A continuación encontramos otro elemento a revisar en la voluntad: el enfrentamiento con el esfuerzo. Podemos estar motivados y tener claras las metas pero… ¿quién se levanta al romper el día para hacer sūryanamaskar , el saludo al sol? Aunque lo pintemos de rosa, el esfuerzo, esfuerzo es; sin embargo, no nos damos cuenta de que lo convertimos en sobreesfuerzo , añadiendo una emoción de miedo o pereza que lo sobredimensiona. Nos resistimos a romper el viejo equilibrio de estabilidad y el niño inseguro que tenemos dentro apaga las luces de la razón. Nos giramos en la cama, justificamos nuestro cansancio y postergamos una decisión que nos vendría muy bien, nos daría poder personal y aumentaría nuestra autoestima.
Estigmatizamos la voluntad porque creemos que con su dureza nos reprime y que, con su sólida pisada, espanta nuestra sutil espontaneidad. El deseo quiere el campo libre y no ceñirse a un sendero en concreto. Pero la voluntad no tiene que ver con esa vivencia, sino que emerge como la capacidad de unificarnos en un todo, imantados hacia una decisión que creemos correcta. Debajo de ella, claro está, se encuentran los impulsos y los deseos, las emociones y los afectos pero la voluntad se impone (aunque no sería la palabra) sobre la multiplicidad de lo que nos acontece y canaliza, de la mejor manera, una decisión que posiblemente venga de un yo profundo.
En este sentido, la voluntad nos acerca a la libertad que, a estas alturas, ya no es hacer lo que me venga en gana, sino liberarme de los condicionamientos que distorsionan el fluir de mi decisión. Para cultivar la voluntad hay que tener voluntad, nos diría un sofista, y aunque no le falta razón, no podemos dejarnos ir al albur de lo espontáneo. De la misma manera que una bola de nieve avanza por la ladera engrosándose poco a poco, la incipiente voluntad rompe el ciclo de pereza e inicia un ciclo positivo. Cuanta más perseverancia más seguridad para las acciones voluntariosas.
Es conveniente proponerse pequeños retos; la práctica diaria de los cinco minutos es algo que nadie podría considerar como engorroso o pesado. Estos mini retos refuerzan la voluntad y sientan las bases de los buenos hábitos que, a lo largo de los meses, pueden florecer en la forma de una práctica mucho más sólida. Una buena estrategia puede ganar la guerra. Tendremos que sacar a pasear más a menudo esa voluntad si queremos avanzar en nuestra práctica.
Curiosidad. Si la voluntad alude a nuestra madurez y a la capacidad plena de tomar decisiones siendo resolutivos, la curiosidad se apoya en el niño interior permanentemente asombrado por la vida. La voluntad empuja de frente pero la curiosidad nos tira desde arriba como imantados por una fuerza interior. ¿Qué es lo que mueve al niño o a la niña a subir sigilosamente a la buhardilla, trepar por la escalera de madera, abrirse camino entre los trastos arrinconados y abrir el baúl que está debajo de cajas y cajas de viejos libros? ¿La voluntad o la curiosidad? El niño es el símbolo de lo que permanece en nosotros sensible, todavía tierno, flexible, salvaje e inocente. Practicar desde la curiosidad es recuperar al niño y la dimensión lúdica de la existencia, el placer de aprender y de tejer un tapiz con nuestras experiencias. Tener tiempo para observar, para experimentar y dejar de lado aquella seriedad con la que practicamos a veces porque nos sentimos muy importantes.
La voluntad viene a decir: mis raíces son fuertes y no hay vendaval ni circunstancia que me mueva de mi decisión . La curiosidad, mucho más tímida expresa: ¿qué hay detrás del horizonte, y del horizonte del horizonte? ¿Qué hay detrás de todo lo que puedo percibir y aún de lo que puedo intuir?
Si el misterio no tiene un tope, la curiosidad es una manera de vivir, una manera de relacionarse con las cosas, no como algo fijo sino como una relación íntima donde el amante va desnudando a su amado sin prisas.
