Fernando Martín Polo - Simón de Rojas Clemente

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Simón de Rojas Clemente y Rubio (Titaguas, 1777-Madrid, 1827) es un referente para la ciencia de la Ilustración española. Inicialmente encaminado a la profesión eclesiástica, se enriquece con el estudio del naturalismo, particularmente de la botánica (fue alumno de Cavanilles). Amplió sus estudios en París y Londres, y realizó un viaje por Andalucía que le permitió realizar su «Historia natural del Reino de Granada». Fue bibliotecario del Jardín Botánico de Madrid, y después de años de investigaciones y penurias, fue diputado en las Cortes durante el Trienio Liberal. Con la llegada de los Hijos de San Luis, hasta que lo reclamó el rey para acabar la historia de Granada, siendo también elegido director del Jardín Botánico de Madrid. De esta manera, Rojas Clemente se perfila como un sabio ilustrado sin fronteras.

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No es muy distante esta forma de ver la felicidad por parte de Simón de Rojas Clemente para quien este estado es algo subjetivo, y radicaría en sentirse realizado con lo que uno hace en esta vida, y por lo tanto que crea en ello, por lo que su búsqueda es algo personal e intransferible, es decir, todo el mundo puede ser feliz. En efecto, en sus memorias afirma que “lo que entienden comúnmente los hombres por felicidad en el mundo consiste lisa y llanamente en que uno se la crea” 21 , aunque si vemos el contexto no hay que quedarse sólo con esta sentencia sino con la idea de que esta elección es moralmente correcta cuando el individuo está formado para elegir libremente lo que le gusta. Y ya que estamos con el ilustrado de Titaguas creo conveniente hacer constar esta cita que se comentará un poco más tarde y que está referida a una conversación con su padre respecto a su vocación: “El estado que yo deba elegir, debe dejarse enteramente a mi albedrío si en esa parte no quieren ustedes cargar sus conciencias y la mía. Mi vocación es la de saber, ser libre y hombre de bien” 22 . Saber, ser libre y hombre de bien; estas palabras resumen mejor que nada el ser ilustrado.

Los ilustrados utilizaban, pues, continuamente palabras como luces, felicidad, buen gusto, erudición, progreso, crítica..., conceptos que chocarán necesariamente con el orden eclesiástico establecido lo que llevará a muchos de ellos a ser perseguidos por la Inquisición (como le sucedió a nuestro botánico). Es más, para Kant el príncipe ideal es el que tiene por deber “no prescribir a los hombres nada en cuestiones de religión, sino que les deja plena libertad para ello [...], dejando libre a cada cual para servirse de su propia razón en todo cuanto tiene que ver con la conciencia” 23 , por lo que es incompatible con la Ilustración el hecho de que una religión “se autoproclame como la única fe verdadera e intente imponer para siempre a sus ciudadanos ciertos dogmas de su credo” 24 .

En general los ilustrados tenían un gran respeto por el concepto mismo de Dios y por las Sagradas Escrituras, eran creyentes pero muy críticos con la ortodoxia y con el estamento eclesiástico, sinónimos ambos conceptos para ellos, también como generalidad, de fanatismo y superstición, sobre todo para Diderot para quien los eclesiásticos “ ce sont les sujets de l’État les plus inutiles, les plus intraitables et les plus dangereux ” [son los sujetos más inútiles del Estado, los más intratables y los más peligrosos], porque los domingos y fiestas hacen creer al resto “ au nom de Dieu, tout ce qui convient au démon du fanatisme et de l’orgueil qui les possède ” [en nombre de Dios, todo lo que conviene al demonio del fanatismo y del orgullo que los posee], por lo que si él fuera soberano en estas condiciones “ j’en frémirais de terreur ” 25 [me estremecería de terror].

Un cuarto de siglo más tarde Clemente percibe el liberalismo en materia de religión en París (allí nada es tan rígido como aquí; capítulo 3), pero sin llegar al radicalismo que manifiesta Diderot –situado en materia religiosa en un extremo de la Ilustración– para quien, a pesar de lo expuesto hace un momento, “ la croyance à l’existence de Dieu, ou la vieille souche, restera toujours ” 26 [la creencia en la existencia de Dios, de rancio linaje, permanecerá siempre].

