Fernando Martín Polo - Simón de Rojas Clemente

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Simón de Rojas Clemente y Rubio (Titaguas, 1777-Madrid, 1827) es un referente para la ciencia de la Ilustración española. Inicialmente encaminado a la profesión eclesiástica, se enriquece con el estudio del naturalismo, particularmente de la botánica (fue alumno de Cavanilles). Amplió sus estudios en París y Londres, y realizó un viaje por Andalucía que le permitió realizar su «Historia natural del Reino de Granada». Fue bibliotecario del Jardín Botánico de Madrid, y después de años de investigaciones y penurias, fue diputado en las Cortes durante el Trienio Liberal. Con la llegada de los Hijos de San Luis, hasta que lo reclamó el rey para acabar la historia de Granada, siendo también elegido director del Jardín Botánico de Madrid. De esta manera, Rojas Clemente se perfila como un sabio ilustrado sin fronteras.

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El detalle de los pasaportes no nos incumbe. Debemos resaltar el hecho de que viajaban “encajonados” y hacían cada jornada de un tirón, sin ninguna comodidad pues. La otra circunstancia a tener en cuenta es la colección de los objetos que empieza en Bayona aprovechando este receso de tres días y cuyo comienzo se realiza con toda seriedad, con el día a día de la misma, pero observemos que Domingo Badía personaliza mucho la colecta de los objetos y habla en plural cuando se trata del trabajo de hacerla pero en primera persona del singular cuando se trata de dirigirla al Príncipe de la Paz. Otro dato a reseñar es que pensaban partir directamente desde Inglaterra a África, ésa era la idea desde Madrid, por eso se habla de enviar la colección a Godoy desde Inglaterra.

Y al final de la carta anterior, como a pie de página, escrito en fecha posterior consta: “Con fecha de 7 de junio, escribí a S.E. nuestra llegada a París”. Los viajeros llegaron el día 6 según informe a la Academia de Ciencias de París de 15 de noviembre de 1813 del catalán: “ Je suis arrivé à Paris le 6 juin ” 42[llegué a París el 6 de junio], pero la notificación la hace Badía al día siguiente.

El otro documento al que aludía es una carta de Clemente fechada en Burdeos el 30 de mayo, la envía a su primo Miguel Collado. Dice así:

Mi amado primo y dueño: Llegamos anoche a ésta y partimos mañana para París donde estaremos el día 8. Hasta ahora nos ha ido muy bien; las detenciones indispensables han sido precisamente donde había algo que ver; la que hacemos en Burdeos es demasiado corta para tan gran ciudad. El tiempo es bellísimo. Espero con ansia en París noticias de la salud de Vd. y carta de mis padres para quienes servirá también ésta puesto que el tiempo escasea. A Lagasca [dígale] que desde Bayona ha habido menos comodidad para buscar plantas y que éstas abundan también menos, que espero en París carta suya desde donde yo le escribiré también; entréguele las inclusas en ésta. Mil saludos a la Sra. Pepa, D. Rafael y esposa, Fr. Pedro, Dña. Micaela y D. José y su hermana; Vd., cuídese mucho. Mi padre dará expresiones en Titaguas a los de nuestras casas, etc., etc. Badía también saluda a Vds. / Su primo que S.M.B. / Simón de Roxas Clemente 43.

Hasta aquí la carta a su primo. Esta carta es para él pero también para sus padres “puesto que el tiempo escasea”. Es decir, el primo –que vivía en la Corte– centralizaba el correo y reenviaba las cartas de Clemente a Titaguas y a quien hiciera falta (en este caso también a Lagasca), lo que entra dentro de una lógica ya que, sobre todo para la familia, sería más cómodo que todo pasara por la intermediación del pariente dada la movilidad del botánico y también por el hecho de residir en el extranjero.

Dice en la misiva la información normal que se suele dar. Esperan llegar a París el día 8 (ya hemos visto, sin embargo, que llegaron el 6).

La carta tiene una segunda parte sin fechar pero escrita por el propio Miguel Collado tras recibir la anterior, lo que evidencia la condición de intermediario del primo: envía a la familia la anterior misiva de Clemente, y a su vez asegura que reenviará a éste a París una escrita por su padre, etc., etc.

