También es preciso citar que Linneo, sin ser evolucionista, en materia zoológica situó al hombre en el género Homo al lado de otros primates, y a nuestra especie la denominó Homo sapiens , lo cual fue una innovacion que provocó, naturalmente, no poca polémica en su tiempo.
35 Extraído de González Bueno 2001, p. 7.
36 Sigrist et al ., 2011.
37 Extraído de González Bueno 2001, p. 85.
38 González Bueno 2001, p. 89.
39 González Bueno 2001, p. 91.
40 Extraída de González Bueno 2002b, p. 10. Y redundando en ello, también creo pertinente nombrar al que será gran amigo de Clemente, el magistral Antonio Cabrera, el cual en Chiclana (Cádiz) daba lecciones de botánica a doña Frasquita Larrea quien veía al Buen Dios en las explicaciones botánicas que recibía de aquél (Orozco Acuaviva 1977, p. 120).
41 El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (2001) define el deísmo como “doctrina que reconoce un dios como autor de la naturaleza, pero sin admitir revelación ni culto externo”.
42 Kant 2004, p. 112.
43 Kant 2004, p. 115.
44 Es importante detenernos un momento en el significado de esta acepción y en la del término razón en el siglo XVIII a través de las siguientes citas de Soriano y Porras (1992) con el fin de ampliar también las ya expuestas:
“La razón es, respecto al filósofo, lo que la gracia es en relación con el cristiano. La gracia obliga al cristiano a actuar; la razón, al filósofo. Los demás hombres son presa de sus pasiones, sin que las acciones que ejecutan sean precedidas de la reflexión: son hombres que caminan entre tinieblas; mientras que el filósofo en sus propias pasiones no actúa sino después de la reflexión; camina en la noche pero precedido de una luz” (p. 60).
“[El filósofo] cuando no tiene motivo propio para juzgar permanece impasible” (p. 61).
“Nuestro filósofo no se considera en exilio en este mundo; no cree estar en país enemigo; [...] quiere encontrar el placer con los demás; [...] es un hombre honrado que quiere agradar y ser útil” (p. 62).
“Cuanto más razón encontréis en un hombre, hallaréis en él más honradez” (p. 63).
Esta nota enlaza con una carta (Archivo del Ayuntamiento de Titaguas, C-133/3) que veremos más tarde donde Clemente escribe a su abuelo que lo más importante es “la virtud y el saber”, y que el dinero es secundario para él. La virtud la identifica con la honradez y el saber con la razón.
Y la cita de Kant: “Lo sublime conmueve , lo bello encanta ” (2010, p. 32) (que puede encuadrar tanto en la Ilustración como en el Romanticismo) va en la línea del comentario de D. Simón al clima de Motril:
“Un cielo alegre y despejado, que jamás se empaña, sino para regalarla con lluvias suaves y protegerla contra los rayos de la canícula; un ambiente puro que nunca se agita sino para verter rocíos de plata y producir céfiros que templen la influencia de aquel hermoso sol; todos los dones en suma, y todos los encantos que han notado, repartidos por la famosa Bética, la poesía y los filósofos, se reúnen en el corto recinto de Motril, como para representar, en miniatura, los Campos Elíseos de Homero y de Estrabón” (1818, pp. 3-4).
45 Artola 1953, p. 31.
46 Aguilar Piñal 2005, p. 13.
47 Clemente y Rubio 1818, p. 8.
48 Clemente es todo lo claro –y lo oscuro– que puede ser, pues su autobiografía llega hasta el comienzo del Trienio Liberal (hay que pensar que el resto fue censurado) y en ese momento el régimen no daba para más.
49 Clemente y Rubio 1827, p. 147.
50 Diderot 1966, p. 443.
51 Kant 2004, p. 228.
52 Los novatores de principios de siglo son tenidos como los precursores inmediatos, y tras ellos ya se califican ilutrados a los reformistas y a los ya rebeldes liberales a caballo entre los dos siglos. Se habla incluso de Ilustración “radical” de fin de siglo quienes veían en la monarquía un problema más que una solución, quizás por influencia, además, de la Revolución Francesa, ahora bien, opino como Aguilar Piñal, para quien la Ilustración “es un movimiento ideológico, sin solución de continuidad, entre varias generaciones de españoles, que conforme avanzan los años, van asumiendo los retos cada día más apremiantes de la emancipación del hombre” (2005, pp. 29-30).