Si ya en la práctica, con el empujoncito de la voluntad, pudiéramos abrir el abanico de la curiosidad nos daríamos cuenta de que todo tiende a florecer. Si partimos como semilla, ¿acaso no quisiéramos saber en qué flor nos convertiríamos, cuál sería nuestro aroma, nuestro colorido, nuestra delicada forma?. Regamos la práctica con la lluvia de la curiosidad, la convertimos en una película de suspense, boquiabiertos con lo que va apareciendo, ilusionados con lo insospechado.
La curiosidad es la clara convicción de que no estamos completos sino en un proceso de evolución, de que gracias a una profunda inteligencia todo se despliega buscando una mayor organización o una mayor armonía.
Desapego. Al mismo nivel que la práctica (abhyāsa) , Patañjali plantea en el sūtra 15 del libro I otro elemento de suma importancia: el desapego (vairāgya) . De entrada parece chocante; ¿acaso no bastaba con una práctica constante, intensa, respetuosa, entusiasta, completa y adaptada para tener éxito, para reducir nuestra dispersión, para desplegar nuestras potencialidades? Parece que no. Una práctica tal como la hemos definido puede llevarnos muy lejos en nuestros propósitos pero también puede darnos un poder personal difícil de manejar; puede inflar sobremanera nuestra valía y puede atarnos a las experiencias extraordinarias que se desprenden de ella.
La práctica nos recuerda aquello que hemos de hacer mientras que el desapego nos avisa de lo que hemos de evitar. A través de la primera, buscamos calma y claridad y, gracias al segundo, volvemos al punto cero de nuestra humildad.
Tenemos que practicar sin esperar enriquecernos, sin sucumbir a las experiencias sensuales y sin aumentar nuestra imagen glorificada. Nuestra práctica tiene que evitar el apego a la misma y a las personas que nos orientan o que orientamos; sin quedar atrapados en un collar de verdades filosóficas y sin creernos (por encima de la realidad) nuestras visiones más deslumbrantes. Pero sobre todo, nuestra práctica tiene que evitar cualquier reconocimiento de santidad.
Si ya es difícil aquella práctica, ahora rizamos el rizo con una actitud de desapego que pareciera de otro mundo. Podríamos decir que hay una relación directamente proporcional entre la complejidad del mundo y nuestra práctica. Con un destornillador no puedes arreglar una máquina de última generación, necesitamos una práctica precisa y una actitud ponderada para sortear los reveses de nuestro carácter y las dificultades del mundo exterior.
Obstáculos
Ya sabemos, al menos en teoría, cómo ha de ser nuestra práctica, cómo darle solidez y profundidad; lo que no está tan claro es qué hacer cuando aparezcan los primeros obstáculos, las impertinentes resistencias. Patañjali nos lo pone fácil al enumerar nueve obstáculos con los que podemos encontrarnos durante la práctica. Su lectura nos puede ayudar a reconocerlos y, al mirarlos de frente, mostrarnos la manera de empezar a disolverlos. Veamos aquí una interpretación, entre muchas, desde una perspectiva amplia.
Primer obstáculo. Vyādhi. Enfermedad
La enfermedad se puede interponer en nuestro camino y en la práctica personal porque nuestro cuerpo requiere de todas nuestras energías para restablecer la salud. Es posible que una enfermedad aguda, puntual o circunstancial, no ofrezca gran problema y que, incluso, sea un episodio bienvenido de purificación y de renovación de nuestras fuerzas vitales. Pero la enfermedad crónica, la que se despliega o recrudece a lo largo del tiempo, sí que nos sustrae energía y aumenta nuestro nivel de ansiedad.
Sin embargo, restablecer nuestra salud no implica necesariamente abandonar nuestra práctica. Ésta tendrá que cambiar y adaptarse a nuestra condición física y psíquica y aportar nuevas soluciones para potenciar nuestro vigor y bienestar. Está claro que en el proceso de enfermedad perdemos pie en la práctica, perdemos intensidad y también el entusiasmo necesario para proponernos nuevas metas. De ahí la inmensa importancia de conservar y potenciar la salud con ejercicios adecuados, descanso suficiente y alimentación sana y nutritiva.
Читать дальше