Así concreta José Antonio Maravall la posición de los ilustrados:

En la mayor parte de los casos, desde algunos como Newton, Voltaire, hasta incluso la de ciertos materialistas, como Holbach, habrá que seguir colocando en última instancia la referencia a una Creación, de carácter netamente teísta, que dé cuenta de haber sido puesta, dotada de su orden inmanente, por un Sumo Autor de la misma, esa inmensa máquina del universo, esa máquina que la naturaleza no hace sino reflejar; pero lo que no cabe, en adelante, es que una persona u ocasional intervención providente venga en socorro de unos o de otros. La naturaleza está puesta ahí y el hombre ha de emplear su instrumento mental para adueñarse de ella y ejercer su poder 27 .

Con respecto a la creencia en sí, Kant llega incluso a afirmar que el reino de Dios sobre la tierra se constituirá con la perfección más grande posible del hombre; imperará “entonces la justicia y la equidad en virtud de una conciencia interna, y no por mor de autoridad pública alguna [...], si bien sólo cabe esperarlo tras el transcurso de muchos siglos” 28 . Vamos a ver también un fragmento donde Rousseau (quien muestra, además, un cierto misticismo) escribe sobre sus relaciones con Dios:

Allí, mientras me paseaba, hacía mi oración, que no consistía en un vano balbuceo de labios, sino en una sincera elevación de corazón al autor de aquella amable naturaleza cuyas bellezas tenía a la vista. Nunca me ha gustado rezar en la habitación, pues me parece que las paredes y todas las pequeñas obras de los hombres se interponen entre Dios y yo. Me gusta contemplarlo en sus obras mientras mi corazón se eleva a él. Mis plegarias eran puras, y dignas por lo tanto de ser escuchadas 29 .

Nótese la libertad individual en la práctica cotidiana de la creencia en Dios, en la práctica, además, alejada de la liturgia eclesiástica y también del dogma 30 , y, por supuesto, de la tutela del Estado, el cual –tal como nos enseña Kant– debe garantizar la libertad para

que los ciudadanos hagan cuanto consideren oportuno para la salvación de su alma, pues esto es algo que no le incumbe de modo alguno; en cambio sí le compete impedir que unos perturben violentamente a otros al buscar su propia salvación o su propia felicidad, porque su misión es crear un marco jurídico de convivencia donde cada cual pueda “buscar su bienestar según le plazca, siempre y cuando ello sea compatible con la libertad ajena”, dado que la búsqueda de la felicidad es una tarea personal e intransferible 31 .

En el texto anterior se ve bien que la creencia religiosa es algo personal, que puede formar parte de la felicidad del individuo y que el Estado debe garantizar esa libertad “personal e intransferible” a la cual tiene derecho “siempre y cuando sea compatible con la libertad ajena”.

No quiero dejar escapar la ocasión de citar de nuevo a Rousseau para dar una definición de lo que para él es la libertad. Afirma el filósofo ginebrino sobre la misma: “Nunca he creído que la libertad del hombre consista en hacer lo que quiere, sino en no hacer nunca lo que no quiere ” 32 ; tras lo cual añade que este concepto escandalizaba a sus contemporáneos.

Pero estas ideas también se enfrentan al Estado mismo (y muchos ilustrados formaban parte del gobierno de las naciones); de ahí el despotismo ilustrado y la Revolución en el caso de Francia, que abandona el origen divino del poder y crea una nueva doctrina donde el hombre es un bien natural y libre puesto que la naturaleza no impone ninguna autoridad excepto la del respeto. Es importante añadir que la razón debía tener como guía a la naturaleza a la que se consideraba sabia y cuyas leyes había que imitar para llegar al progreso deseado, de ahí la pasión por las ciencias naturales (no en balde hubo tantos botánicos en esa época 33 ), y al respecto pienso que no está de más citar una carta de Rousseau a Linneo 34 donde le dice: “Acompañado tan sólo por la naturaleza y usted, he pasado horas felices paseando por el campo, y de su Philosophia Botanica he sacado más provecho que de todos los libros de ética” 35 . La contemplación de la naturaleza fue una constante de los pensadores de la Ilustración los cuales (en buen número) también practicaban “la botánica como una vocación vital” 36 .

Y es Linneo precisamente quien más convencido está de que acercarse a la naturaleza (a la clasificación del mundo natural) es acercarse a Dios. De esta manera lo manifiesta en la introducción a la duodécima edición de Systema Naturae :

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