1 ...7 8 9 11 12 13 ...41 Lo único que permitió la Iglesia, siempre tímidamente, fue el de uniformar y centralizar la estructura de la Universidad, a través de la cual se introdujo algún saber nuevo, métodos diferentes de enseñanza..., pero casi nada. Todas las reformas se antojan utópicas, entre otras cosas porque “las rentas con las que se mantuvieron las universidades continuaron proviniendo de los fondos eclesiásticos” 73 . Sólo en 1807 se afrontó seriamente la reforma universitaria aunque con el carácter clasista que siempre tuvo pero el comienzo de la guerra volvió a detenerla.
En España se avanzaba más lentamente que en Europa. Ni siquiera los liberales lograron percatarse de la importancia de la ciencia; hubo una reforma general en los planes de estudios de la Constitución de 1812 pero la vuelta al absolutismo de Fernando VII frenó todo. La llegada del Trienio Liberal supuso la puesta en marcha de lo propuesto en Cádiz, sobre todo con el funcionamiento de la Dirección General de Estudios subdividida en secciones donde las ciencias tenían la importancia que no habían tenido nunca (particularmente la medicina) y, a imitación de los franceses, se impartirían en escuelas especiales, sin embargo, la botánica –considerada al igual que otras disciplinas como ciencia básica pero con menor aplicación– se impartiría sólo en una de las universidades centrales de Madrid (o en México y Lima) con lo que su desarrollo en el resto del territorio sería nulo, aunque dado el poco tiempo que duró el nuevo régimen puede decirse que todo fue papel mojado. En 1823 Fernando VII estaba más preocupado en depurar a los profesores y personas de ciencias (caso de Clemente) que en la enseñanza de las mismas 74 , aunque es verdad que hacia mediados de 1825 hubo una apertura en todos los sentidos (caso de la rehabilitación de Clemente también).
Un inciso que considero pertinente, por cuanto tiene que ver con esta biografía, es el referido a la Universidad de Valencia pues en 1787 se introdujo el Plan de Estudios aprobado por S.M. y mandado observar en la Universidad de Valencia cuyo autor fue Vicente Blasco y con el que estudió Simón de Rojas; fue un revulsivo para esta Universidad en general aunque en particular el estudio de la Teología no supuso ningún aliciente especial como hemos visto que muestra en su autobiografía (aunque la razón era que no le agradaba esta carrera). También es pertinente señalar que la Universidad de Valencia era de las pocas que contaba con cátedras de matemáticas –dentro de las cuales la enseñanza de la geografía– en el primer tercio del siglo XVIII (a veces la falta de presupuesto obligaba a esta situación). El dato tiene relevancia pues, como veremos en el capítulo 3, Carlos IV llega a preguntar en 1801 por el conocimiento de Clemente en esta materia, y la respuesta que se da relaciona las matemáticas con la cartografía pero utilizando el adjetivo geográficas junto a los planos y cartas, lo que significa que quien dio esa respuesta (Miguel García Asensio, profesor de Árabe del botánico de Titaguas) seguía utilizando como lenguaje corriente la geografía relacionada con las matemáticas, siendo que al final de siglo se iban separando estos dos conceptos (la separación se había realizado en la Universidad de Valencia en 1787, donde en el plan citado ya no aparece el término geografía dentro de las matemáticas) y el nombre con el que se designaba en adelante la construcción de planos y mapas era el de geodesia y más tarde, ya bien entrado el siglo XIX, se utilizó la palabra cartografía. La geografía quedó, pues, ya a finales del XVIII, relacionada con el enciclopedismo y con la descripción de los países aunque de hecho todavía se la identificara con la construcción de mapas y con la astronomía 75 .
Todas las pequeñas reformas fueron introducidas poco a poco desde principios del siglo XVIII por los novatores valencianos 76 que hicieron que la Universidad española fuera un poco mejor, aunque no lo fue tanto pues al final del siglo continuaban predominando las facultades de artes, teología, leyes, cánones y medicina, igual que dos siglos antes. Es decir, la Universidad no estaba secularizada y las cátedras auspiciadas por los ilustrados (griego, árabe, matemáticas, música) eran muy pocas, y menos en el ramo de las ciencias, quizás también porque no había gente preparada para impartir clase; al menos en el caso de los matemáticos, que casi todos eran militares; además permanecían fuera de la Universidad las ciencias naturales, la historia, la filología, etc., que se podían aprender fuera de ella con no pocos problemas.
