Fernando Martín Polo - Simón de Rojas Clemente

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Simón de Rojas Clemente y Rubio (Titaguas, 1777-Madrid, 1827) es un referente para la ciencia de la Ilustración española. Inicialmente encaminado a la profesión eclesiástica, se enriquece con el estudio del naturalismo, particularmente de la botánica (fue alumno de Cavanilles). Amplió sus estudios en París y Londres, y realizó un viaje por Andalucía que le permitió realizar su «Historia natural del Reino de Granada». Fue bibliotecario del Jardín Botánico de Madrid, y después de años de investigaciones y penurias, fue diputado en las Cortes durante el Trienio Liberal. Con la llegada de los Hijos de San Luis, hasta que lo reclamó el rey para acabar la historia de Granada, siendo también elegido director del Jardín Botánico de Madrid. De esta manera, Rojas Clemente se perfila como un sabio ilustrado sin fronteras.

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No pienso, sin embargo, que los franceses influyeran tanto en el liberalismo español en el tiempo que estuvieron en España como se ha dicho; en todo caso la guerra fue el espolón que emprendió el planteamiento que tanto en las Cortes de Cádiz como en los afrancesados hubo de hacerse para acabar con el Antiguo Régimen de una manera real y no latente como existía en la clase intelectual en el seno de la Ilustración.

Tampoco vino de repente el afrancesamiento de muchos intelectuales pues los partidarios de Godoy ya lo eran antes de la guerra –sobre todo a partir de la batalla de Trafalgar, en 1805– ya que el primer ministro 64 tenía como aliado a Napoleón, y como veremos en una carta de 1803, Clemente también se muestra afrancesado avant la lettre .

Con lo antedicho vemos el contexto histórico-literario y político en el que se desarrolla la vida de Clemente. Nacido en 1777, lo hace en plena ebullición ilustrada pues; si nos fijamos, en esos años –y en los siguientes– se publican muchos tratados filosóficos, científicos y literarios, algo que no es de extrañar pues estamos, como aquél que dice, en vísperas de la Revolución Francesa. En ese año gobierna en España Carlos III, un rey ilustrado tenido además como déspota ilustrado (“Todo para el pueblo pero sin el pueblo”) por la historia aunque, como opina Francisco Aguilar, hablemos mejor de reyes absolutos pues este rey, al igual que su hijo, era querido por el pueblo; en fin, su mandato acaba un año antes de la Revolución Francesa y su hijo Carlos IV ya llega con la obsesión de que esa revolución no se extienda en su reinado por lo que tiene de peligrosa para la monarquía que él representa teniendo como referencia la francesa que, aparte de ser depuesta, cortará la cabeza de su primo Luis XVI, y él, por supuesto, teme el mismo fin. Es en ese momento cuando en España empieza una represión implacable contra el que es culto y a la vez crítico a quien se le acusa de afrancesado, prohibiéndose todo libro que venga del país vecino o su traducción, así es que, en adelante, cualquier ilustrado está bajo sospecha. Con el tiempo Simón de Rojas no iba a ser una excepción.

1.3. CONTEXTO CIENTÍFICO EN EL QUE SE FORMÓ SIMÓN DE ROJAS

1.3.1. La Universidad española a fines del siglo XVIII

Interesa hablar de la Universidad española por cuanto el paso a las luces a nivel general debía pasar por la educación. Es más, cuando por ley no podía reformarse algo, los ilustrados creían ver en la educación “una oportunidad pacífica para realizar cambios en la sociedad española evitando de paso cualquier tipo de violencia social” 65 . Esta educación debía ser para todos pero cada uno en su sitio, o sea, era clasista como ya hemos visto que predicaba el mismo Diderot; cada clase debía recibir lo que su sector social requería; así, para la clase baja se buscaba el perfeccionamiento de la mano de obra, tanto en las primeras letras como en la formación profesional. A cada clase, pues, unos contenidos instructivos (instrucción era la palabra clave); a este respecto interesa decir que uno de los objetivos de los ilustrados era que la Universidad enseñara a las clases dirigentes del país más que al pueblo en general con el fin de que éste fuera mejor dirigido. Y en todas las etapas la educación debía cambiar en su continente (en su pedagogía) y en sus contenidos. Todo ello llevaba consigo que la educación, en general, se considerara ya tarea del Estado; por primera vez en España en el siglo XVIII el Estado toma las riendas de la educación de manera oficial en un intento de homogeneizar la enseñanza (o instrucción) en todo el país con la ayuda de la Iglesia 66 .

