Pero es necesario insistir en que no se trata de una épica sin fisuras y que la narración del conflicto dista mucho de ser abordada desde una perspectiva por completo positiva: junto a la solidaridad y al esfuerzo común por la victoria coexisten el egoísmo, la indecisión y la traición; el microcosmos que ha seleccionado el narrador como representación de la sociedad fragmentada y envuelta en la violencia que la contienda civil conlleva está compuesto en gran medida del esfuerzo heroico y de la abnegación de quienes lo pueblan, pero también de egoísmos y cobardías, de actitudes pusilánimes o decididamente dirigidas al medro personal. La traición se erige, así, en uno de los temas recurrentes que contrapuntea el relato, desde la historia pórtico en que Gabriel Rojas es muerto alevosamente por el disparo de un francotirador oculto en el tejado momentos después de que su hija acabe de llegar al mundo, a la emboscada mortal de que son objeto Manuel Rivelles y la columna de confiados expedicionarios anarquistas; o la de Amparo, la madrastra de Asunción, que acaba provocando la ejecución de su esposo, al que ha acusado de fascista en connivencia con su amante Luis Romero. El tema de la traición aflora, igualmente, a otros niveles, como referente histórico para la situación que en aquel momento está viviendo España, en la escena en que Paulino Cuartero lee a sus amigos las cláusulas del tratado secreto de Verona por el que las naciones firmantes (Francia, Austria, Rusia y Prusia) se juramentaron en 1822 para intervenir militarmente en España y Portugal o en cualquier otro país europeo donde pudiesen triunfar las ideas democráticas.
Junto con el tema de la traición, las historias de Jorge Mustieles y de Claudio Luna ejemplifican la cobardía del individuo a quien su indecisión y pusilanimidad llevan a convertirse (con su asentimiento en el primer caso y materialmente en el segundo) en ejecutores de personas próximas; en ambas historias se ponen, además, en evidencia algunos de los aspectos más sórdidos y antiheroicos de la campaña, como es el de la represión desencadenada en la retaguardia y encaminada a la eliminación física del adversario político. Aub no repara, incluso, en narrar una historia protagonizada por un personaje que convierte esa actividad sucia en ocasión para el enriquecimiento personal, la del pistolero conocido como El Uruguayo, consciente de que estaba proporcionando argumentos al enemigo, pues el estereotipo del miliciano sádico y sanguinario que convierte la tarea de «limpieza de la retaguardia» en una actividad lucrativa al servicio de su propio enriquecimiento fue uno de los más cultivados por la propaganda franquista en sus intentos de denigrar al bando republicano; basta para comprobarlo la lectura de una serie de novelas y libros más o menos autobiográficos publicados en la otra zona.
Los personajes «positivos» no son, por otra parte, personajes sin fisuras, e incluso los sometidos a un tratamiento más idealizador, como sucede en el caso de Vicente Dalmases y Asunción Meliá, presentan momentos de debilidad y de duda que los humanizan, alejándolos de la irrealidad de los héroe monolíticos. La constante confrontación dialéctica que tiene lugar entre todos ellos sirve como instrumento de la estrategia perspectivística que adopta el autor, enemigo de todo dogmatismo y en permanente actitud dubitativa ante las verdades que se suelen proclamar como incuestionables. De ahí que uno de los temas expuesto con mayor riqueza de matices a lo largo de los diversos diálogos entre los personajes que van pautando la acción sea el de la confrontación entre la servidumbre impuesta por los ideales políticos y los imperativos humanitarios. Confrontación que se desarrolla con amplitud en la historia protagonizada por Vicente Farnals (capítulo IV de la primera parte), en la que este, socialista convencido, defiende frente a la intransigencia del comunista Gaspar Requena la ayuda que ha prestado para facilitarle la huida a un viejo amigo, militante en el bando enemigo. Dicho capítulo, en el que la acción es mínima, sirve para introducir un amplio excurso ensayístico en el que Aub convierte a su personaje en portavoz de unas convicciones sobre las que él no albergó nunca duda alguna:
–Para vosotros sólo existe la política. Para mí, no. Para mí la política es una parte integrante del hombre, no todo. […] Por cuenta de la política ahogáis toda una porción del hombre que os proponéis salvar. Sois capaces de forjar una humanidad nueva donde todos sean iguales: todos cojos. […] Si machacáis, en pro del deber, toda simpatía y regís vuestros sentimientos por lo que el Partido, o tus ideas políticas, impone, ¿no crees que corréis el riesgo de atrofiar toda una parte natural del hombre? Despertaros, un día, vueltos máquinas, burócratas. Sin clases, pero sin razón de vivir. Porque el día en que se implantara así un socialismo aséptico, científico, como decís enjuagándoos la boca, perfecto si quieres, tras haber pisoteado todas vuestras inclinaciones incontrastables ¿qué quedaría del hombre? (cap. «Vicente Farnals») 10
El propio Aub defendió en diversas ocasiones en sus textos no ficcionales estas ideas; recuérdese, por ejemplo, las frases de su carta a Roy Temple House, que cita Soldevila a propósito de Campo cerrado para ilustrar una actitud semejante de su protagonista Rafael Serrador:
Creo, además, en la amistad. Me repugnan esas personas para quienes lo político priva lo personal. Mientras los seres respeten las leyes humanas, mi deseo, tal vez incumplido, es poder seguir diciendo: mi amigo Malraux, mi amigo Ehrenburg, mi amigo Hemingway, mi amigo Medina, mi amigo Regler, mi amigo Marinello. La revolución al precio de abandonar lo humano, no vale la pena.
Esa intransigencia comunista la padece asimismo Vicente Dalmases cuando se le acusa de haber confiado en Asunción, sospechosa por la delación de que ha sido objeto su padre, anteponiendo sus sentimientos hacia ella a sus deberes como militante del partido. Vicente atraviesa por momentos de pesimismo y desconfianza respecto de los resultados de la lucha en que se encuentra embarcado y esta actitud es compartida por otros personajes «positivos» (Templado, Cuartero, Rivadavia, Villegas y otros tantos) quienes, además, son presentados por el narrador a través de sus diálogos o soliloquios como personajes dubitativos y contradictorios, aunque convencidos de que su lugar está al lado de la República. En contraposición con ellos aparece, en cambio, el intelectual egoísta que vive exclusivamente para su obra anteponiendo la supervivencia de esta a la defensa de la empresa colectiva e inhibiéndose de cualquier tipo de acción; se trata de una figura de reiterada presencia a lo largo del ciclo de los Campos (piénsese en el Lledó de Campo cerrado o en el Ferrís de Campo de los almendros ) y que en Campo abierto está representado por Roberto Braña, si bien su postura la comparten también otros personajes, como Servando Aguilar, el filósofo escéptico, o don Nicasio Gómez de Urganda, el catedrático que, cimentada su fama de hombre de izquierdas, tiene acceso a todas las prebendas del régimen pero rehuyendo cualquier tipo de compromiso activo.
Muy distinta de la de estos es la actitud de Gustavo Rico, figura sobre la que el narrador parece verter todas sus simpatías, a quien su total escepticismo en cuestiones de ideología no incapacita para la acción. Representa otro tema muy querido de Aub, el del conflicto entre la teoría y la praxis política, que cuando se plantea se resuelve decididamente como indica Soldevila a favor de esta última. Gustavo Rico, quien, viviendo de traducciones, «había aprendido a respetar las opiniones ajenas encontrándolas todas malas», se halla siempre dispuesto a sacrificarse por los demás y a defender con las armas en la mano, junto con sus amigos, los ideales que están en liza, en los que, sin embargo, confiesa no creer.
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