Pese a que algún periodista ironizó al ver cómo Blasco fijaba un monóculo en su ojo derecho durante una de sus conferencias: «A monocled socialist» 59, hubo coincidencia general a la hora de efectuar una valoración tanto de su obra literaria como de sus ideales políticos. Sobre la primera, causaba perplejidad el hecho de que, mientras en los Estados Unidos figuraba entre los escritores más vendidos, en España no se le considerase un novelista de primer nivel. Quizá la causa de ello residía en una diferente percepción del hecho literario:
Spaniards are great sticklers for style: when they make literary criticisms they differentiate carefully between the man who writes well and the man who tells a story well. Over and over again I found this differentiation in the opinions of Blasco Ibañez gathered from among Spaniards, literary and otherwise. The attitude of mind prompting it was best summed up by a writer of Madrid, who said: «Vicente Blasco Ibañez is a good novelist, but a bad writer» 60.
En cambio, al otro lado del Atlántico se admiraba su narrativa porque en ella el autor había logrado insuflar su carácter dinámico y enérgico a sus propios personajes 61. Se destacaba la prolijidad de su pluma, así como el compromiso adoptado en sus novelas en defensa de los más humildes, cuyos defectos no dudaba en criticar, sobre todo la ignorancia, en tanto que contribuían a su degradación 62. Se le llegaba, en fin, a catalogar como el «portaestandarte del resurgimiento de la España moderna y portavoz de su robusta y sana literatura contemporánea». Así lo avalaban la virilidad de sus ideas, la exactitud descriptiva que podía producir los mismos efectos que un pincel o su profunda capacidad para penetrar en las grandezas y en las miserias humanas, representándolas con verdad y precisión de detalles 63.
New York Tribune , 15-11-1919
Caracterizado como personaje poliédrico, se le interrogó con avidez sobre las más diversas cuestiones. Si había llegado a la cumbre de la fama como escritor, lo más lógico era que se le preguntase sobre sus preferencias literarias o sobre la forma de encarar el proceso creativo. A lo primero respondió que el escritor al que reverenciaba era Victor Hugo, a pesar de la afinidad zolesca de sus relatos. En cuanto a lo segundo, Blasco reivindicaba la importancia de una tarea previa de documentación. Tras seleccionar el asunto a partir del que desarrollar la trama, debía impregnarse de la atmósfera en que iba a transcurrir el argumento. Para ello eran complementarias la lectura y la observación directa, actividades que podía llevar a cabo meses antes de empezar a escribir la historia proyectada. Precisamente, para respirar el mismo ambiente donde luego se moverían sus creaciones, había vivido experiencias peligrosas que seguro atraían la atención del público estadounidense y en cuya evocación, además, se cargaban las tintas por el camino de la exageración 64. Era cierto que, para escribir La horda , había acompañado a los cazadores furtivos en sus excursiones a medianoche a las reservas reales de El Pardo, exponiéndose a recibir las balas de los guardias. Si bien su amistad con el torero Antonio Fuentes le sirvió de gran ayuda para recrear las peripecias del protagonista de Sangre y arena , mucho más discutible era la posibilidad de haber vivido, con idéntico objetivo, con un grupo de espadas. Y la deformación se volvería completa al señalar que la redacción de Flor de mayo estuvo precedida por una experiencia de muchos meses como traficante de tabaco.
Tampoco contaba Blasco toda la verdad al decir que nunca tomaba notas 65. Aparte de los cuadernos conservados, su amigo, el compositor también valenciano, Manuel Penella, en entrevista concedida durante su viaje a los Estados Unidos, aseguraba estar en posesión de unos materiales que demostraban fehacientemente cómo se documentaba el novelista: «Y, en efecto, nos enseñó un cuadernito de apuntes para La horda y otro de La catedral , con las páginas garrapateadas por la mano nerviosa de uno de los maestros de la novela contemporánea española» 66. En paralelo, también sería posible contradecir otras afirmaciones tajantes como la relativa a su preferencia por la pluma y el rechazo de la máquina de escribir o el dictado:
Ibanez said he wrote with a pen. He could not think of using a type-writer or dictating.
«You can dictate a public speech or a lecture, or something like that», he said, «but you can’t dictate a novel. You have to write it. A typewriter is a great distraction. You couldn’t write poetry on a typewriter, nor a novel» 67.
Conforme la diabetes que padecía le provocó severos problemas oculares, el escritor se vio obligado a recurrir al auxilio de sucesivos secretarios, con lo que, limitada su autonomía para manejar la pluma, también él terminaría dictando sus historias, cada vez más condicionadas por un estilo con empaque más oratorio.
La curiosidad de los periodistas norteamericanos se extendía más allá de las ideas blasquistas sobre la creación literaria, sobre una concepción que ponía el acento en el propósito social del arte 68, y desde su entronque con la estética realista, se hallaba tan alejado de la tendencia al arte por el arte como de los rupturismos vanguardistas 69. Existía un notable interés por conocer las impresiones sobre los Estados Unidos de este ilustre visitante cuyo radicalismo político se centraba más bien en haberse rebelado contra la tiranía medieval de la Iglesia y la monarquía, y en expresar con implacable coraje sus convicciones, que en comulgar con cualquier doctrina socialista, bolchevique y anarquista 70. La suya iba a ser, sin duda, una opinión acreditada, pues la avalaban no solo su larga experiencia viajera, sino también los conocimientos adquiridos a través de la lectura y las conversaciones con diversos americanos. Aun así, lo que vio al llegar a Nueva York le impresionó mucho más que lo que había imaginado unos meses antes leyendo, durante seis horas al día 71, todos los libros que pudo encontrar sobre «América del Norte», como él solía referirse a los Estados Unidos 72. ¿Qué decir sino de la gran metrópoli?:
It was like a city of giants as I came into the harbor. The skyscrapers were superb, immense, and, after that, the harbor, with so many vessels it was tremendous. When I realized all this was the work of men it made me proud I was a man. I know all the great ports of the world, but none makes an impression to compare with this 73.
Luego, al transitar por las calles de la ciudad, el orgullo se había transformado en deseo de trasladar su residencia: le gustó tanto, que seguro que se compraba allí una casa 74. El entusiasmo de Blasco parecía no tener límites. Se reflejaba al enjuiciar las singularidades de la urbe moderna, y meses después se reeditó en uno de sus más famosos artículos: «What I have learned about you Americans», magníficamente remunerado, al hablar de los grandes espacios, de las maravillas naturales que atesoraba la geografía estadounidense: «the Grand Canyon of the Colorado, the changing fantastic solitude of Arizona and New Mexico, the glory of California» 75. Pero, además, trascendía a lo físico y externo, para tornarse enardecida admiración hacia el espíritu de todo un pueblo: «you are the hope of the years to be; that without you all Europe is like an old man, gray and shaken with weakness. You are the youth of the world» 76. A consecuencia de la intervención norteamericana en la Gran Guerra se había plasmado el reajuste de las fuerzas actuantes en el orden mundial, evidenciándose dos realidades fundamentales: que el poder del hombre instalado en la Casa Blanca excedía con creces al de todos los monarcas del mundo juntos y que, a partir de entonces, los Estados Unidos no eran únicamente la nación del dólar, sino que, para la historia de la humanidad, se habían significado también como un pueblo de idealistas.
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