Evidentemente todo lo expuesto no lo daba la Universidad española, que estaba lejísimos de que se acercara aunque sea mínimamente al saber que pretendían los ilustrados. Ese saber se construía por medio de viajes (entre los cuales el de Clemente por Europa), de contactos que a veces los daba la institución pero muchas otras veces no: el autodidactismo y otras instituciones públicas o privadas llenaba lo que las universidades y otras instituciones no eran capaces de dar, así la Academia Latina Matritense ya nombrada (imitada fuera de Madrid), la Academia Médica Matritense, el Real Seminario de Nobles de Madrid, las academias de matemáticas del Ejército, el Colegio de Cirugía de Barcelona, Madrid y Cádiz, el Gabinete de Historia Natural, los jardines botánicos –principalmente el de Madrid–, las Sociedades Económicas de Amigos del País y hasta las tertulias...; todo ello sin nombrar las academias que podíamos encuadrar entre las humanísticas como la de la Lengua y la de la Historia. No es que esa situación fuera novedosa pero entonces se dio más. En el caso de Simón de Rojas sucedieron las dos cosas: la Universidad le enseñó y él completó lo que quería saber con la vida misma y con lo que otros establecimientos le aportaron. En su autobiografía apunta: “Antes de entrar en la latinidad, concebí y comencé a realizar el quimérico proyecto de reunir los nombres de todos los seres existentes” 77 . Más adelante añade:
Ni en París ni en Londres dejé culto que no examinase en sus templos y sinagogas; abrazando todos los ramos de instrucción, persuadido de que conservaría la fuerza de mis 24 años hasta los 80, y de que me era posible, según había leído del Tostado y otros, llegar a abarcar un día cuanto saben los hombres.
Todo ello por sí mismo o con ayuda de personas o libros al margen de la Universidad. En fin, ser una persona ilustrada, entonces y en todos los tiempos, es ser amante del saber, por ello el hombre ilustrado vivía, en general, fuera de la institución universitaria, pues si quería saber –y sobre todo quería saber–, de este modo tenía que ser. Como ejemplo el propio biografiado.
Y todavía estamos lejos en cuanto a la igualdad de la mujer en la máxima institución, reservada para unos roles distintos por la sociedad. Sin embargo, muchos ilustrados se ocuparon de la mujer, y así Simón de Rojas enseñó a Josefa Lapiedra en el Jardín Experimental de Sanlúcar de Barrameda botánica de lo que se siente orgulloso, la nombra incluso en su autobiografía como alumna aventajada pues “sostiene una correspondencia reglada con botánicos de suprema categoría, habiendo merecido de uno de ellos que haya inmortalizado su apellido con un género nuevo” 78 . Lo dice como algo normal, sin hacer ninguna distinción de género.
1.3.2. La física sagrada
Antes de seguir voy a hacer hincapié en la razón principal por la cual en España en esos momentos y en Europa poco antes, otras ciencias de la naturaleza, como la geología, no tuvieron la atención que también merecían pues planteaban problemas con la religión ante la disyuntiva entre lo que decían las Escrituras y lo que la ciencia demostraba o quería demostrar 79 (el caso de Galileo Galilei es paradigmático al respecto, así como sus consecuencias). Esta dificultad entre la conciliación de la fe y la razón 80 se convirtió en imposibilidad en la España de la Ilustración tardía; ya venía de antaño y fue el caballo de batalla de tantos ilustrados que, no obstante, al final del siglo XVIII y principios del XIX iban utilizando un lenguaje más abierto en la manera de plantear estos problemas. No olvidemos tampoco la existencia todavía de la Inquisición en la España de ese tiempo. Esta dificultad en investigar la vamos a ver de la mano de Horacio Capel, quien plantea este grave problema en su libro La Física Sagrada y que lo resume de esta manera:
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