Esta producción literaria es muy grande e importante, quizás podemos caer en el tópico de decir que es única en el caso de la historia de España (afirmación más discutible, sin embargo, para el resto de Europa) pues al fin y al cabo, tal vez aún no se ha estudiado bastante este aspecto como ya hace unos 40 años apuntaba Jean Sarraihl al afirmar: “No vaya a buscarse aquí, pues, una historia de las ciencias a finales del siglo XVIII; nos faltan los conocimientos necesarios para emprenderla de manera eficaz” 93 . El contexto español sí que puede entrar, pues, dentro de los parámetros de ser considerado como histórico en el desarrollo de las ciencias en general y la botánica en particular, incluyendo el primer tercio del siglo XIX en esta aseveración.
Hacia 1750 hay que destacar el ambiente que se formó en España en torno a la química y a la botánica. Y si se produce esta ilusión por las ciencias es gracias al entusiasmo que unos principiantes van a poner en seguir unos procedimientos científicos y un enriquecimiento que venía, sobre todo, del extranjero. Esta ilusión la heredará otra generación de entusiastas del saber entre los que se encuentra Clemente.
De esos principios, el Jardín Botánico de Madrid es la institución que más nos interesa para la biografía que tratamos, cuyo precedente es otro creado en Migas Calientes en 1755 (Madrid) y cuyo primer catedrático fue José Quer –el segundo catedrático lo fue Minuart– avalado por José Hortega a quien se le nombró subdirector del mismo (los tres eran militares). Nombro a Hortega por ser el hombre influyente del momento, el cual lo que deseaba a la postre era que el Jardín se convirtiera en el futuro en la Academia de Ciencias; era el tío de Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) quien será citado en bastantes ocasiones.
El principio organizativo del establecimiento comienza con la Real Orden de 17 de octubre de 1755 donde se indica que el Jardín Botánico sería dirigido por un intendente o director, cargo que recaía en el presidente del Real Tribunal del Protomedicato 94 ; el subdirector sería el presidente de la Real Botica; los dos estaban integrados, en razón de sus cargos, en la Real Academia Médica Matritense; en 1783 se redactan los primeros estatutos y el intendente, de designación regia, dirigiría el Jardín. En sus comienzos tuvo también sus problemas de competencia tanto a nivel interno (no estaban claras las responsabilidades de los cargos directivos y los docentes), como externo (al chocar con las competencias de otros organismos, como el Gabinete de Historia Natural); aunque importa decir que su creación fue motivada por un interés docente científico y de investigación solamente.
A José Quer (muerto en 1764) le sucede Miguel Barnades y a éste Casimiro Gómez Ortega (de 1771 a 1801) quien intenta reformar el funcionamiento del centro, convertirlo en una especie de Academia de Ciencias sólo controlable por el Secretario de Estado o por el Sumiller de Corps y no por el Protomedicato ni por la Real Botica. El intento (1780) se quedó a medio camino pues si bien el Jardín quedó facultado para la formación de boticarios al impartir una docencia científica, su ambición (quiso abarcar otros campos de la sanidad pero sin ser capaces de confeccionar una docencia eficaz para los farmacéuticos) llevó a que se quedaran apartados de la enseñanza de la Farmacia en 1799, cuyo liderazgo lo reasumió la Real Botica, aunque las reformas emprendidas más tarde en esta institución fueron comenzadas por estos farmacéuticos-botánicos. El botánico llegó a ser, pues, “un sanitario especializado, con unas prerrogativas sociales conseguidas por el hecho de sus estudios” 95 . La relación del Jardín (o de los jardines) con los medicamentos es un hecho, incluso en el primer tercio del siglo XIX; los estudiantes se beneficiaban y pagaban los conocimientos adquiridos, con lo que económicamente se dependió mucho de ellos.
Como consecuencia de lo dicho es fácil deducir que la docencia cobra especial importancia, sobre todo a partir del traslado del Jardín al Prado en 1781; después se puede decir que los más importantes botánicos (o boticarios) pasaron por el establecimiento; fue el caso de Clemente. No obstante es preciso decir que otros jardines también siguieron los pasos del de Madrid; el de Valencia, por ejemplo, empieza a construirse en 1798 y el de Zaragoza dos años antes pero ninguno tuvo la importancia, ni de lejos, que tuvo el madrileño.