Los viajeros ya están en París. Atrás ha quedado casi un año de incomprensión, de dudas, sobre todo para Domingo Badía que es quien ha llevado todo el peso de las negociaciones. Simón de Rojas se ha mantenido en un segundo plano, y así seguirá todo el periplo en el que estén juntos; tampoco D. Domingo se habría dejado arrebatar ese segundo plano. A D. Simón le quedará de este viaje todo lo que aprenda, todo lo que interiorice. Podríamos decir que el de Titaguas representa más a la Ilustración y el catalán al Romanticismo quien parece incluso que busque la utopía, si no, cómo iba a insistir tanto en todo; el titagüeño (o titagüense) también pero menos.

Gracias a este expediente de Domingo Badía hemos podido conocer los pormenores de ambos viajeros, y resaltado lo referente a nuestro biografiado. En él hemos visto también que se han guardado para la historia detalles como la entrevista con los reyes, el interés del rey sobre los conocimientos de árabe y de matemáticas de Clemente, la última entrevista de ambos con el Príncipe de la Paz o el parón en la municipalidad de Bayona para que los pasaportes fueran visados, detalles si no pintorescos, sí curiosos; y si leemos el expediente vemos que el futuro Alí Bey utiliza un estilo ameno e irónico en todo, lo que puede quitarle algo de objetividad al barrer siempre para él, para casa, sin embargo, no se le puede negar una subjetividad sincera. También vemos a una España remisa a la hora de invertir en ciencia (situación un tanto endémica en nuestro país) y en descubrimientos que no están claros, o tal vez una prudencia comprensible. Y hasta da la impresión de que todo se cocía entre bastidores –como casi siempre–, de esta manera, por ejemplo, vemos que Simón de Rojas se había enterado oficialmente de su elección por el propio Badía, pero la comunicación oficial, y a petición de éste, se produce más de un mes después.

Y esto lo vemos con claridad pues hasta la incongruencia es transparente aquí. Efectivamente, todo se hace con mucha transparencia, quizás con demasiada, incluso con demasiados oficios, órdenes y cartas; y es un viaje que, en principio, era secreto, pero en realidad era un secreto a voces, tanto es así que, incluso, Cevallos escribe a Cavanilles desde San Lorenzo del Escorial el 10 de octubre de 1801 una misiva con el fin de “dar a D. Domingo Badía y Leblich tres ejemplares de la obra de V.M. Icones plantarum y Monodelfia , que pide para llevar consigo al viaje por el interno del África que va a emprender” 44. Es decir, el mismo ministro de Estado cuenta a Cavanilles que Badía va a ir a África, al tiempo que se preocupa de que el catalán tenga los libros del maestro de la botánica española. También fue anunciado en el Diario de Madrid del 28 de noviembre de 1801 45; Badía (y también Clemente como veremos) lo comunicó a diestro y siniestro en París y en Londres y puede considerarse un milagro que las autoridades de los países adonde debían ir no estuvieran al tanto de todo. Salvador Barberá ve en esta despreocupación la poca relación que había entre África y Europa en aquel momento 46, porque de haber habido una relación algo más fluida nuestros viajeros habrían sido descubiertos enseguida, pero claro, van a África porque esa relación no existe y también van para que exista. De todas maneras la despreocupación con la que es tratado el tema en el sentido de saberlo tanta gente siendo que era un viaje secreto es muy grande; no obstante, hay que resaltar que nadie que pudiera perjudicarlo se enteró por lo que tampoco estaban tan desencaminados. Y hablo hasta la salida de Londres para España; desde entonces, y después cuando llegan a Andalucía sí que hay un secretismo total –y hasta inquietud por la pérdida de cartas, de lo que se hablará más adelante–, porque Andalucía está llena de árabes y al lado de África, en ese momento ya existe lo que se puede llamar un secreto de Estado; antes no fue considerado así. Transparencia que nos hace ver –repito– incluso aspectos incongruentes.

Los viajeros llegan a París el 6 de junio de 1802 como sabemos. El trayecto de Madrid a París ha durado, pues –con las retenciones pertinentes–, 25 días. Pronto contactan con los botánicos del lugar. Uno de los encuentros es con Francisco Antonio Zea; en aquellos momentos también estaba allí, así lo indica Clemente en una carta que vamos a ver enseguida y también tenemos otra de Zea escrita desde París a Cavanilles en la que habla de nuestro hombre; ésta está fechada el 14 de junio. Dice lo siguiente sobre el de Titaguas: “Mucho me ha agradado su discípulo Clemente; pero no me agrada que sin acabar de formarse salgan a correr los mozos de quien más se puede esperar. Ése es el secreto de hacer meros colectores de los que pudieran ser grandes botánicos” 47. O sea, critica el hecho de que salga al extranjero antes de formarse y teme que este viaje estropee su formación. Evidentemente Zea se equivocó con estas apreciaciones.

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