Cabe remarcar que este calor se genera a través de nuestra voluntad y está enmarcado en una práctica rigurosa que nos ayuda a mantenernos sanos en cuerpo y mente. Nos asiste en el dominio de uno mismo, nos da coraje para sortear los obstáculos de la vida y una buena disposición frente a la acción. En todo caso tapas es el primer elemento de la práctica que purifica el cuerpo a través de āsanas , de una alimentación frugal y de unos ejercicios de higiene en profundidad.
Svādhyāya. Con tapas podemos hacer una gran hoguera y quemar muchos troncos, de esta manera movilizamos una tremenda energía con una práctica intensa pero tal vez sin tener clara la dirección. El hámster también camina velozmente sobre una rueda que, sin embargo, no va a ningún sitio. Asimismo, necesitaríamos disparar una flecha en una dirección precisa, allí donde colocamos nuestras metas.
Svādhyāya significa estudio de sí mismo y esto, tradicionalmente, se ha hecho a través de la lectura y relectura de los libros sagrados y, como no, de la relación fundamentalmente iluminadora con los maestros y maestras.
Interrogarse acerca de quién soy es utilizar una pregunta clave como palanca para abrir las puertas de la mente o una lupa para entender los meandros de nuestra propia personalidad. Si tapas , desde la perspectiva del campesino, es hacer surcos para que llegue el agua a los campos cultivados, svādhyāya es la luz del sol que hace crecer las plantas. De eso se trata, de tener luces, de intensificar la inteligencia para poder discriminar lo que es anecdótico de lo esencial, lo que es pura apariencia de lo que es real; en definitiva, lo que pertenece al ego de lo que corresponde al Ser.
Hasta aquí, la acción tiene que ser purificadora y la decisión esclarecedora. Tapas y svādhyāya se reclaman como el motor y el volante de un coche, debemos poner inteligencia e intención a nuestra práctica para que ésta nos lleve en la dirección deseada.
Hoy en día, la buena terapia, la que hace de puente entre la salud mental y la comprensión de nuestras actitudes, puede hacer las veces de svādhyāya porque nos invita a la reflexión sobre nuestros actos, nos pone un espejo para reconocer nuestra responsabilidad y nos recuerda que nuestra vida tiene un sentido que hay que apoyar.
Nos ayudan también los libros que desnudan el alma humana, los que bucean en la estructura de la vida, los que cuestionan nuestras visiones estrechas. Y nos ayuda también la guía sincera y reveladora de nuestros maestros. Y hasta la misma naturaleza hace las veces de gran iniciadora a todos los misterios.
Īshvara-pranidhāna. De entrada, parecería que fuera suficiente con una práctica intensa y una certera indagación sobre nuestros fines. Entrañas y cerebro colaborando estrechamente… Sin embargo, en un punto intuimos que nuestra práctica tiene que tener también corazón. Sin éste la práctica se vuelve poderosa, y ya sabemos que el poder personal alimenta a menudo estructuras egocéntricas que dificultan el acceso a la fuente de nuestro Ser.
Practicar con corazón es practicar impecablemente sin una búsqueda de perfección, practicar en la acción sin una preocupación por los resultados, sin un apego a los frutos y sin una expectativa de poderes extraordinarios. Practicar desde el abandono.
El corazón nos dice que somos pequeños, muy pequeños, y que agachar la cabeza como lo hace un árbol cargado de frutos es signo de grandeza. Īshvara es el Señor a los pies del cual se depositan los frutos. En otro lenguaje, diríamos que ni los frutos de nuestras acciones nos pertenecen. Desde esta perspectiva existencialista, vemos que todos los aferramientos se los lleva el tiempo, carecen de sustancia y son una ilusión más de nuestro excesivo control. Y esa clara percepción de lo ilusorio es lo que abre nuestro corazón al otro que sufre o que es feliz, que está en crisis o que está esperanzado. Ser atentos o compasivos, estar disponibles o ser desprendidos es todo lo que podemos hacer. Meditar continuamente desde la entrega profunda sin perder de vista lo divino.
