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Nota del autor Nota del autor Pude escribir este libro gracias a la Cátedra Andrés Bello del Centro de Estudios Latinoamericanos del Saint Antony's College de la Universidad de Oxford, de la que fui titular en el año académico 1999-2000, y gracias, también, a la Universidad Metropolitana, en Caracas, por su decidido respaldo. Esta historia de la poesía venezolana fue publicada por primera vez en 2002, luego en 2003, y ahora se edita por tercera vez. Para esta edición he corregido algunas imprecisiones y he actualizado, hasta donde ha sido posible, la producción poética de algunos autores. En tal sentido, puede tenerse como una edición corregida y levemente aumentada. RAL
Introducción
Andrés Bello y el proyecto americano
Los sucesores de Bello
El romanticismo nuestro
Juan Antonio Pérez Bonalde: ¿el último romántico o el precursor del modernismo?
Los parnasianos
El modernismo entre nosotros
El criollismo: vuelta al llamado de lo propio
El grupo La Alborada (Salustio González Rincones) y la Generación del 18: el camino hacia la vanguardia
José Antonio Ramos Sucre: máscaras en una isla enigmática
Antonio Arráiz y la vanguardia
El grupo Viernes: las puertas abiertas de la vanguardia
La década de los años cuarenta: la reacción llama al orden
Elena y los elementos (1951) y la generación de los años sesenta: la iniciación de la intemperie
Los años setenta: el fin de los proyectos colectivos y el surgimiento de los talleres literarios
Tráfico y Guaire y la promoción de los años ochenta
La eclosión femenina
Mínimo esbozo de los años noventa
Preguntas finales
Bibliografía crítica esencial
Créditos
El coro de las voces solitarias
_Una historia de la poesía venezolana
Rafael Arráiz Lucca
@rafaelarraiz
RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
(Venezuela, 1959). Profesor principal de carrera de la Universidad del Rosario y profesor titular de la Universidad Metropolitana (Caracas). Individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua. Abogado, magíster en Historia de Venezuela y doctor en Historia.
Se ha desempeñado como subdirector de la Galería de Arte Nacional, presidente de Monte Ávila Editores Latinoamericana, director general del Consejo Nacional de la Cultura y presidente de la Fundación para la Cultura Urbana. Ha sido Visiting Fellow en la Universidad de Warwick y titular de la Cátedra Andrés Bello del Saint Antony’s College de la Universidad de Oxford.
Pude escribir este libro gracias a la Cátedra Andrés Bello del Centro de Estudios Latinoamericanos del Saint Antony's College de la Universidad de Oxford, de la que fui titular en el año académico 1999-2000, y gracias, también, a la Universidad Metropolitana, en Caracas, por su decidido respaldo. Esta historia de la poesía venezolana fue publicada por primera vez en 2002, luego en 2003, y ahora se edita por tercera vez. Para esta edición he corregido algunas imprecisiones y he actualizado, hasta donde ha sido posible, la producción poética de algunos autores. En tal sentido, puede tenerse como una edición corregida y levemente aumentada.
RAL
Un solo dato es ilustrativo de la precariedad de las manifestaciones literarias durante los años de la conquista y colonización de América: aquel largo período de más de tres siglos que comienza, para nosotros, con la fantástica incursión de Cristóbal Colón en aguas del Orinoco, con los ojos enfermos y el alma en vilo, que lo lleva a escribir uno de los pasajes más extraordinarios de los que se tenga noticia: aquel en donde les manifiesta a los reyes de España haber llegado al paraíso terrenal, justo al navegar sobre el torrente dulce de la desembocadura del río gigantesco. El dato, antes de perderme en algún otro caño del delta, es el de la llegada de la imprenta a Venezuela.
Si bien el caraqueño Francisco de Miranda traía una en la nave que lo acercaba a las costas de su sueño independentista, es sabido que aquel intento fracasó y que el destino de las máquinas no fue otro que el de la isla de Trinidad. Así lo sostiene Manuel Segundo Sánchez cuando afirma, refiriéndose a los aparatos: «Depositada en la isla de Trinidad, después del fracaso de la expedición, la adquirieron los norteamericanos Gallagher y Lamb, primeros tipógrafos que se establecieron en Caracas» (Sánchez, 1950: 5). En efecto, una vez asentados en la capital fueron los que imprimieron la Gazeta de Caracas , a partir de 1808. Luego, no es sino dos años después cuando aparece el primer libro impreso en el país: me refiero al Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela para 1810 , título acerca del cual Pedro Grases publicó, en 1952, un estudio donde demuestra no solo que fue el primer libro impreso en Venezuela, sino que su autor fue el joven Andrés Bello. Pero, para que se entienda todavía mejor lo que señalo sobre la llegada de la imprenta a Venezuela, recordemos que esta se establece en México en 1535, en Lima en 1583, en los Estados Unidos en 1638, en la Argentina un poco antes del 1700, en La Habana en 1707 y en Bogotá en 1738, según los datos que ofrece Pedro Henríquez Ureña en su libro Historia de la cultura en la América Hispánica .
Pero si acaso no fuese suficiente demostración de la precariedad de las expresiones literarias el hecho de no disponer de imprenta sino hasta los primeros años del siglo XIX, ofrezcamos algunos juicios de los estudiosos. Antes, aclaro que los textos de fray Pedro de Aguado ( Historia del descubrimiento y fundación de la gobernación y provincia de Venezuela , 1581), de Juan de Castellanos ( Elegías de varones ilustres de Indias , 1589), de fray Pedro Simón ( Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias Occidentales , 1626) y de José de Oviedo y Baños ( Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela , 1723), así como algunos versos que no han llegado hasta nuestros tiempos, no son materia suficiente como para llevarnos a afirmar que hubo una literatura colonial venezolana, al menos con las investigaciones que hasta el momento se han dado a la luz pública. No descarto que pronto, gracias a la acuciosidad de los investigadores, pueda hallarse un patrimonio literario hasta ahora desconocido o escasamente estudiado. Pero mientras estos hallazgos ocurren, no tengo otra alternativa que referirme a las manifestaciones literarias del período colonial con lo que tengo en la mano. Cuando nos referimos a una literatura estamos pensando en un sistema, en un corpus, no en inspiraciones aisladas, valiosísimas por lo demás, de los pocos que estamparon los frutos de sus visiones y su imaginación. Para no ser tan contundentes, aceptemos que hubo algunas manifestaciones literarias durante el largo período colonial; incluso recordemos que con frecuencia se llevaban a las tablas algunas obras de teatro, pero no exageremos: la expresión literaria de los hijos de aquella sociedad no fue suficiente como para poder hablar de una literatura colonial venezolana. Sobre todo, insisto, si pensamos en la literatura como un tejido de lectura y escritura que se expresa de manera abundante y llega a formar un sistema.
El crítico Julio Calcaño es enfático al señalar:
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