Raúl Román Romero - Desde otros Caribes

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Los quince capítulos de Desde otros Caribes: fronteras, poéticas e identidades ponen en escena a «otros Caribes» en un performance dialógico y transdisciplinario que permite su discusión como actores en un espacio Caribe diverso e interrelacionado. Plantean nuevos diálogos hacia dentro y fuera del área, en un acto consciente de construcción de poéticas dinámicas, transdisciplinarias y transfronterizas. Las discusiones abordadas tienen orígenes en planteamientos arraigados en la historia, la literatura, la geografía, el arte y la cartografía y transitan hacia espacios transdisciplinarios que exploran los nexos, y los diversos planos de conectividad que permiten profundizar en el área Caribe y su devenir.

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A pesar de la prohibición expresa en los tratados con los españoles, la actividad del contrabando dio forma, a medida que permeaba la sociedad a finales del siglo XVII, a una cultura contrabandista, desarrollada justo en el momento en que los intereses entre comerciantes coincidían más que se separaban. La flota mercante jamaicana, por ejemplo, pasó de 40 barcos, en 1670, a alrededor de 100, en 1688; aproximadamente la mitad fueron utilizados en un comercio informal alejado de los principales puertos españoles. Al igual que los holandeses, los jamaicanos aprovecharon las demoras o cancelaciones de galeones, afectando negativamente el monopolio privado mercantilista castellano (Von Grafenstein, Rechel y Rodríguez, 2019). El contrabando combinado entre ingleses, calvinistas y judíos holandeses hirió gravemente el sistema de flotas de la tierra firme (Oostindie y Roitman, 2014).

Los gobernadores de Jamaica y las Antillas inglesas, en general, garantizaron el contrabando, otorgando permisos pesqueros a embarcaciones que vendían manufacturas europeas a poblaciones alejadas y fronterizas en los espacios coloniales españoles, pero se trató en realidad de un comercio que se ocupó de los extensos litorales y de las numerosas islas que la Carrera de Indias olvidó en busca de la eficacia del traslado de la plata. Unos, navegaban a Cuba con productos baratos y escasos entre los españoles para intercambiarlos por cueros. Otros, costearon la Mosquitia y Yucatán vendiendo alcohol, armas de fuego y municiones. En Costa Rica y Guatemala los intercambios eran a cambio de cacao y añil; después de 1680, los ingleses fueron responsables de la extensión del comercio por el litoral centroamericano (Trujillo, 2019; Payne, 2007). De todas formas, el área de Cartagena de Indias y Portobello fue el foco del comercio principal de Jamaica. En 1689, la plata enviada de este comercio a Inglaterra tuvo mucho más valor que el azúcar.

Con el corso y el bucanerismo, durante el siglo XVII, desde Bermudas, Curazao y Jamaica, imperios en proceso de expansionismo, como Holanda, Francia y Gran Bretaña, fracturaron el monopolio comercial mercantilista que favorecía a las Coronas ibéricas. En la primera mitad del siglo XVII, corsarios y piratas navegaron el Caribe occidental desde Yucatán hasta las inmediaciones de Portobello. Los asaltos y acechos a la Carrera de Indias fueron el objetivo principal, pero al tiempo recogieron abundante información cartográfica y etnográfica que, luego, facilitó el contacto con los nativos y el comercio de productos naturales (Dampier, 2003).

Las maderas duras, las tintóreas, el carey, la vainilla, las pieles, el jengibre y el cacao, pero sobre todo la caoba y el cedro, fueron la base de los negocios de estos marinos. En principio, no estuvieron sujetos a jurisdicción alguna, navegaron por islas y costas periféricas con ausencia de españoles y, como afirma Raddel, la Mosquitia fue la periferia de la periferia. A partir de 1655, la isla de Jamaica se volvió, de forma pactada, protectora de las explotaciones forestales nacidas al margen de la Corona inglesa.

La Mosquitia que describía, a finales del siglo XVIII, el virrey de la Nueva Granada, Caballero y Góngora, estaba conformada, en su concepción geopolítica, por Panamá, Guatemala y Yucatán. Era un territorio vasto de ríos navegables, suelos fértiles para la agricultura y, sobre todo, bosques inmensos. Sus costas albergaban abundantes colonias de tortugas y una enorme diversidad marina, siendo un valor añadido la existencia de puertos seguros y fáciles de defender; estas condiciones facilitaron el anclaje de todo tipo embarcaciones. Por eso, en sus memorias de gobierno, Góngora enfatizaba el esfuerzo que dedicó, al frente de la Nueva Granada, a la expulsión inglesa del Istmo, afirmando que desde que se instalaron en el Walix, en 1677, tras saquear Panamá y haber contraído alianzas con los mosquitos, estas alianzas trascendieron al tiempo de la piratería y habían buscado la protección de los jamaicanos6.

