La conexión con el índex que comenzamos, siguiendo a Dubois, en los mitos del origen (del molde natif , originario) es lo que en buena medida explora Duchamp, al regresar sobre el relato originario fundador de la bandera y por extensión de la identidad nacional, para indagar en las correspondencias entre la representación de la imagen y su alcance a nivel simbólico. Así pues, en paralelo al análisis de Krauss de With my Tongue in my Cheek , de la que dice «es otro autorretrato. En esta ocasión la escisión no se plantea en términos de identidad sexual, sino en relación al eje semiótico de icono e índice» (Krauss 1996: 219), podemos entender la escisión de Alegoría de género respecto a, por un lado, la identidad en un doble sentido: sexual (género) y a su vez político, pero también como un replanteamiento de un eje semiótico más amplio que incluye el icono, el símbolo y el índice.
Krauss, en la definición del índice, parte de la teoría semiótica desarrollada por Peirce. Aunque con diferentes matices, el desarrollo de la lingüística a partir de Saussure y sus posteriores elaboraciones en semiótica sabemos que tiene una clara repercusión en toda la teoría psicoanalítica a través de Freud y, después y sobre todo, por medio de Lacan. Estas reflexiones repercuten, a su vez, en teóricos posmarxistas, como es el caso de Althusser. Tal recorrido teórico resulta seminal para acercarnos a las estrategias artísticas adoptadas por los y las artistas aquí tratados. Ya que las problemáticas que bordean lo íntimo, lo afectivo y lo subjetivo (ligado a la identidad) configuran otros modos de hacer cuyo germen teórico discurre en paralelo a temas nucleares en lingüística y semiótica, donde buena parte de la reflexión se articulará desde la desconfianza a un lenguaje que se revela como voluble e iterante. Interesa introducir el análisis de lo metonímico desde una lectura política. Mientras la metáfora se desliga mayoritariamente de un elemento originario —no lo deja presente—, consiguiendo finalmente abstraerlo y por tanto abstraer al espectador/receptor, la metonimia mantiene todos los elementos presentes en el mismo plano, es decir, evidencia el recorrido al preservar el contacto, facilitando una recepción en la que se visibiliza el artificio, vemos la tramoya. Esto tiene un peso notorio en los temas que nos ocupan, puesto que el tratamiento de lo íntimo y de lo afectivo está circunscrito a una dimensión de lo político —no hay separación— de la que no puede ser sustraído sin ser desactivado. Este ha sido, precisamente, uno de los lastres en los análisis, aislar el tema afectivo en una esfera de lo personal-individual, o dicho de otra forma: perpetuar la separación dicotómica de esferas (la que sustenta patriarcado y capitalismo).
La obra de Duchamp resulta paradigmática de la representación de lo íntimo, ya que visibiliza toda una serie de desplazamientos de una a otra esfera, evidenciando, consecuentemente, la falta de separación entre ambos terrenos e inaugurando un repertorio de estrategias que resultan operativas a la hora de abordar estas temáticas desde esa dimensión subjetivo-afectiva, es decir, trabajando sobre las políticas afectivas en términos de representación.
Nos acercaremos, así, a lo íntimo desde resoluciones metonímicas, entendiendo que el problema de los límites y su indefinición parece más susceptible de ser abordado a través de este recurso basado en el desplazamiento: continentes por contenidos, partes por el todo, autor por la obra, el órgano por la función, lo externo por lo interno. Desde aquí podemos encadenar, de similar manera, lo político con lo íntimo, dado que la contigüidad que mantiene, finalmente, a todos los elementos en un plano permite, además, visibilizar desde el plano del lenguaje las relaciones que se articulan en un plano inconsciente, incidiendo en lo nucleico del problema: sus márgenes. Los márgenes, las fronteras que acotan lo concerniente a lo íntimo no son claras y son, además, muy porosas y permeables. El deslizamiento contribuye a la disolución de la dicotomía dado que los elementos transitan en una relación de horizontalidad. Esta visión se acerca a la idea de lo íntimo como un espacio de doblez, muy cercana a los planteamientos plásticos duchampianos que ahondan en las problemáticas de huellas y reversibilidades, y también vinculada a la idea de narración. Tomaremos, entonces, varios caminos para aproximarnos a lo íntimo y a lo afectivo, siendo así que, además del deslizamiento consideramos el choque (más preciso: la tensión) producida entre lo íntimo y lo político como esencial, esto es, el trauma. El trauma se nos muestra así operativo, por sus características liminales, para desafiar varias de las dicotomías que envuelven la fenomenología de la creación artística, así como las repercusiones de sus imaginarios en la sociedad. Así, una de las problemáticas que se nos abre nos arrastra, de forma ineludible, a todo aquello que tiene que ver con la memoria y la elaboración del documento/monumento.
