Emilio Sales Dasí - Blasco Ibáñez en Norteamérica

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Blasco Ibáñez en Norteamérica: краткое содержание, описание и аннотация

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En 1919 Vicente Blasco Ibáñez viajó a Estados Unidos, laureado por un éxito espectacular. ¿Fue acaso un inesperado golpe de fortuna lo que convirtió «The Four Horsemen of the Apocalypse» en todo un fenómeno editorial que iba a permitir a Blasco sumar un interesante nuevo capítulo a su hasta entonces novelesca biografía? Sea cual sea la respuesta, el triunfo del escritor en Norteamérica repercutió decisivamente en su trayectoria artística y personal, y al mismo tiempo contribuyó a despertar el interés hacia la literatura española al otro lado del Atlántico. Desde el estudio de la prensa de la época, este volumen se propone un reencuentro con el Blasco convertido en figura mediática, e incluso reclamo publicitario, en la república estadounidense, allí donde las traducciones y adaptaciones cinematográficas de sus libros o sus colaboraciones periodísticas fueron cotizadísimas. La reconstrucción de un itinerario que también tuvo escalas en México y Cuba se acompaña de diversos textos que afianzaron la imagen cosmopolita del novelista, y que, por haber sido redactados en inglés, fueron y siguen siendo desconocidos para muchos de los lectores en castellano.

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La faceta más altruista de Blasco se puso de relieve el 14 de noviembre, cuando participó en la campaña de la Fundación «For Actors' memorial», organizada por el productor y manager Daniel Frohman, y que tuvo lugar en el teatro Lyceum. Se trataba de recaudar fondos para los actores menos afortunados, concurriendo a la recepción hombres de negocios, representantes del mundo del escenario y la literatura, y unas dos mil damas. La mayoría de los asistentes se sintieron atraídos por la oportunidad de conocer en persona al escritor 95.

Sin embargo, tuvo mucha más repercusión su iniciativa de abrir un fondo conmemorativo para levantar un monumento en honor a Edgar Allan Poe, al que él contribuyó con la donación de cien dólares. La trascendencia del gesto no residía tanto en la cantidad aportada, como en el hecho de persuadir al presidente de la Sociedad de Artes y Ciencias del Bronk, señor W. Stebbins Smith, de la conveniencia de emprender la aventura laudatoria 96, teniendo en cuenta que Poe era un escritor muy apreciado en Europa, mientras que en el ámbito literario de los Estados Unidos era como una especie de marginado, una figura extraña y peligrosa 97. Era, pues, el suyo un acto de justicia poética que tendió a otorgarle al escritor de Boston el reconocimiento que merecía en su país.

La prensa americana aplaudía la decisión de Blasco, quien hacia el 17 de noviembre visitó la pintoresca casa de madera del autor de «El cuervo» en el Grand Concourse, en Fordham, en la parte alta de la ciudad. Le demostraba así la admiración que le profesaba antes ya de su llegada a los Estados Unidos. Por su parte, mientras los periodistas intentaban recrear la existencia de Poe en su hogar, sentado en el porche y dialogando a solas con las estrellas, pendiente de los lamentos y las sombras fantasmales que se arrastran por la noche 98, la figura del novelista español adquirió una dimensión poética: había sido inspirado por el maestro para acometer empresas generosas 99.

Más mundana fue, en cambio, la celebración organizada por el University Forum of America, el día 18, en el Hotel des Artistes 100. Blasco fue recibido en el salón de baile con gritos y aplausos. Como era habitual en estos festejos de sociedad, a los postres enlazó un breve discurso, convenientemente traducido por el señor Alexander Cummnings, presidente del University Forum, en el que hizo relación de sus experiencias personales en Argentina, en París y durante su visita a la zona devastada del Marne. Para desviar a los asistentes de cualquier recuerdo aciago sobre la Gran Guerra, luego concluyó la velada con un baile.

Solo dos días más tarde, en el almuerzo organizado por el Rotary Club, en el hotel McAlpin, se verificó la comunión entre el escritor y la sociedad norteamericana de un modo sumamente gráfico. Los miembros del club recompensaron a Blasco con el regalo de una bandera de los Estados Unidos. El novelista, posando sus labios sobre la tela, agradeció con fervorosas palabras el detalle. Para él, dicho emblema representaba un honor inmenso. No era la bandera del país más importante, sino la bandera con cuyos valores debían identificarse todos los países del mundo 101. Para un hombre muy dado a conferirle su simbolismo a los objetos, el regalo recibido satisfacía con creces su tendencia mitográfica.

