con los cortadores de madera para sobrevivir: fue allí donde comprobó de primera mano el lucrativo negocio que movía la explotación forestal.

La experiencia adquirida le permitió levantar su propio aserradero, con el que amasó una considerable fortuna, sin duda apoyado en los contactos de sus redes familiares en Bermudas y Jamaica. Fundó Black River junto a Cabo Camarón, un asentamiento irritante para los españoles que, en rara ocasión, pudieron controlarlo. A partir de 1740, pactó con Jamaica volverse el centro administrativo en la costa. Los ingleses tejieron una relación interesada con los mosquitos, con quienes negociaron cercanamente. Fue nombrado, desde Jamaica, mariscal de campo, y descrito como un sujeto de carácter extraordinario que llevaba una vida frugal caracterizada por su hospitalidad. Rescató de manos zambas a una española sobreviviente del naufragio de un barco arrojado por un huracán, la acogió, la protegió y la hizo su mujer bajo bendiciones sacerdotales. El matrimonio trajo al mundo cuatro hijos, todos nacidos en Black River y oportunamente enviados a Inglaterra para su educación.

Negoció con los gobernadores españoles, quienes en ocasiones le agradecieron frenar las razias de indígenas de los zambos mosquitos. Black River fue reconocido como un lugar respetado por la Audiencia de Guatemala y los pueblos mosquitos. Los pactos acordados tenían seguridad de cumplimento. Pitt medió con mucha gente mientras vivió y su caso nos parece notorio para resaltar el modo de vida de estos hombres.

En los años 30, la arremetida española recuperó Tortuga y, más tarde, Providencia, situación que le obligó a desplazarse junto a un grupo de puritanos a territorios inmediatos del cabo Gracias a Dios y Bluefields, donde levantaron dos prósperos enclaves. Cuando los españoles volvieron a abandonar el territorio, muchos retornaron a Honduras, ya que estaban acostumbrados a la itinerancia; pero Pitt, quien aborrecía las viciosas costumbres de muchos de sus paisanos, decidió quedarse, por lo que su establecimiento prosperó. Los comerciantes de Curazao pronto lo abastecieron de africanos esclavizados y, con ello, se extendió aún más el zambaje (Dawson, 1983, pp. 677-706).

Las depredaciones de los zambos alertaron a los españoles que, adaptados al comercio inglés, secuestraban indígenas evangelizados para venderlos esclavizados a Jamaica. El intercambio de carey por armas fue normal, desde luego; como sostiene Dawson, muchos de estos ingleses asentados eran fugitivos y se hallaban protegidos por los mosquitos, pues con ellos no había restricción comercial de ningún tipo, siempre que se les retribuyese en armas y alcohol.

Las sabanas ricas en ganados, caña de azúcar, bananas y todo tipo de frutas tropicales que rodeaban Black River permitieron la prosperidad del asentamiento, que llegó a tener más de 300 esclavizados dedicados a cortar caoba y cosechar zarzaparrilla; esta última, apreciada como remedio contra las enfermedades venéreas. Los ríos cercanos estaban llenos de tortugas, ostras y manatíes que procuraban fácil alimentación. Los bosques proporcionaban maderas abundantes para mástiles y aparejos de los barcos y los palos tintóreos crecían en abundancia. Pero lo que más valoraba Pitt era su perfecta ubicación para comerciar con los españoles, criollos e indígenas del interior, con los que intercambiaba productos de ferretería y ropas inglesas por añil, cacao, mulas y algo de oro.

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