Alessandra Montali - El Secreto Del Viento - Deja Vù

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El Secreto Del Viento - Deja Vù: краткое содержание, описание и аннотация

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Historia de Francesca, una mujer joven en busca de su verdadera identidad, escondida por el polvo del tiempo en recuerdos y dejavù jamás olvidados.
Historia de Francesca, una joven y rica joyera de Como, que después de acabar su historia con su pareja, decide dejar la ciudad para cortar por lo sano con su vida. Se muda a un pequeño pueblo, donde, años atrás, había transcurrido unos días por razones de trabajo. Vuelve a coger las riendas de su existencia, buscando un nuevo trabajo que le permita vivir y hacer nuevos amigos. Será justo en este pequeño pueblo con sus antiguas joyas históricas y con un viento impetuoso que silba y susurra  enviándole extraños dejavù de una chiquilla rubia con un pequeño antojo en forma de fresa detrás de la oreja. Francesca comprende que esa chiquilla es ella misma de pequeña. Entonces comienza una peligrosa búsqueda de la que fuera su vida y de porqué se le había olvidado. Durante toda la historia un misterioso personaje sigue en silencio los pasos de la joven, sin mostrar nunca su rostro ni sus intenciones reales. El viejo amor reaparecerá pero esta vez se encontrará con una nueva Francesca, ya nada dispuesta a comprometerse. Será la última pieza de la historia la que, sin faltar los golpes de efecto, le devolverá la increíble verdad.
Translator: María Acosta

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–No estoy embarazada –se le adelantó. –Por desgracia –añadió justo después.

–¿Quieres un niño? ¡Pero si eres muy joven! –exclamó asombrada.

Francesca se sentó, cogió la taza que Giusy le estaba dando y sin levantar los ojos de ella, dijo:

–Una larga historia. Un día te la contaré.

La mujer se sentó a su lado. Quedaron sin decir palabra durante unos minutos. Su silencio, sólo interrumpido por las voces de las personas que paseaban, a Giusy se le hizo difícil de soportar, de repente, explotó con una pregunta que no conseguía contener por más tiempo:

–¿Qué es lo que realmente ha sucedido en la panadería?

Francesca continuó manteniendo los ojos bajos, fijos en la taza. Se encogió de hombros y explicó:

–No había desayunado… Una bajada de tensión.

Francesca acabó de beberse el té y, siempre evitando encontrarse con la mirada de la mujer, se apresuró a añadir:

–No estoy habituada a vuestro frío. En la panadería, en cambio, hacía mucho calor… Y además había un niño que hacía mucho ruido. Realmente insoportable.

Giusy, frunciendo la frente, respondió:

–No es toda la verdad. Lo sabemos tanto tú como yo… Hay otra cosa y tú te has asustado.

Francesca levantó de repente la vista y sus ojos se encontraron. Giusy se dio cuenta de que había desconcierto en los grandes y claros ojos de la muchacha.

Francesca acabó de beber el té y advirtió la mirada de la mujer que la seguía mientras se había levantado para dejar la taza en la barra del bar.

–Estoy bien –respondió volviendo a sentarse.

–No te quería preguntar esto… ¿Te han molestado mucho la rabieta de ese mocoso?

–Sí –respondió Francesca instintivamente sin ni siquiera pensar en ello.–Es decir, no –se corrigió enseguida, luego añadió –No lo sé… no entiendo nada. ¡Tengo tal confusión en la cabeza! También la madre lo ha llamado así, mocoso, y yo me he desmayado.

–Vayamos por orden e intenta responder a mis preguntas de manera espontánea. Bien, ahora túmbate y relájate –le sugirió Giusy sentándose a su lado.

Francesca obedeció y cerró los ojos.

–Bien, ahora respira profundamente dos veces, infla el estómago y luego expira por la nariz.. Bien, así… fantástico –la alentó la mujer. –Voy a comenzar. ¿Estás preparada?

Francesca asintió.

–¿Has estado antes aquí?

–Sí, hace cuatro años.

–¿Has visto alguno de nuestros lugares en tus sueños, en este último período?

Francesca, ante aquella pregunta, de repente abrió los ojos, y todavía más hacia Giusy, y confesó:

–Sí, pero no dormía. Ayer, cuando llegué a la plaza y vi aquella fuente…

Francesca suspiró con fuerza y comenzó a explicar aquella imagen de la niña rubia con su mismo antojo en forma de fresa detrás de la oreja. Le habló de la señora rubia girada de espaldas de la que no había conseguido ver el rostro.

–¿Otro dejavù? –la espoleó la mujer.

Francesca apretó los labios como si quisiese impedir que hablasen pero finalmente admitió.