53 Aguilar Piñal 1996, p. 26.
54 Maravall 1991, p. 113.
55 Evidentemente para un conocimiento profundo del tema véase Aguilar Piñal 1996; ó 2005, pp. 274-283.
56 Maravall 1991, p. 117.
57 Maravall 1991, p. 118.
58 Hazard 1985, p. 212. En la página siguiente da la razón: “historiadores verdaderos no los había”.
59 Y si entramos en los detalles, podemos observar el riguroso método utilizado, sobre todo en la parte botánica, trabajada con los requerimientos previstos para la realización de la Flora española : Nombre botánico, tiempo en el que florece, sitios en que se halla, naturaleza del suelo, usos...
60 Artola 1953, p. 11.
61 Véase al respecto Santos Juliá 2004.
62 Como vamos a ver, nuestro Simón de Rojas, que cohabitó con varios regímenes, se definió por la España liberal aunque de una manera conciliadora, como eran tantos científicos de la época.
63 Un dato significativo, que concierne a la concepción del Estado y que puede resultar anecdótico pero no lo es, es la nominación de los reyes los cuales hasta Carlos IV llevaban consigo más de veinte coronas: “Rey de Castilla, de León, de las Dos Sicilias, etc.”. En la Constitución de Cádiz se nombra a Fernando VII compendiando todo el protocolo como “Rey de las Españas”, lo que también indica un cambio de mentalidad, donde el Estado es consustancial a la nación.
64 A Godoy se le cita de muchas maneras: el ministro, el todopoderoso ministro, el primer secretario de Estado, el valido, el presidente del Consejo de Castilla..., de hecho y de derecho fue lo que hoy se llamaría primer ministro, y de esta forma se le asimila y se le cita también.
65 Fernández Díaz 2004, p. 309.
66 Véase Fernández Díaz 2004, pp. 308-312.
67 Esta cita y la anterior en Fernández Díaz 2004, p. 352.
68 Clemente y Rubio 1827, p. 146.
69 Aguilar Piñal 2005, p. 125.
70 Véase Fernández Díaz 2004, pp. 344-386, para este párrafo y el anterior.
71 Aguilar Piñal 2005, p. 137.
72 Esta cita y la anterior en Carr 2005, p. 87.
73 Fernández Díaz 2004, p. 366.
74 Véase Peset, Mariano y José Luis Peset 1992, pp. 22-25.
75 Véase Capel 1982.
76 Ya desde el 1680 y a través del siglo XVIII, el padre Zaragoza, Vicente del Olmo, Juan Bautista Corachán, Vicente Tosca... constituyeron en Valencia el movimiento novador a través de las tertulias y academias que llegó a influir en la Universidad. Las reformas de este grupo valenciano fueron pioneras en España de la reforma de las matemáticas y de la geografía y un precedente de la Ilustración española; después le seguiría Salamanca con Diego de Torres y Villarroel.
77 Clemente y Rubio 1827, p. 146.
78 Esta cita y la anterior en Clemente y Rubio 1827, p. 147.
79 Ese obstáculo sucedió tanto en el mundo protestante como en el católico; en el primero por la diversidad de corrientes que se originaron y en el segundo por lo mismo con “una pugna por el poder, tradiciones teológicas bien contrapuestas y cuyas raíces podían remontarse, incluso a los primeros siglos del cristianismo”; todo ello a pesar del monopolitismo “más aparente que real” (las dos citas en Capel 1987, p. 180). Como ejemplo a lo dicho baste decir que Descartes fue censurado por Roma y por los protestantes Países Bajos.
80 “Los dominicos se interesaron en la misma realidad del mundo, y pudieron convertirse en buenos científicos de la naturaleza, aunque con unas anteojeras interesadas, que conducían siempre a integrar la fe y la razón” (Capel 1985, p. 14); en cambio, los agustinos y los franciscanos hacían más hincapié en la contemplación de Dios a través del mundo y renunciaban a explicar la divinidad mediante la razón, lo que, a su vez, estimulaba más a investigar ya que no sentían la obligación de justificar a cada paso la fe ante la razón o al revés (“el gran libro de la revelación divina, es decir, las Escrituras, podía ser contemplado por otro visible, el de la naturaleza”, Capel 1987, p. 180). Al final, en esta pugna –con la posición favorable de los jesuitas–, por desgracia, ganó la vía aristotélico-tomista (o sea, la escolástica) y con más o menos ganas todas las órdenes la aceptaron, y las universidades formaban así a sus alumnos, incluso en las materias científicas. Todo ello, en Europa, hasta el siglo XVII; en España, el problema se alargó un siglo más (véase Capel 1985, pp. 14-27).
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