Camino de Hollywood
Con la llegada del nuevo año Blasco emprendió de nuevo un itinerario que tendría como ansiado destino los estudios cinematográficos instalados en Hollywood, a la par que se desarrollaba la segunda parte de su gira de conferencias por los estados del Sur 119.
El 18 de enero se detuvo en Albuquerque, donde ofrecería una charla en el Liberty Hall, ante el capítulo local de la AATS 120. Antes de eso, él y su secretario, fueron guiados en excursión por un comité encabezado por el profesor universitario Roscoe Hill y del que formaban parte los señores Néstor y Anastasio Montoya, Frank A. Hubbell y A. R. Hebenstreil. En sendos automóviles, habida cuenta del interés del escritor por ver un rancho, se trasladaron hasta la granja Hubbell y a la Isleta, paraje este último que causó una grata impresión al autor, ya que por su colorido, su arquitectura, la presencia de indios y otras características geográficas le traía a la memoria sus recuerdos de Sudamérica. Tras la cena, organizada en casa del profesor Hill, los asistentes pudieron trasladar sus preguntas a Blasco, quien demostraba especial magnetismo con todos los allí reunidos. Sobre todo, destacó su opinión de que América del Sur seguía siendo la tierra de las oportunidades. En ella habían triunfado muchos alemanes, que aprendían el castellano en su país para viajar luego al otro lado del Atlántico. Sobre los Estados Unidos dijo que algunas de sus regiones se parecían mucho a otras de España, provocándole un gran orgullo que muchos anglosajones dominaran perfectamente el castellano 121.
El lunes 19 llegaba a la ciudad histórica de Santa Fe, en la cual buscaba reminiscencias del pasado hispano. De ahí su interés al visitar el museo local y la Library of Historian Benjamin M. Read por los fondos que le permitían acceder a un mejor conocimiento de la historia de la España colonial. Sobre todo, en el primer edificio sorprendió por su erudición incluso a los universitarios que le acompañaban. Cuando un sacerdote hizo sonar una campana que estaba expuesta como reliquia con varios siglos de antigüedad, emitió un veredicto tajante: aquello era falso. Bastó con darle la vuelta a la pieza para verificar cuándo y dónde había sido fabricada. De repente, su mirada se detuvo en unas pinturas con unas carabelas en las que supuestamente viajó Colón al Nuevo Mundo:
One glance was sufficient for the visitor to take it all in and to discover that the ships were not historically correct. He had made a study of ships of the Spanish navy throughout its history at one time when he was writing something in South America and pointed out that that type of caravel was not used by Columbus when he discovered America 122.
Mientras expresaba su intención de regresar el verano siguiente a Santa Fe con el fin de realizar un estudio que le serviría para escribir su novela del Sudoeste, el gobernador Benjamin F. Pankey lo invitó a un almuerzo en el hotel De Vargas 123. Tal vez, fue en uno de estos actos públicos donde el novelista recibió como presente otra bandera de la república norteamericana que, a su regreso a Francia, exhibiría en su despacho de Villa Kristy, en Niza, junto a varios objetos exóticos fabricados por los indios de Arizona y Nuevo México.
Su estancia en Tucson, el 22, fue breve; el tiempo necesario para impartir la conferencia «El espíritu de los Cuatro jinetes» 124. En cambio, su estadía en California iba a ser más duradera, de casi tres semanas, entre finales de enero y principios de febrero. Eso sí, nada más llegar a Los Ángeles, el 23, e impartir, para la sección local de Los Ángeles de la AATS, una nueva conferencia sobre la España moderna en el Clune’s Auditorium 125, las informaciones recopiladas en la prensa hacían alusión a sus problemas de salud: «Vincente Blasco Ibanez, Spanish author, is ill here» 126. Unas fuentes hablaban de un resfriado severo o de una gripe 127, otras apuntaban a una dolencia próxima a la neumonía 128. Este contratiempo le obligó a quedar confinado en su habitación del hotel Raymond, en Pasadena, y, con ello, a alterar su calendario de charlas. No obstante, tan pronto empezó a recuperarse, intentó recuperar el tiempo perdido. A finales de mes volvió a hacer gala de sus dotes para la oratoria en el auditorio de la Polytechnic High School, en Washington and Hope Streets, disertación para la que el público tenía entrada libre 129.
