—¡Espera, compañero, no entiendo! Es que tú ya tienes la ubicación perfecta para el temporizador: es en casa de tu amiga Natasha que vive a pocos metros del lugar donde decidimos dejar la bomba… No entiendo tu problema, ¡por favor, dime qué pasa realmente! —insistió Alex.
—Es… que…
—¡Habla, Borz! —lo intimidó Ibragim.
—Es que Natasha cambió de idea.
—¿Cómo que cambió idea? ¿Y los dos mil dólares que le dimos por adelantado? —preguntó Alex.
—Ella… ella me los devolvió…, me dijo que no está segura de querer colaborar —dijo Borz confundido, asomando los billetes del bolsillo de sus pantalones.
—¡Esto no tenía que pasar! —dijo Ibragim, poniéndose las manos en la cabeza.
—Compañeros, mantengamos la concentración, ¿vale?, todo saldrá según lo planeado. Hay un cambio: apenas Ira dará la señal de la flor, yo mismo pondré el temporizador en otra mochila en algún lugar cerca del contenedor de la basura para que no pierda la conexión.
—¡Muy arriesgado, Anzor! —le dijo Ibragim, llamándolo por su nombre checheno.
—¿Tienes una idea mejor, Ibragim? —le retó Alex, siguiendo—. ¡Tenemos pocas horas para buscar otra solución y no podemos perder esta ocasión! ¡No olvidemos el objetivo: Dimitri es un asesino, ha matado y torturado a muchos compatriotas, debemos seguir con el plan! ¿Todos de acuerdos?
—Dika du —respondieron en coro los tres.
Aquella noche Alex no regresó al hotel. Fue primero al sótano de Borz, buscó una segunda mochila y el temporizador. Revisó que la olla de presión estuviese bien ubicada en la otra mochila y revisó con Borz los detalles en voz alta.
El camión de la recogida de basura no iba a pasar por West Daikin St. hasta dentro de dos días.
Tan pronto como oscureció, Borz se vistió de negro, se puso la mochila en su espalda y un gorro para no ser reconocido. Tenía que recorrer dos millas a pie y pararse en dos bares muy concurridos para tomarse un café y cambiarse de atuendo. También tenía que cambiar la mochila. Deshacerse de la vieja y reemplazarla por una nueva.
Alex improvisó un plan de recorrido parecido para llegar a dejar la segunda mochila con el temporizador en cuanto Sergei le diera la señal.
Sergei se fue al Revere Park nuevamente, él era un cliente habitual y no generó sospechas. Los New Poets se comunicaban por medio de viejos móviles con antena, con pantalla a blanco y negro, sin conexión a internet y con una batería de 500 mAh, más difícil de localizar.
A las 22:00 horas llegó Dimitri con tres matones bajo su mando.
Sergei pagó la cuenta y salió del local sin que le vieran. Afuera, llamó a Ibragim y tiró la batería del móvil a la basura.
Ibragim cogió el coche, buscó a Alex en el escondite de Borz.
Alex había previamente limpiado el lugar, eliminando rastros y huellas dactilares; cargaron en el maletero del coche los restos de los artefactos no usados para lanzarlo todo en un vertedero de residuos. Luego volvieron a la ruta preestablecida.
Ibragim dejó Alex en un bar de copas cerca del local Revere Park.
Alex entró, bebió una cerveza sin alcohol y se fue al aseo para cambiarse y salir andando entre la multitud.
Ibragim contrató a una prostituta, estacionó el coche y se fue caminando con ella por la West Daikin Street, un callejón de sentido único, pasando por delante de la puerta de salida de emergencia del Revere Park para controlar si Borz había dejado la mochila con la bomba al lado del contenedor de la basura frente a la puerta.
Se dirigió con ella al Girl’s Club, un club nocturno muy concurrido, ubicado cerca del Revere Park.
Allí estaban Borz y Sergei tomando cervezas con otros conocidos. Los vio de lejos y asentó con la cabeza que todo iba según los planes.
