Fernando Martín Polo - Simón de Rojas Clemente

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Simón de Rojas Clemente y Rubio (Titaguas, 1777-Madrid, 1827) es un referente para la ciencia de la Ilustración española. Inicialmente encaminado a la profesión eclesiástica, se enriquece con el estudio del naturalismo, particularmente de la botánica (fue alumno de Cavanilles). Amplió sus estudios en París y Londres, y realizó un viaje por Andalucía que le permitió realizar su «Historia natural del Reino de Granada». Fue bibliotecario del Jardín Botánico de Madrid, y después de años de investigaciones y penurias, fue diputado en las Cortes durante el Trienio Liberal. Con la llegada de los Hijos de San Luis, hasta que lo reclamó el rey para acabar la historia de Granada, siendo también elegido director del Jardín Botánico de Madrid. De esta manera, Rojas Clemente se perfila como un sabio ilustrado sin fronteras.

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En todo caso, ciñéndonos ya al problema de la historia terrestre, el punto de partida fue siempre la Biblia. En ella estaba narrada la historia de la Tierra, y a ella tenía que acudir necesariamente el científico cristiano, tanto católico como protestante. Para los cristianos la Escritura era la fuente primera de conocimiento del mundo. Otra era la misma naturaleza, en cuanto creada por Dios, pero ésta era interpretada con las lentes previas que aportaba la narración de los Libros Sagrados. El conocimiento de dicha narración es, pues, imprescindible para conocer el punto de partida así como las dificultades que podían encontrar los esfuerzos de racionalización del relato bíblico 81 .

A causa de todo ello, tras la Contrarreforma, la polémica entre la teología y la ciencia estaba servida, donde sólo los teólogos podían ganar a causa de la existencia de la Inquisición, sin embargo, donde esta institución iba desapareciendo, la posición de la razón era la que prevalecía. Para que se entienda bien, se puede hacer un paralelismo entre el avance de la Ilustración y el de la aceptación de las ideas críticas a lo que dicen las Escrituras sobre diversos puntos.

Era frecuente además –sobre todo en España– que los científicos fueran clérigos, lo que significaba que no se planteara, en general, dudas de fe a causa de la defensa de las posturas cientifistas. Pero, a pesar de ello, se puede afirmar que era obligado creer (de lo contrario se entraba en conflicto con la Iglesia) que las petrificaciones y la fosilización de cuerpos marinos fue obra del diluvio así como la aparición de diversas montañas, acaecidas por la misma causa 82 . Este tema venía de antiguo, siendo más polémico entre los siglos XVI y XVIII todo lo referente a la explicación de la historia de la Tierra.

De todas maneras, como decía, el lenguaje iba siendo más abierto y aperturista a medida que avanzaba el siglo de las luces y principiaba el siguiente. Bowles es un ejemplo de ello al escribir y publicar al hablar de las petrificaciones de Murcia y Mula: “Yo, solo por decir algo, pero con desconfianza, diría que la violencia de las aguas del Diluvio arrancó del fondo del mar estos cuerpos desconocidos, para dejarlos depositados en las tierras” 83 (obsérvese que se dice todo esto “con desconfianza”); y Cavanilles, en un manuscrito del Jardín Botánico de Madrid, afirma que

la verdad ha de prevalecer sobre las opiniones [...] Las ciencias naturales han de concordar con los hechos para que sean perfectas, de estos han de partir los principios generales [...], por lo mismo no son reprehensibles los que generalizaron los seres que conocieron, sino los que se obstinan en adoptar las máximas antiguas contra los datos que nos suministran los nuevos conocimientos 84 .

Sin embargo –que sepamos– Cavanilles no hizo pública esta manera de pensar aunque sabemos que, como ilustrado, pensaba así. Parece ser que no pensaba del todo de esta manera José Cornide, un contemporáneo del botánico valenciano, pues en su Descripción física de España (1803) dice del hierro que “en esto se conoce la providencia del Ser Supremo, que ha querido que la materia más necesaria para los usos de la vida la hallasen los hombres tan a mano” 85 . La acción divina como justificante de la abundancia de la materia.