Herramientas
Entrañas, cerebro y corazón serán las tres orientaciones de nuestra práctica, tres maneras de sortear, simbólicamente hablando, la roca de nuestras tensiones, el eclipse de nuestras confusiones y el espejismo de nuestro egoísmo. Necesitamos el trabajo coordinado de los tres en nuestro día a día. Necesitamos el coraje de nuestra disciplina (tapas) , el discernimiento para refinar y ajustar esa práctica (svādhyāya) y, por último, el abandono (īshvara-pranidhāna) para abrir el corazón de forma compasiva conectando nuestra práctica con la vida y con los otros. ¿El resultado? Una disminución de nuestro sufrimiento, una reducción de nuestra ignorancia y una gran capacidad de transformación interior.
La tarea es titánica, un Yoga para el día a día que aporte más salud, más claridad y más plenitud al proceso de vida. Un Yoga que nos de resistencia para manejar nuestras tensiones, que aporte una filosofía estructurada para gestionar nuestras confusiones y que nos ayude a conseguir una paz interior para percibir la totalidad de la vida con mayor sensibilidad. Una tarea que requiere gran precisión y enorme coraje, una tarea que precisa herramientas de envergadura, contundentes pero también sutiles. Herramientas que también hay que engrasar y afilar.
Voluntad. Podríamos decir que sin práctica, o sin el empeño en ella, no merece la pena seguir adelante. Toda verdad intuida tiene que contrastarse con el mundo para verificar su adecuación y no hay mejor manera de hacerlo que practicando, lo mismo que el científico experimenta para contrastar sus teorías.
Pero si todos acertamos a valorar su importancia, ¿cómo es que la práctica es el caballo de batalla del Yoga? ¿Cómo valorar que, a pesar de la fascinación que nos provoca esta ciencia milenaria y de los beneficios palpables que notamos cuando atinamos a practicar, caemos una y otra vez en la desgana o en las prisas, en las dudas o el estancamiento?
Puede que tengan razón los que dicen que nuestra sociedad ha caído bajo el embrujo del confort o que el mecanismo sofisticado del consumismo nos tienta día a día con nuevas experiencias a través de innumerables y atractivos estímulos. Lo cierto es que este tipo de esfuerzo no está de moda y la voluntad está de capa caída. Esa voluntad que da los primeros empujones para ponernos firmes delante de nuestra práctica no tiene ya brío. Pero, ¿por qué está enferma? ¿Por qué algo que de entrada parece sencillo, hacer lo que quieres hacer, se trunca una y otra vez? ¿Cómo hemos dejado que esta incontinencia de la voluntad, esta incapacidad para tomar decisiones se instale en las raíces de nuestra personalidad?
El primer elemento a revisar son nuestras motivaciones. Detrás de la mayoría de acciones que desarrollamos, encontramos una fuente de la motivación. Visitamos a nuestro amante porque le amamos y nos calzamos las zapatillas de deporte porque nos gusta el reto y la competición. Y, sin duda, hacemos Yoga porque nos encanta la relajación que deja en nuestro cuerpo, la calma en nuestra mente y una profunda impronta en nuestro espíritu. Sin embargo, las motivaciones, con el paso del tiempo, se difuminan y la voluntad débil, oscilante, casi caprichosa, se empantana. Sin motivación cada acto viene a contrapelo, se ejecuta torpemente, sin chispa y sin alegría. Es por eso que hay que reactivar periódicamente nuestras motivaciones para que nos secunden, para que engrasen nuestros actos, para que se realicen casi sin esfuerzo. Hay que conferirles poder y hay que recordar al lugar al que nos pueden llevar. Tal vez por eso los matrimonios y los religiosos renuevan sus votos. En nuestro caso, tenemos una forma muy directa para reforzar nuestras motivaciones: practicar delante de nuestro centro simbólico donde vamos a colocar aquellos elementos que nos recuerdan el sentido profundo de lo que hacemos como, por ejemplo, una flor, una vela o una foto de alguien importante para nosotros. De esta manera practicamos y recordamos lo esencial simultáneamente. Centro que, hay que decirlo, no necesitaríamos si entendiéramos profundamente lo que estamos haciendo hasta el punto de amarlo con toda el alma. El amor no es la voluntad, está claro, pero no hay nada tan poderoso como fuerza de transformación.
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