–También hoy en la panadería, después de haberme recuperado, cuando todavía estaba en el suelo aturdida, me ha parecido que la panadería estuviese pintada de amarillo y que en las paredes hubiese algunos cuadros de motivos marinos. Luego todo ha desaparecido…

Giusy se estremeció ante aquella descripción tan detallada, cogió una mano a Francesca y la estrechó entre las suyas. La muchacha dirigió la mirada al rostro de la mujer y vio una cierta emoción en él:

–¿Debes decirme algo? –le preguntó tímidamente Francesca.

–Sí… Al antiguo propietario, el señor Giovanni, le gustaba pintar los domingos por la mañana en la orilla. Estaba tan orgulloso de su trabajo que los tenía colgados todos en la panadería y me acuerdo perfectamente del color intenso de aquellas paredes que capturaban la luz del sol. Eran amarillas, justo como tú las has visto.

Francesca tragó saliva y sólo consiguió sólo preguntarle:

–¿Hace cuánto tiempo?

–Hace más de veinte años.

–Era pequeña –constató Francesca.

Giusy le cogió las manos y mirando directamente hacia aquellos ojos asombrados le dijo:

–Tú ya has estado aquí. A lo mejor de muy niña y te has olvidado. Quizás viniste de vacaciones con tu familia en verano. No hay nada por lo que debes tener miedo. Cada uno de nosotros guarda recuerdos antiguos, a veces inconscientes, luego, de repente, salen fuera, de la nada. ¡Como cuando no te acuerdas dónde has puesto una cosa y luego la encuentras después de una semana! A mí me sucede un montón de veces, ¿sabes?

Francesca movió la cabeza y explicó:

–Pero estos recuerdos me hacen daño. Como algo que explota dentro de mí. Imágenes que pasan delante como en una película. Yo no puedo hacer nada, no puedo pararlas, ni hacer que avancen. Sólo debo esperar y observar…

Giusy la abrazó y le aconsejó:

–Entonces, permanece alerta y observa todo lo que hay que ver. Si tienes fe conseguirás, es más, conseguiremos, recomponer el rompecabezas,. ¿Ok?

Francesca asintió.

CAPÍTULO IV

La primera tarde de trabajo de Francesca pasó rápidamente. Ocupada entre las espumas suaves de los cappuccinos, los filtros de té perfumados y los cafés rápidos, no le fue posible pensar ni en Giorgio, ni en lo que había ocurrido por la mañana. Quería dar buena impresión a Giusy y se sentía satisfecha cada vez que la propietaria le devolvía una sonrisa de asentimiento.

–Perfecto, ahora podemos relajarnos, la primera tanda de clientes ha pasado. La próxima será a las 19:30 con los aperitivos –le anunció Giusy sentándose por el cansancio.

–Vale, entonces, mientras tanto, yo meto todo en el lavavajillas –exclamó la muchacha comenzando a trastear con tazas, platitos y cucharillas.

Giusy, por su parte, se había levantado y había advertido a Francesca que subía para cambiarse.

La muchacha estaba tan ocupada con su trabajo que ni siquiera se dio cuenta del muchacho que estaba de pie, apoyado en la barra, hasta que él no habló.

–¿Puedo pedir un cappuccino con mucha espuma?

Aquella voz imprevista en el silencio del bar sobresaltó a la muchacha y un platito se le escapó de las manos acabando en cuatro trozos a sus pies.

–Te he asustado de nuevo.

Francesca reconoció enseguida aquella voz: pertenecía al muchacho que había conocido en el ascensor y se volvió con el ceño fruncido.

–¡He roto un platito, Giusy! –gritó con tono contrariado.

–¡No te preocupes, hay muchos! –le respondió la mujer riendo.

Francesca dirigió su mirada disgustada hacia el muchacho, el cual, en cambio, la estaba observando con una media sonrisa.

–Inútil que te pida perdón, ¿verdad?

De manera inesperada Francesca rompió a reír.

–Yo me llamo Daniele, ¿y tú?

–Francesca.

–Por fin sé tu nombre, si no hubiera continuado llamándote la muchacha que odia los ascensores.

–No odio los ascensores, sólo me dan miedo. Tenía diez años cuando me quedé encerrada dentro, con mi madre, durante dos horas interminables.

Daniele abrió los ojos como platos y se apresuró a decir:

–Ahora entiendo porque haces toda aquella calle a pie para volver a casa por la noche.

–¿Qué te preparo? –dijo cambiando de tema Francesca.

–Un cappuccino, gracias –y se sentó en la mesita cerca de la estufa.

Le fueron suficiente unos minutos para preparar un espumoso cappuccino y cuando se lo llevó a la mesa, la felicitó por el óptimo aspecto de la bebida.

Daniele le pidió, dado que no había otros clientes a los que servir, que se sentase para charlar con él. Miró a su alrededor indecisa sobre qué hacer y luego se sentó. Daniele se quitó bufanda y gorro haciendo aparecer una rizada cabellera castaña, tantos que Francesca se preguntó cómo habían hecho todos esos cabellos para estar dentro del gorro.

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