Paul Mason (2016) señala que la permanencia de este conflicto se agudiza a finales del siglo xx. En consecuencia, los cambios en el mundo del trabajo, como plantea Antunes (2000), sufren una transformación en la composición laboral, con un aumento considerable de los trabajadores en la participación del sector terciario de la economía. Por otro lado, el estudio realizado por Piketty (2013) determina cómo la riqueza originada en el pasado se recapitaliza a mayor velocidad del crecimiento de la producción, por lo tanto, de los ingresos. En este sentido, la sociedad global se enfrenta a una crisis con implicaciones en el mundo trabajo digno en condiciones de estabilidad y en la desigualdad.
En contraste, las crisis recurrentes del modelo económico actual, que inician en el siglo xix, han producido alternativas que hacen posible mejorar las condiciones de los trabajadores, ejemplos de ello se encuentran en experiencias históricas como el mutualismo y el cooperativismo, entre muchas otras. En el caso de América Latina, las resistencias históricas de los pueblos indígenas, campesinos y comunidades organizadas urbanas, motivadas por la necesidad o las prácticas de vida, generaron experiencias económicas asociativas propias como respuesta a la colonización y al capitalismo, ofreciendo formas organizativas y novedades epistémicas, con implicaciones en los territorios y la realidad social.
El surgimiento de esta diversidad de experiencias sugiere paradigmas emergentes a comienzos del siglo xxi que suponen una renovada mirada epistémica en la denominada ess (Chávez y Monzón, 2018). Para Collin (2008), sectores sociales en el mundo vienen planteando la necesidad de impulsar otra economía, afirmación que realizan redes, movimientos y proyectos que tienen como finalidad, la reproducción de la vida en la economía.
La reproducción ampliada de la vida, como plantean Hinkelammert y Mora (2003), como el derecho a vivir todas las vidas en plenitud, incorporando aspectos de accesibilidad y disfrute pleno de condiciones materiales, que sustentan todas sus dimensiones, según las necesidades axiológicas, constituyen el derecho fundamental a una subjetividad liberadora y, por consiguiente, a una ciudadanía íntegra, el punto nodal en la defensa de la vida ante un modelo económico que la destruye (Elizalde, Max Neef y Hopenhayn, 1998).
Hinkelammert y Mora (2003) señalan que la satisfacción de las necesidades hace posible la vida independiente a los gustos de una persona o una colectividad, su factibilidad se trata del respeto al marco de satisfacción de necesidades, pero para satisfacerlas debe haber un entorno de posibilidad. También señalan que estas necesidades no se refieren exclusivamente a aquellas que garantizan la subsistencia física, biológica de la especie, pero desde luego la incluyen. Se trata entonces de las necesidades antropológicas materiales, afectivas y espirituales, sin cuya satisfacción la vida humana no sería posible.
En este sentido, Hinkelammert y Mora (2003) agregan que el punto de partida de toda reflexión teórica es el reconocimiento como un ser natural y social necesitado, el ser humano llega a tener derechos. Por tanto:
Un modelo de economía para la vida sería la ciencia que estudia la reproducción de la vida humana en sociedad a partir de la reproducción de las condiciones materiales de la vida (ser humano y naturaleza). Su campo de acción es el estudio de los procesos económicos (producción y consumo) y estos en relación con el medio ambiente natural: buscando armonizar las condiciones de posibilidad de la vida en sociedad con el entorno natural del cual los seres humanos también somos parte. (Hinkelammert y Mora, 2003, p. 6)
Los modelos sociales –y, por tanto, los modelos económicos de producción– son formas históricamente concretas de organizar el trabajo, es decir, la división social del trabajo. Por ello, el proceso del trabajo es una acción humana cuyo resultado es una condición material, ningún proceso de trabajo individual puede ser considerado de manera aislada, sino se hace dentro de entorno social de posibilidad, es decir, enmarcado en su tiempo histórico en la relación trabajo-capital plasmado en la división social del trabajo.
Por tanto, Hinkelammert y Mora (2003) señalan que una economía para la reproducción de la vida juzga a la libertad humana de sus posibilidades de vida o muerte: el ejercicio de libertad es solamente posible en el marco de la vida humana posibilitada. Su punto de partida es la coordinación del trabajo social y de los criterios de factibilidad de las múltiples actividades humanas necesarias para producir un producto material que permita la supervivencia y el desarrollo de todos, a partir de una adecuada satisfacción de las necesidades humanas.
Ante esto, Coraggio (2013a) propone una alternativa de categorización desde las economías empíricas, valiéndose de la riqueza epistémica y de experiencia histórica de la ess. Esta debe ser entendida como una propuesta de economía del trabajo, siendo una estrategia de transformación de prácticas, instituciones y relaciones que se llevan a cabo en el ámbito de la economía popular para obtener condiciones reales de sostenibilidad y progreso a nivel de los territorios locales; de esta manera, se procura transitar de una economía mixta capitalista hacia una economía mixta de trabajo orientada por la asociatividad y la solidaridad, que supere el enfoque tradicional de la economía del trabajo en la cual se genera riqueza social en condiciones de competencia y en función de la productividad globalizada con tendencia a la disminución del empleo estable y de calidad basada en otra racionalidad cuya finalidad es la vida sostenible, concreta y real.
De acuerdo con lo anterior, se observa que la construcción de otra racionalidad económica que salga de la pulsión de acumulación y explotación supone un cambio mayor en las relaciones de poder: “Un proceso no solo de construcción de lo nuevo, sino de reapropiación de recursos y capacidades que el sistema capitalista ha enajenado: la naturaleza como proceso, el conocimiento como proceso, la autonomía de los trabajadores y el espacio público” (Coraggio, 2009, p. 156).
Economía social y solidaria y pandemia
En este sentido, la pandemia de la covid-19 aceleró y globalizó la crisis estructural del modelo económico planetario basado en la acumulación de capital a costa de la explotación de las personas y del entorno natural. Como se mencionó en el apartado anterior, distintas racionalidades económicas se plantean a favor de la reproducción de la vida en América Latina, por ejemplo, las que se abordarán en el análisis de este capítulo: la economía social, la economía solidaria y las economías populares.
En términos generales, la economía solidaria se deriva de la economía social, pero con el término “solidaria” se acentúa un enfoque más crítico al sistema económico hegemónico y pone énfasis en la necesidad de proteger la vida de las personas y el hábitat natural, a partir de la construcción de proyectos que impactan las economías locales y las comunidades históricamente empobrecidas por la acumulación de capital, por ejemplo, en las zonas rurales e indígenas de Latinoamérica.
Cabe señalar que en las regulaciones en América Latina aparece la economía social, la economía solidaria o bien la economía social y solidaria para identificar a las formas asociativas que se han descrito. Por ejemplo, para los casos de este capítulo, en México se conoce economía social y solidaria y en Colombia se reconoce legalmente a estas iniciativas como economía solidaria.
Dicho lo anterior, aparece la economía social y solidaria como parte de las economías transformadoras, que tienen como motor la reproducción ampliada de la vida, como “otra” racionalidad que se distingue de la racionalidad capitalista en sus postulados. Así mismo, la economía social une dos componentes económicos que han permanecido separados en la economía de capital: el trabajo y la propiedad, en las experiencias de economía social y solidaria los trabajadores son socios y propietarios de sus organizaciones económicas, los medios de producción y de los excedentes que generan.
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