Tras su muerte fue tarea complicada distribuir la herencia, como fue complicado hacerle un elogio, tanto que no se llegó a hacer; Gómez Ortega se ofreció –aunque parezca difícil creerlo– pero no parece que tuvo tiempo para hacerlo; a Zea, a quien el ministro de Estado le solicitó el “Elogio histórico”, le pasó algo parecido pues en 1808 lo tenía casi ultimado pero la entrada de los franceses hizo que no se pudiera acabar. En 1826 la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia convocó un concurso para premiar al mejor elogio; fue ganador José Pizcueta y Donday (catedrático de Botánica y Materia Médica) y se publicó el año 1830; el tono del mismo es realmente laudatorio 115 . Antonio Franseri, médico de Cavanilles, escribió de él (24-5-1804) que “supo cultivar un amigo desde su niñez hasta el último momento de su vida” 116 . Es un bonito elogio.
Una conclusión general de todo lo dicho debe hacerse diciendo que Antonio José Cavanilles inculcó en este grupo lo que González Bueno llama la pasión por la ciencia. Con respecto a nuestro biografiado además hay que notar los paralelismos citados en cada momento entre su vida y la de Cavanilles, también para entender muchos comportamientos suyos, tan parecidos a los de su maestro.
Antes de acabar este panorama voy a nombrar otras instituciones del país. Es preciso empezar por el Real Gabinete de Historia Natural (hoy Museo Nacional de Ciencias Naturales) fundado en 1772 y cuyo principio es un centro de coleccionismo científico desde donde se quiere controlar todas las producciones naturales. El Jardín Botánico mismo es una institución que pudo pertenecer administrativamente, al menos desde comienzos del siglo XIX, al Real Gabinete de Historia Natural; esta dependencia, que se matizará más tarde, abarcó hasta 1867 en que se separó del Real Museo.
Poco a poco el Real Gabinete se va llenando de lo que hace falta para investigar: biblioteca, instrumentos científicos y material de todo tipo, no sólo de historia natural sino etnológico, arqueológico, etc., lo cual va a dar de sí el que el Gabinete se preocupe por la enseñanza y por reunir las especies más importantes en España y América y se promueva la búsqueda de lo singular llegando a ser una institución científica, docente y de museo. El químico francés Luis Proust 117 se incorpora a sus actividades al igual que Cristino Herrgen –de Maguncia– quien, en 1798, se hace cargo de la cátedra de mineralogía y poco a poco el Gabinete va perfeccionándose, publicándose además la revista nombrada: los Anales de Historia Natural (de 1799 a 1804) entre cuyos redactores se encuentra Antonio José Cavanilles (encargado, como es natural, del campo de la botánica) junto a los que se acaban de nombrar y Domingo Fernández (profesor de química y encargado en este caso de la inspección de monedas). La revista nació para que los españoles pudieran publicar su obra en España, para facilitar el estudio de la historia natural y para que se pudieran traer libros de ciencia del extranjero; los editores elegían los artículos y a los ilustradores de las láminas, que recibían a cambio una docena de ejemplares 118 .
Pronto la proyección internacional del Gabinete fue grande, y no es para menos pues Félix de Azara –elogiado por Darwin– envía en 1790 sus Aportaciones para la historia natural de las aves del Paraguay y la monarquía facilita el viaje de Humboldt a Hispanoamérica correspondiendo éste a su vez con el envío de material natural, sin olvidar la expedición que el mismo Gabinete realiza en 1794. Nombro estas actividades en el Real Gabinete sin otra pretensión que testimoniar y poner algún ejemplo de lo que en él se hacía.
Con respecto al mismo pienso que es importante nombrar su organización general, la cual interesa porque el Jardín Botánico fue un establecimiento muy ligado al Real Gabinete de Historia Natural que es como en principio se llamó la institución (desde su fundación en 1772), cuyo director en sus comienzos parece ser que dependía directamente del primer ministro Floridablanca; su presupuesto lo suministraba Hacienda directamente y al principio del siglo XIX la máxima autoridad fue el secretario de Estado, Pedro Cevallos. Después, con la reforma fernandina de 1815, su nombre fue el de Real Museo de Ciencias Naturales en el cual quedaron integrados los distintos centros que se ocupaban de estas materias, entre ellos el Jardín Botánico (el nombre de Gabinete de Historia Natural quedó también como una sección del Real Museo). El fin principal de esta reforma era que el Museo fuera el único establecimiento para la enseñanza de las Ciencias Naturales. A partir de 1868 su nombre es el de Museo de Ciencias Naturales y desde 1913 se llama Museo Nacional de Ciencias Naturales. Naturalmente, los dos primeros nombres son los que vamos a ver nombrados por razones obvias.
