La enseñanza de las técnicas agrícolas, y demás ramas de la ciencia, debería hacerse en el caso de las clases populares principalmente a través de los sacerdotes por su condición de iletradas, ya sea por medio de cartillas, ya, sobre todo, a través de la revista Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos (a partir de 1797), cuyo título explica todo (los párrocos como transmisores del saber) y de la que se hablará pues Clemente escribió mucho en esa revista. En cambio, el aprendizaje de los agricultores ricos y de sus hijos se canalizó a través de las escuelas de agricultura; la de Zaragoza en 1773, creada por la Sociedad Económica de esa ciudad, y en tiempos de Carlos IV y más tarde otras sociedades siguieron ese camino, y también hay que resaltar las publicaciones que en ese tiempo se realizaron como las Observaciones de Cavanilles cuyas descripciones fueron un campo didáctico importante 125 . De la época de Carlos IV partió además el decreto de creación de veinticuatro institutos para la enseñanza de la agricultura, cuyos profesores debían formarse en el Jardín Botánico de Madrid.
Precisamente el Jardín Botánico no fue una institución que se ocupara con especial atención de la enseñanza de la agricultura. Gómez Ortega era reacio a ello por considerar que los agricultores repiten mecánicamente lo que vieron de sus antepasados (sin embargo había traducido varios libros sobre el tema, en especial los de Duhamel de Monceau) y Cavanilles se ocupó de la descripción de las plantas principalmente; fue en el mandato de Zea cuando se introduce la cátedra de agricultura (cuyo profesor fue Claudio Boutelou) que durará incluso durante la contienda contra los franceses.
Todo lo que se ha dicho sobre botánica y agronomía podría decirse sobre otros ramos de la ciencia, particularmente de la química –que, sin embargo, estaba más atrasada 126 –, aunque son las plantas lo que más interesó a los científicos de la segunda mitad del siglo XVIII. Quiero destacar que al celo de Carlos III para que progrese la botánica –y el resto de las ciencias– hay que atribuir estos
resultados útiles para la agricultura nacional y para el aprovechamiento de plantas hasta entonces olvidadas, como lo exponía Bowles en su Introducción a la historia natural de España . Es él quien, en los planes de estudios de las universidades, aprueba las iniciativas para fundar o mejorar jardines botánicos destinados a la botánica médica. Él quien organiza expediciones a tierras lejanas... 127 .
De estas expediciones lejanas precisamente, de la expedición de José Celestino Mutis (1732-1808) a Nueva Granada surgió la figura del colombiano Francisco Antonio Zea (1766-1822) como botánico, que fue incorporado por aquél en la empresa emprendida, incorporación que siempre le agradeció. Su llegada a España se produjo por cuestiones políticas ya que fue desterrado a Cádiz acusado de conspirar por la independencia de Colombia, aunque el verdadero motivo parece que se debió a estar relacionado con el comercio de la quina (febrífugo reconocido en Europa).
Desde Cádiz, Zea sigue comunicándose con Mutis, se relaciona con Cavanilles y en 1799 se declara su libertad hasta que a fines de 1800 viaja a París para completar su formación botánica. Allí divulga la calidad de la quina de Nueva Granada y proyecta en 1802 el envío de técnicos formados en Europa (bajo la dirección, no obstante, de Mutis) y su envío a Nueva Granada para formar establecimientos de historia natural semejantes a los europeos. En 1803 es nombrado segundo profesor del Jardín Botánico y a la muerte del maestro (1804) le sucede como director del mismo, elección que la autodenominada escuela de Cavanilles, en la que se encontraba nuestro Simón de Rojas, no califica como idónea precisamente y de la cual se tratará en su momento. Zea es una persona con muchas ideas –que, en general, no cuajaron– y que se valió para su difusión del Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos .
Con Zea el trabajo en el Jardín se desvía de la descripción de las plantas adquiriendo importancia el estudio de la agricultura y el comercio de los vegetales con el objetivo de conseguir un país más desarrollado económicamente. Con esta idea propone crear los veinticuatro establecimientos botánicos nombrados con el fin de “acopiar los productos útiles del país, sujetar a cultivo los silvestres, indagar los usos de los vegetales autóctonos y promover en ellos la agricultura y el comercio” y aunque se utilizaran como jardines de aclimatación de especies exóticas, “su principal función sería el desarrollo agrícola de los productos locales” 128 . Los nuevos jardines tienen un objetivo docente para, en palabras de Zea, “enseñar la agricultura a los propietarios de su distrito y a los demás que quieran oír sus lecciones” 129 . El Jardín de Aclimatación de Sanlúcar de Barrameda (también llamado de la Paz en honor a Godoy quien tanto hizo por él y por la ciudad donde se ubicó) tuvo las características descritas. Este plan, elaborado por Francisco Terán, “relegaba a un segundo plano el estudio teórico de la botánica, la sistemática y las aplicaciones medicinales de las plantas e insistía en priorizar el estudio de las especies alimenticias” 130 ; el director científico de este ambicioso proyecto agronómico y también botánico fue Simón de Rojas pero la Guerra de la Independencia (y el motín similar al de Aranjuez que hubo en Sanlúcar, incluso dentro del Jardín) hizo que su duración fuera corta. Y por la misma causa no llegaron a funcionar siquiera los establecimientos previstos 131 .
Tampoco Zea pudo desarrollar la reorganización del Jardín Botánico de Madrid, también a causa de la guerra, donde –reservándose la cátedra de Botánica General– creó una segunda cátedra cubierta por Claudio Boutelou 132 que se ocuparía de la Agricultura y la Economía Rurales y otra tercera dedicada a la Botánica Médica cubierta por Mariano Lagasca. En 1812 el colombiano fue nombrado prefecto de Málaga y Clemente su colaborador en esa ciudad. Y con la retirada de José I partió a París y de allí a Londres, de donde embarcó para América abrazando la causa independentista llegando a ser vicepresidente de Colombia tras su independencia y presidente del congreso que la aprobó, por lo que fue Zea a quien correspondió esta declaración 133 .
Haciendo una escueta reseña de la concepción de la botánica de los primeros dirigentes del Jardín, Casimiro Gómez Ortega incide en la utilidad de las plantas en relación con la farmacología; Cavanilles únicamente en la descripción y clasificación de las mismas, y Zea en los usos de los vegetales autóctonos de la mano de la agricultura y con un sentido comercial. Clemente también tomó esta tercera vía en el contexto del estudio del rendimiento y producción de los alimentos según el terreno, clima, altura, etc.; representa el paso de una concepción teórica a otra práctica, hasta el punto de que la botánica médica está presente en su obra (ello ya se evidencia en un diario de 1800-1801 –capítulo 2–). De ahí que se le considere un botánico de transición.
Obsérvese además que estos hombres de finales de la segunda mitad del setecientos y principios del ochocientos se han educado, se han hecho científicos, en unas instituciones (Jardín Botánico, Real Gabinete, Sociedades Económicas, escuelas y cátedras de Agricultura...) que poco tienen que ver con las universidades y con la formación profesional clásica por las razones aducidas anteriormente. Fue una manera de burlar el rodillo asfixiante de la Iglesia en toda regla con la anuencia y ayuda de los políticos ilustrados y de los religiosos que en ellas había (como ejemplo el mismo Cavanilles) pero que tenían otro talante.
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