Posiblemente la recepción en el hotel McAlpin fue el último acto público de su primera estancia en Nueva York 102. A lo largo del mes de noviembre Blasco visitó en su mansión de Bayside, en Long Island, a la actriz Pearl White, sin que las informaciones de la prensa permitan fijar una fecha concreta. De acuerdo con sus propias palabras, el escritor ya hacía tiempo que deseaba de conocer a la estrella de la Fox. Había llegado a contar en numerosas ocasiones una historia entretenida que podía justificar dicho afán. En París, durante un ataque aéreo, Blasco vio correr a la gente hacia un teatro. Él siguió su estela creyendo encontrar allí un lugar inusualmente seguro. Sin embargo, lo que atraía a los franceses era una pieza del serial cinematográfico Los peligros de Paulina . Sorprendido por el singular descubrimiento, se dijo que debía conocer a una actriz cuyos movimientos delante de la cámara mantenían ocupada la atención de las personas en peligro 103.

El ansiado encuentro entre los dos famosos quedó inmortalizado por una breve filmación de un minuto y casi cuarenta segundos en la que puede identificarse asimismo al marido de Pearl White, el actor Wallace McCutcheon Jr., a Leo A. Pollock, a Louis Renshaw y la también actriz de Brodway Blyth Daly 104. Blasco le regaló a su anfitriona un ejemplar de una de sus novelas, mientras ella hacía lo propio con otro ejemplar de su autobiografía Just Me , en la que estampó la dedicatoria: «From the worst author in the world to the greatest» 105. La sintonía entre los dos parecía perfecta, y ambos se intercambiaron elogios. Pearl apreciaba la habilidad del escritor en la creación de personajes. Blasco no quedó atrás en sus elogios: «In Europe and South America your admirers can be counted by the million. It is my deep conviction that such admiration is well deserved. I am one of those millions» 106.

Según parece, hubo más visitas de Blasco a Bayside, en las que tan cotizadas figuras podían conversar un poco en francés y unas cuantas palabras en italiano. Años más tarde, como resultado de esta magnífica relación, Blasco escribiría una novela corta sobre el cine y su influjo en la percepción de la realidad de los espectadores. La protagonista de Piedra de luna era el correlato novelesco de la célebre Pearl White 107.

Anuncio de una conferencia en el teatro Fulton The Sun noviembre 1919 A - фото 11

Anuncio de una conferencia en el teatro Fulton ( The Sun , noviembre 1919)

A medida que el escritor fue visitando más ciudades norteamericanas, se familiarizó con las costumbres y aficiones representativas de aquel país. Hacia el 21 de noviembre había llegado a Boston. Seguramente el primer evento al que asistió fue un partido de football en el Harvard Stadium. Allí comprobó que el entusiasmo mostrado por los espectadores era muy parecido al que se reconocía en una corrida de toros en España 108. Al día siguiente, el Club Español de Boston le agasajó con una comida en el hotel Westminster. Bajo los auspicios de esta asociación impartiría la conferencia « Los cuatro jinetes del Apocalipsis ». Otra vez el peligro de una revolución social. Se anunciaban otras disertaciones, en el Wellesley College, en Tremont Temple. Ahora para hablar de la verdadera España, ahora para expresar su optimismo en el futuro que le aguardaba a los Estados Unidos, aprovechando cualquier ocasión para dejar constancia de su afecto a la bandera norteamericana 109.

La prensa destacaba la inmensa popularidad del autor, que se había extendido como la pólvora, al mismo tiempo que se preguntaba cómo era posible que este hombre tuviese amigos por todas partes. En realidad, Blasco dominaba las estrategias del buen publicista y repetía constantemente que se sentía muy a gusto en aquella república. Sin embargo, en medio de tanto trasiego, fastos y oropeles, le volvió a visitar la tragedia. Años atrás le había sorprendido la noticia de la muerte de su padre mientras se hallaba en su gira de conferencias en la Argentina. Ahora el golpe se lo asestaba la muerte inclemente llevándose consigo a su hijo Julio César. Blasco no pudo asistir al sepelio, quedando doblemente afectado. De ello dejó testimonio en una misiva remitida a Huntington, el 26 de noviembre, y sellada en Otawa. Es decir, para entonces había cruzado la frontera de Canadá, según le confiaba a su querida Elena Ortúzar en otra carta del 27. En ella le informaba que se hallaba en Ottawa para dar una conferencia en un templo protestante y que, al día siguiente, saldría hacia Montreal. Se había visto obligado a cambiar su itinerario, pues era imposible desplazarse hasta Toronto, a causa de una epidemia de viruela. El caso es que se encontraba abatido: «Comprenderás mi estado de ánimo después de la muerte de mi pobre Julio. Además aún no he recibido ni una sola carta tuya. Voy como un sonámbulo de un lado para otro. Mis negocios marchan bien, pero me faltan ánimos». Quizá las sombras que se cernían sobre él se viesen mínimamente disipadas con la visita a las cataratas del Niágara. Aun así, a su familia remitió una postal, con la imagen coloreada de esta majestuosa belleza natural, manifestando su pena por la muerte de Julio.

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