Pese a no haber desaparecido la afección gripal, se esforzó por sobreponerse a ella para satisfacer su curiosidad. Estaba demasiado cerca de los escenarios donde se rodaban los grandes films estadounidenses como para poder resistirse a visitarlos. De modo que estuvo en los Sixty-First Street Studios, en los que la Metro Pictures Corporation comenzaba a producir la adaptación cinematográfica de The Four Horsemen of the Apocalypse 130. Casi obvia referir los arrebatadores efectos que provocaron en su ánimo esos escenarios donde cobraba forma la ilusión cinematográfica: «At the movie city outside Los Angeles the Spaniard was a constant visitor at the studios. He saw the production at every stage in its development» 131. Blasco lo miraba todo con los ojos atónitos de un niño. De sus observaciones sobre la magia que transmitía Hollywood, bautizada como Camaleón City, dejó posteriormente testimonio descriptivo en La reina Calafia y en la novela corta Piedra de luna . Cómo le habría gustado ser partícipe de las invenciones que allí se gestaban. Iba a escribir escenarios y contaba con la indiscutible virtud de saber amoldarse a las opiniones ajenas. Estaba tan eufórico, que quienes le mostraban los estudios de la productora le tuvieron que hablar también de los prejuicios de la audiencia norteamericana, de las dificultades técnicas que interferían en cualquier rodaje. Pero si algo le sobraba a Blasco era capacidad de trabajo y carácter perseverante 132.
Vicente Blasco Ibáñez en Hollywood con June Mathis y Marcus Loew (Filmoteca Valenciana)
Además del cinematógrafo, la geografía californiana albergaba otros atractivos lugares a los que el novelista viajó en excursión. Al noreste de Los Ángeles, cerca de Arroyo Seco estaba la finca de El Alisal, cuyo propietario era el polifacético Charles Fletcher Lummis, gran protector de la herencia ancestral del Sudoeste americano. Blasco fue invitado a su casa, disfrutando de una comida típica de la primitiva California. El propio Lummis actuó como anfitrión, junto al cónsul de España, de otra recepción celebrada en el exclusivo Gamut Club, en 1044 South Hope Street, que en honor del célebre invitado y dada la condición de fraternidad artística y musical, dedicó la jornada a la música española, de la cual ejercía como renombrado representante para la ocasión el barítono Serafín Pla 133.
Blasco Ibáñez y Ch. F. Lummis en El Alisal (Lummis Papers, Colorado State University)
Coincidiendo con su estancia en la ciudad, se fundó el Centro Hispano Americano, agrupación de índole cultural integrada por mexicanos residentes en Los Ángeles y que nacía con pretensiones de establecer un vínculo fraterno entre los Estados Unidos y México. Blasco fue nombrado como su presidente honorario 134.
Aún emprendería con su secretario una gratificante ruta que le permitió reencontrarse con la arquitectura colonial española. Para eso se trasladó a Riverside, donde le reclamaban poderosos valedores como Frank A. Miller, promotor del hotel Mission Inn. Acompañado por el profesor de español Emile Mauler Hiennecey estuvo también en la misión de San Juan Capistrano, en la Mission Play y el Mount Rubidoux, escenario este último donde se levantaba una cruz dedicada a Fray Junípero Serra 135. Como era habitual en él, aparte del mero interés turístico, existía un propósito documental «in order to gather material for a novel which Senior Ibanez has in contemplation. The scene is to be laid in Mexico, and in that part of California where Spanish influence has been felt» 136.
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