En la obra de Simón de Rojas (particularmente en el Viaje a Andalucía ) se vislumbra un talante ilustrado al tratar la historia terrestre pero con reminiscencias igualmente del pasado, no sabemos si por miedo a la imposibilidad de publicar la obra (a lo que me inclino; él estaba, además, muy al tanto de la polémica) o por el desconocimiento de algún dato (en ese caso, lo mejor sería contemporizar; una manera también de quedar bien con todos). Así, es tradicional y hasta simple la afirmación de que los terremotos “se sienten principalmente en los días antes de mudar el sol de signo” 86 , sin embargo hace suya la afirmación de que las pizarras vienen del agua pero toma distancia (en boca del abad de Baza) ante la clásica explicación del diluvio como causa de la formación de las mismas al afirmar dicho abad en una carta a un cura: “Si esto se hizo o no en tiempo del Diluvio es asunto ajeno de esta carta” 87 . O sea, en realidad ni el abad ni Clemente creían en la acción del diluvio hasta ese punto (y el de Titaguas, pienso que sólo como metáfora creía en él; afirmación que hago a raíz de un proceso inquisitorial que se le abrió), pero no afrontan el problema directamente; más abajo –misma página– Clemente admira al abad precisamente por haber escrito (aunque no se publicara) esto y mucho más cuando no se sabía nada en España de historia natural y que “si hubiera vivido en otras circunstancias” se habría hecho inmortal, o sea, si hubiera vivido en tiempo de más libertades, en el tiempo de las luces, como el propio Clemente creía que ya estaba; pero que él mismo ese año de 1805 –el día 29 de mayo concretamente escribió esto– se iba a dar cuenta de que no había llegado aún, pues fue procesado por la Inquisición de Sevilla unos meses más tarde, el 21 de agosto en concreto; desconocemos el contenido del expediente por haber sido destruido por los franceses, pero seguramente por haber dicho cosas parecidas a las afirmadas por el abad. Posiblemente pensaba que –bien relacionado además con el poder (Cevallos, Godoy)– podía decir lo mismo que hemos visto que escribió su maestro Cavanilles, pero, eso mismo, el discípulo todavía no podía decirlo. No voy a redundar en ello pues entraríamos en lo que vendrá más tarde, sólo quiero destacar aquí que Clemente creía que las luces ya estaban instaladas en España en el quicio de los siglos, donde la apertura le pareció clara, sin embargo no era cierto por el poder de la Iglesia y por los distintos vaivenes políticos que hacían perdurar el Antiguo Régimen 88 .

Siguiendo con la admiración que le produce el abad (admiración que también testifica en el Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía 89 ), es preciso citar esta opinión de Clemente: “No se juzgan en nuestro país dignas de un hombre de seso las ocupaciones naturalistas, mucho menos de un eclesiástico” 90 , lo que da idea de las dificultades que entrañaba el estudio del naturalismo en la España de finales del XVIII. No obstante lo dicho, Cavanilles –quizás por ser él– puede considerarse el primero en investigar y en publicar en España (en sus Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reino de Valencia [1795-1797]) resultados independientes y libres del peso de la religión, con conclusiones sin tomar como punto de partida la Biblia, “no alude ya al diluvio al interpretar los fósiles” 91 . No creo que Clemente u otros podrían haber hecho lo mismo en los mismos años.

Lo cierto es que, poco a poco, las Sagradas Escrituras iban dejando de ser en el siglo XIX el punto de partida de todo; éste pasaba a ser “el dato obtenido de la observación [...] Para los científicos creyentes, y en particular para los que eran clérigos, el esfuerzo se dirigió ahora a reinterpretar adecuadamente la Biblia a partir de los datos de la ciencia” 92 .

1.3.3. Instituciones y botánicos

Pero Simón de Rojas ya no vivió esta época, le tocó vivir el Antiguo Régimen –excepto el paréntesis del Trienio Liberal– con todo lo que llevaba consigo, lo cual significa que estudiar la historia terrestre era, pues, problemático; la botánica, en cambio, no planteaba esas dificultades, puesto que la Biblia no contaba su historia. Lo cierto es que la botánica (y la química) siguió su camino en España y los historiadores resaltan el periodo para subrayar el gran impulso científico que se experimentó en nuestro país. Así es que voy a citar, sin ser exhaustivo y a la par que se habla de las instituciones y los botánicos, la producción más importante en el tiempo que se formaba nuestro D. Simón en materia de botánica pues esas obras fueron definitivas en el desarrollo de su formación científica; igual que el material que se iba incorporando a los jardines científicos, del que hay que destacar el traído de América sobre todo. La parte correspondiente al siglo XIX será precisamente lo publicado por el biografiado y su círculo.

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