El cambio de nombre de 1815 va a llevar consigo una organización interna con el nombramiento de una Junta de Protección del Real Museo de Ciencias Naturales cuyo presidente (protector) era el primer secretario de Estado y del Despacho, fue el organismo superior; esta junta se suprime en 1821 (sustituida por la Dirección General de Estudios) y vuelve a formarse en 1824. A la par existía una junta de profesores del Museo, lo que, a su vez, lleva consigo una especie de rivalidad por las competencias de cada una, cuya solución pasó por la disolución de la junta de profesores del Museo, ya en 1828. Todo lo cual se anota para entender los oficios que irán apareciendo dirigidos al organismo rector del Jardín Botánico y los enviados por aquél a éste.
He apuntado antes el criterio (que no la certeza) de que el Jardín formara parte, desde el punto de vista administrativo, del Gabinete desde principios del siglo XIX. Es evidente que lo fue a raíz de la reforma de 1815, pudo ser antes pues a partir de la llegada a la dirección de Cavanilles (1801) se unifica el puesto de primer catedrático con el de director, el cual ya no recae en ninguna institución y además vemos que todo va dependiendo en última instancia de Pedro Cevallos, quien era el director del Gabinete, sin embargo, en la Guía de forasteros 119 las instituciones aparecen como separadas hasta 1815 y juntas a partir de esta fecha excepto en el puesto de bibliotecario 120 . Es decir, la independencia científica del Jardín es clara hasta 1815 y después aunque hubo una dependencia administrativa, ésta “no habría de hacer perder su independencia” pues aun siendo una sección del Museo Nacional “sus designios serían dirigidos por una junta propia, formada por los profesores del Jardín” 121 . De cualquier manera, volviendo un poco atrás y por centrarnos en los años previos a la llegada de Clemente al establecimiento, dos hechos de 1799 anuncian que todo va moviéndose hacia una nueva organización del Botánico: uno es el cambio de la enseñanza de Farmacia de los jardines a la Real Botica 122 ; el otro es la puesta en marcha de la revista Anales de Historia Natural representando a los dos organismos desde el punto de vista temático, y también las proposiciones del ya influyente Cavanilles en la reorganización del Jardín.
Otras instituciones que se dedican al desarrollo de la agricultura y de la ciencia son las Sociedades Económicas de Amigos del País (también frecuentadas por Clemente), cuyo principio es el Discurso sobre el fomento de la industria popular , publicado en 1774 por Pedro Rodríguez de Campomanes, donde propugna “la creación de instituciones en todas las ciudades para estudiar y fomentar la agricultura, la industria, el comercio y la navegación” 123 , o sea, las llamadas “artes útiles”. Las sociedades tuvieron como precursoras de las mismas a la Academia de Agricultura de Lérida (1763) y a la del Reino de Galicia (1764); y así se fueron creando sociedades económicas a lo largo de toda España. Y la fuerte demanda de alimentos en el siglo XVIII, a causa del aumento de la población, propició que las sociedades se preocuparan del incremento de la producción, de la importación de cereales y de la introducción de nuevos cultivos como el maíz y las patatas; la viticultura fue una de las parcelas que mereció una atención preferente por parte de las sociedades 124 , lo que cito porque, en ese contexto –estimulado por la de Sanlúcar–, Clemente publicó en 1807 su Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía , y ni qué decir tiene que las sociedades ayudaron a desarrollar métodos para producir más y mejor, para la elección de abonos, el cuidado de los pastos, cultivos forrajeros, etc. Y, en fin, al calor de ellas se publicaron, pues, libros como el citado, y también publicados por las mismas sociedades (ejemplo, el Extracto de agricultura en Medina en 1778), se realizaron traducciones o recibieron herbarios como el donado por Asso a la de Zaragoza, etc.
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