Un écart que s’imprime (una separación / que se imprime)
Para Duchamp, por lo tanto, el artista no es en principio un «yo» que se expresa. Atrapado en una brecha ( écart ) irreductible entre lo «inexpresado proyectado» y lo «expresado inintencionalmente» —el sujeto operativo no se constituye sino subvertido, justamente porque está comprometido con una «dialéctica del deseo» donde «es del Otro que [él] recibe incluso el mensaje que envía». Cuando enuncia secamente, en los años 1911-1915, que la «separación ( écart ) es una operación», cuando tararea sonriente que hace falta «hacer una huella», Marcel Duchamp anticipa todo un sector del pensamiento contemporáneo —el pensamiento de la alteridad y de la diferencia, el pensamiento del sujeto y del proceso. Pero la separación ( écart ) de la que habla también nos permite repensar la historia, retomar la historia del arte «a contrapelo». Esta es la separación ( écart ) frente a la cual se puede pensar el contacto en general, cuando la semejanza viene a producir lo inasimilable. Esta es la separación ( écart ) en la que el contacto se puede pensar en general, cuando el contacto acaba produciendo distancia. Todas estas paradojas pertenecen a la huella, en efecto, formas y contraformas agrupadas en el misterioso trabajo de una separación ( écart ) que se imprime . (Didi-Huberman 1997: 179, trad. y subrayado míos)
Sin duda, la problemática del afectar y ser afectado/a y del cuánto hay de «afecto» en la producción artística es un asunto irresoluble en cuanto a proporcionarle una definición o formulación, por cuanto es un dilema que trasciende a la fenomenología que envuelve la producción y, también, la recepción de la obra, un campo difícilmente acotable donde las oscilaciones entre el sujeto y el objeto precisan del empleo de herramientas propias de la filosofía. La intención aquí se vuelve necesariamente más modesta. Y los caminos para explorar lo vasto del terreno se orientan a la elaboración de un pensamiento urdido desde las herramientas propias de la praxis artística. Es por ello que el recorrido ha comenzado en Duchamp, porque como Didi-Huberman señala, consigue anticipar varias de las cuestiones que participan del pensamiento del pasado siglo, pero, además, la manera en que se anticipan es desde «herramientas» intrínsecas al propio proceso creativo. Entre los dispositivos que trataremos está, como vimos, la metonimia, en tanto desplazamiento, y el trauma entendido como choque. Mediando estas dos formulaciones y arrastrándolas al terreno de la creación, encontrábamos el término duchampiano de inframince . Sus ramificaciones se extienden sobre las derivas del contacto-separación de donde, a su vez, retomamos lo subrayado por Duchamp cuando expone el écart como una operación. Écart es una voz francesa que aglutina varios significados, «separación», «brecha», «distanciamiento», «desvío». Didi-Huberman identifica esta separación o desvío como una operación clave en Duchamp, que se materializa en gran medida a través de la huella; es así que hablará de la huella como «una separación que se imprime» , expresión lo suficientemente paradójica para dar alcance a la fenomenología de la huella. Aquí el traslado semántico consistirá en desplazar esta huella al campo del trauma, pues el trauma reposa sobre una paradoja análoga donde los espacios entre los que se articulan el choque (la tensión) y, en este sentido, el contacto (la impronta), es justamente en esos límites de lo interno/externo. De hecho, el espacio que fisura Duchamp, en el que abre la brecha (l’écart) , trasciende lo físico operando con lo mental (lo antirretiniano), que tiene más que ver con una problemática de los límites del sujeto. El contacto, nuestro contacto, siguiendo el enfoque duchampiano, consistirá, por tanto, en producir una distancia. Y es que, para decirlo con Nancy, sin separación, sin distancia, no se puede tocar.
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