No voy a entrar en detalles de los viajes a las Indias, aparte de nombrarlos de pasada más adelante, pues nos interesa lo acaecido en la metrópoli sobre todo, donde, en sentido estricto, la dirección de las ciencias naturales se la disputaban el Jardín Botánico de Madrid, el Gabinete de Historia Natural y la Real Botica. “El Jardín y el Gabinete eran centros complementarios y no competitivos [...], uno se dedicaba a las plantas y otro a las demás ramas del mundo natural” 96 , lo que pasa es que el Gabinete no se politizó tanto a causa de que no hubo personas ansiosas de poder como G. Ortega. Su sucesor, Cavanilles, no abusó de esas componendas (algún comportamiento sospechoso en este aspecto también tuvo 97 ) y ya en el Jardín se practicó únicamente la ciencia; esta época y las siguientes irán apareciendo a lo largo del trabajo.
Visto el componente institucional de una manera generalizada, pasemos al contexto relacionado con el avance de la botánica, no exento de contenido humano y tampoco de polémica política. Del extranjero entre los botánicos relevantes del setecientos y que marcarán las ciencias naturales en general y la botánica en particular, debemos nombrar de forma ineludible al francés Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708) quien, entre otras cosas, aportó la creación de una clasificación donde bajo un mismo género se agrupaban plantas con las mismas características de flor y fruto utilizando frases breves pero rigurosas. Carlos Linneo (1707-1778) en su Philosophia Botanica (1751) detalla las reglas que debe seguir la denominación de las plantas; con similitudes al sistema de Tournefort: se definen por el género caracterizado por otra palabra que es la especie (todo ello en latín), y que concretará en un intento de catalogar todas las especies del mundo en Species Plantarum (1753). Naturalmente Linneo va a ser el botánico de referencia en los años posteriores, el que definirá la ciencia botánica en España y fuera de ella. Como es normal, bajo su influencia científica se trabajó en el Jardín Botánico de Madrid.
Tras la muerte de Quer se adopta el sistema de Linneo y de 650 especies en 1772 se pasa a 1.500 en 1778. La botánica va siendo, cada vez más, una disciplina científica después de la inauguración del nuevo Jardín Botánico del Prado en 1781. Y también la flora americana era estudiada por los discípulos del Jardín, todos eran viajeros y botánicos: Ruiz, Pavón y sobre todo José Celestino Mutis (el alumno más aventajado que tuvo el Jardín antes del traslado a Madrid), pero también Humboldt y el mismo Gabinete estudiaron la flora de las Indias.
El material traído de América fue de especial importancia con la labor de médicos y botánicos por encontrar fármacos a raíz de las plantas medicinales y por el trabajo desarrollado en Madrid. Quer, Gómez Ortega, Mutis... trabajaron en este campo, fruto de lo cual fue la edición de 1762 de la Pharmacopea matritensi y las tres ediciones de la Pharmacopea hispana (1794, 1797 y 1803). El impulso en los avances botánicos se produjo sobre todo con la llegada de Löfling a Madrid –discípulo de Linneo– y será un estímulo que aprovecharán Joan Minuart, José Hortega, José Quer y Cristóbal Vélez, quienes de esta manera tendrán un conocimiento del sistema linneano, sistema que no se adoptará de inmediato (al respecto hay que citar el caso de Quer quien continúa con el de Tournefort en su Flora española [1862-1864]; tampoco José Manuel Gascó cambia el sistema en sus clases de Valencia), sin embargo, en adelante, la botánica se va especializando más, con técnicas disciplinarias, y Miguel Barnades publica en 1767 sus Principios de botánica . Mutis, discípulo de Barnades, herboriza de Madrid a Cádiz, desde donde parte para América; allí estudia la flora americana con mucha atención y en Santa Fe de Bogotá se hace sacerdote pero no por ello deja la medicina (que también era lo suyo), y además entra de lleno en la botánica, escribe Arcana de la quina ; no publica, sin embargo, la Flora de la Nueva Granada pero prepara un herbario de cerca de siete mil dibujos coloreados que merecen la felicitación de Linneo (quien le dedicará el género Mutisia ) y la amistad de Humboldt.
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