Figura 2. Carta Esférica que comprehende una parte de la costa de Yucatán, Mosquitos, y Honduras. Año de 1801

Fuente Biblioteca Virtual del Ministerio Defensa España A finales del siglo - фото 4

Fuente: Biblioteca Virtual del Ministerio Defensa (España).

A finales del siglo XVIII, el ingeniero Antonio Portas viajó por la Mosquitia desde el cabo de Gracias a Dios hasta Bluefields y describe cómo al llegar a la laguna encontró una fragata de construcción holandesa, de 300 toneladas y una tripulación de 12 ingleses, que cargaba maderas, carey, goma y peletería con destino a Bristol. Explica también cómo Robert Hodgson, el comerciante más poderoso de este enclave, disponía de un bergantín que traficaba hacia el norte de América y dos balandras, una que iba y venía a Jamaica y otra a Cartagena de Indias7.

La ruta de la madera

Durante la segunda mitad del siglo XVII, Inglaterra se concentró en incrementar la beligerancia para incidir en las oportunidades comerciales ofrecidas por el monopolio, buscando asegurar dominios duraderos en las pequeñas Antillas. Dos compañías comerciales privadas activaron las transacciones: la Royal African Company y la West Indian Company, fundadas en 1672 y 1674 respectivamente, que fueron el inicio de las inversiones en refinerías y destilerías para obtener melaza, azúcar y ron en Jamaica, Nevis y Barbados, a la vez que impulsaron el comercio de tabaco, algodón, café, cacao, melaza, maderas tintóreas, añil y caoba. Asociadas con los portugueses en la Costa del Oro de África, adquirían esclavizados para llevar a Barbados y Nevis y distribuir en Norteamérica y el Caribe: 25.000 esclavizados fueron llevados a Barbados, 23.000 a Jamaica y 7.000 a Nevis. Durante el siglo XVII, la cifra de estos alcanzó aproximadamente 90.000; el resto, fue distribuido entre los colonos del norte y territorios de la América española (Thomas, 1998).

El viajero y escritor inglés William Dampier escribió sobre las particularidades del trabajo con los palos tintóreos; incluso, pormenoriza el funcionamiento de una compañía de tres socios escoceses: uno, llamado Price Morrice, que había vivido en la costa por varios años y poseía una piragua, embarcación ideal para moverse por el litoral y sus ríos; los otros dos, Mr. Duncan Campbell y Mr. George, educados como comerciantes y a quienes no les gustaba ni el lugar ni el empleo, por lo que esperaban la oportunidad para viajar en el primer barco posible. Cuando arribó el capitán Hall, proveniente de Boston, hubo acuerdo y fletaron un barco de 40 toneladas para Norteamérica (Dampier, 2003, pp. 209-11).

Desde 1680 en adelante, los asentamientos madereros de Yucatán y la Mosquitia se dedicaron de firme al comercio ilícito, iniciando la tala sistemática de maderas tintóreas para la industria lanera. La caoba se usó en la construcción naval y, a finales del siglo XVIII, se puso de moda en la industria del mueble. La mano de obra esclavizada fue indispensable para esta actividad (Williams, 2013, pp. 121-141).

Muchos curtidos bucaneros vieron la oportunidad de dejar el mar, sobre todo ahora que la armada de Barlovento perseguía con dureza la rapiña de corsarios y piratas, y se dedicaron a la piratería forestal, buscando maderas como el cedro y la caoba. En diciembre, al finalizar la temporada de lluvias, los ojeadores identificaban lugares en la selva, en las cercanías de algún arroyo, para transportar las maderas aguas abajo y que su ubicación no distase mucho de un campamento base. La tala de la madera se producía en la estación seca y se extendía hasta el mes de abril.

Los esclavizados eran comprados en las playas a comerciantes venidos de Curazao y Jamaica. Eran utilizados en el transporte y trabajaban en cuadrillas; la dureza de la labor les impulsaba con desespero a correr el riesgo de escapar hacia la parte española para conseguir su libertad, llevando consigo valiosa y estratégica información de los asentamientos costeros (Restall, 2014, pp. 381-419). Las cuadrillas eran complementadas con zambos contratados, considerados magníficos leñadores, y algunos indígenas que apoyaban la agricultura para el abasto de los campamentos. La madera era cortada en cuadrados y estampaban sus nombres para marcarla; luego, la flotaban en un río y esperaban la temporada de lluvias para deslizarla hacia la costa con la subida del cauce. En las desembocaduras esperaban buques; una vez cargadas sus bodegas, zarpaban a Inglaterra o a las colonias del norte.

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