No sabemos cuál era la valoración de Simón de Rojas de la Universidad española ya que no emite ningún juicio sobre ella en ningún momento; veladamente critica los estudios teológicos que eran los más divulgados en España, estaban en todas las universidades, “en algunos casos eran los únicos existentes” y “no obedecían a un plan establecido, sino que se limitaban al conocimiento de los tratados más famosos, los autores más reconocidos y los sistemas más universales dentro de un ambiente de predominio escolástico” 67 .

Más o menos es lo que nos dice Simón de Rojas al afirmar que “me procuraban atraer a su bando los suaristas, tomistas y jansenistas, trayéndome cada uno sus libros favoritos, que devoraba con indecible anhelo, aunque ninguno satisfacía mi afición” 68 , aunque no nos aclara por cuál de estas corrientes se decidió al final (dada su evolución debió ser por los jansenistas) pues en un momento dado tenían que definirse por una corriente “con la obligación moral de permanecer fieles toda su vida a la escuela escogida” 69 . En verdad la realidad universitaria española dejaba mucho que desear, se impartían títulos pero se salía de allí sin saber prácticamente nada y para saber de verdad –incluso de la carrera cursada en la Universidad– había que acudir después a otras instituciones u organizaciones sobre todo en las disciplinas puramente científicas. Ésta era la tónica de las más de treinta universidades españolas del siglo XVIII, algo que es comprensible dado que esta institución estaba en manos de la Iglesia y la reforma y la secularización de la misma (de la cultura y de la ciencia) tenía que solventar primero el obstáculo eclesiástico, en donde siempre se topaba.

En todo aquel mare mágnum cada Universidad tenía sus propios planes de estudios donde la química, la física, las ciencias naturales –todas ellas ciencias innovadoras– entraban escasamente (la botánica y la química se enseñaban dentro de la medicina y la física experimental luchaba por entrar en las facultades de artes) a pesar de las reformas emprendidas desde los años 1770. Las facultades de medicina son las que más sufrieron el acoso de la escolástica por ser de enseñanza práctica y estar consideradas de segunda categoría, al final si alguien quería ser cirujano tenía que salir de esta institución para entrar en otra como el Colegio de Cirugía de Cádiz. Ante todo ello, ante lo mal que funcionaban, por añadidura, los colegios mayores con su corporativismo y sus prebendas, se imponía la reforma tan deseada por las mentes más preclaras (Mayans, Campomanes, Olavide, Pérez Bayer...) para estar a la altura de Europa con el objetivo primordial de que la enseñanza fuera secularizada pero esta reforma se quedó en un intento. Intentos de reforma, aunque tímidos pero intentos al fin y al cabo, sí que los hubo como sucedió en Valencia cuando fue suprimida la Universidad por ser partidaria de los Austria y no de Felipe V; la nueva fue concebida con tintes reformistas 70 .

Ni siquiera al transcurrir el XVIII se avanzaba apenas; “las reformas son mínimas. Apenas unos retoques en la disciplina y la aceptación de nuevos textos, ninguno revolucionario” 71 . Bajo el gobierno de Carlos IV era algo mejor que en los anteriores reinados; fue en la que se formó Clemente y los profesores que veremos que citará en sus memorias, Cister y Galiana, estaban, sin duda, entre las individualidades que destacaron en Segorbe y Valencia respectivamente, pero los acontecimientos revolucionarios franceses supusieron un freno importante a cualquier innovación comenzada, como igualmente frenaron la creación de la Academia de Ciencias, lo que potenció la importancia del Jardín Botánico de Madrid. Incluso se llegaron a suprimir las cátedras de Derecho Natural en 1794 para no enseñar a Rousseau ni a Montesquieu.

En fin, la resistencia eclesiástica fue total. “Los conservadores clericales españoles tenían en cierto modo razón al afirmar que una Ilustración ‘sin peligro’ era imposible” pues la base de su ideología era racionalista y hasta negaba la Providencia Divina; y eso que los ilustrados españoles se declaraban respetuosos con el dogma, e incluso contaban con clérigos (caso de Feijoo). A pesar de todo la Iglesia española no pudo de ninguna manera “preservar las mentes de los hombres de la herejía moderna” 72 ; la Inquisición y la censura real sí que impidieron que estas ideas se expusieran en público, pero el mismo afán del estamento eclesiástico por prohibir los textos deístas o filosóficamente naturalistas produjo el efecto contrario. Los ilustrados saltaban, pues, las barreras de las fronteras y siempre tuvieron acceso a los libros prohibidos del tema que trataran, por ejemplo a la Enciclopedia como también hemos visto.

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