Alex esperó la flor de Irina: era de color rojo. Esto significaba que, en media hora aproximadamente, Dimitri Sokolov estaría saliendo, como de rutina, por la puerta que da a West Daikin St. donde estaría un coche esperándolo.
Alex abrió la mochila y programó el temporizador para las 3:15 horas en punto. Dejó la mochila en la cancha de tenis, a trescientos metros de distancia de la otra mochila y se alejó. Se deshizo del móvil y entró al Girl’s Club. Se sentó a solas.
Se sentía poderoso. Tenía la adrenalina a tope, el corazón le latía fuerte como el sonido de un tambor. Pidió un whisky en las rocas para tratar de relajarse un poco.
A las 3:14 se abrió la puerta de salida de emergencia del Revere Park y salió Dimitri seguido por uno de sus hombres.
Había un todoterreno encendido con otro hombre al volante que lo estaba esperando. Dimitri abrió la puerta para subir y, al minuto exacto, la bomba estalló.
Voló por los aires por efecto de la onda expansiva, la fuerza de la explosión lo había arrojado contra la pared del edificio del local y la gravedad lo tumbó violentamente al suelo. Quedó inmóvil, aturdido.
El todoterreno prendió fuego enseguida y el hombre al volante se incendió. Sus gritos de dolor se oían más fuerte que el sonido del crujido del fuego que avanzaba enfurecido.
El segundo hombre que había logrado subir al puesto del copiloto resultó herido en todo el cuerpo por la gran cantidad de vidrios reventados y se quemó la mano en el intento de bajarse de la camioneta. Gritando y maldiciendo contra los autores desconocidos, avanzó cojeando hasta llegar al punto donde se hallaba su jefe, Dimitri. Lo arrastró por las piernas lejos del coche que estaba a punto de reventar.
Justo después de haber doblado la esquina de la calle, oyeron el estruendo de la explosión del todoterreno. Sacó la pistola y paró un taxi que estaba pasando justo en aquel momento. Obligó el chófer a cargar a su jefe para llevarlo a un sitio más seguro.
La música a volumen altísimo al interior del Girl’s Club amortiguó el ruido de la explosión de la bomba.
En las afueras del club estaba Ibragim que había salido con el pretexto de fumar un cigarro para disfrutar el ruido de la venganza. El chico de la seguridad en la puerta del club, asustado por el estruendo, llamó enseguida al 911. De inmediato empezó a dar la orden de evacuar el club. Todos salieron de forma ordenada hasta que ocurrió la segunda explosión del todoterreno, la gente empezó a entrar en pánico y a gritar.
En la confusión, los compañeros del grupo New Poets lograron darse a la fuga.
Buscaron el coche estacionado y se fueron de la ciudad. Cada uno de ellos se iba a refugiar en diferentes ciudades, como habían previamente decidido. Cogieron la autopista I-55 para dejar a Alex primero.
Él había planificado ir a casa de los abuelos maternos en Forest City. Los había anteriormente avisado de que iba para el fin de semana. No era la primera vez que Alex los visitaba desde que se había mudado a Chicago para cursar el posgrado y el curso de formación. Los padres vivían en Nueva York: era más fácil para él visitar a sus abuelos en el pequeño pueblo de Forest City, a poco más de tres horas de camino, cuando necesitaba un descanso en familia.
Durante el recorrido, la policía estatal detuvo los coches que pasaban para los debidos controles. Se había transmitido el estado de alarma por el atentado al Revere Park.
Las palpitaciones de los cuatros resonaban dentro del coche. El aire olía a cortisol, la hormona del estrés.
—Mantengamos la calma, compañeros, no pasa nada, inspirar y expirar, ¿vale? —Alex impartió las órdenes e Ibragim paró el coche.
Los cuatro tenían la documentación legal y vigente, avalada por los carnés universitarios. Todos tenían residencia legal o nacionalidad estadounidense. Alex informó al policía que iban a casa de sus abuelos para una reunión familiar, aportando la dirección exacta del lugar.
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