Se preguntaba qué hacer.
¿Subir al departamento?
¿Ir a tocar a la puerta de su habitación saltándose el reglamento del horario?
¿Buscar algún compañero de curso en el cafetín?
¿Acudir a la oficina de miss Sheena?
¿Y cómo explicarle el porqué de su pregunta?
Se secó, se puso ropa deportiva y subió al cafetín. Estaba lleno de empleados, estudiantes y profesores.
Desde lejos vio a Peter, un estudiante del siguiente curso, el XVI.
Alex le había contado que una vez tuvo que ver una clase de recuperación en la cocina con el grupo de los más nuevos, le describió a este chico con unas ciertas características físicas, muy alto y flaco, pelirrojo, con pecas, gafas gruesas, que hablaba mucho y fuera de lugar, con un terrible aliento, en fin, no le caía nada bien.
Lara se atrevió a acercarse a sabiendas de que el parlanchín podía sospechar algo, pero estaba tan preocupada por Alex que se decidió por el mal menor.
—Hola, tú debes ser Peter, ¿verdad?
—Hola, sí, soy yo, ¿a qué debo el honor de la asistencia de la mejor del curso XV? —Peter se infló de orgullo frente a los demás estudiantes sentados en la misma mesa.
—Estoy buscando a Alex, ¿sabes quién es? Recuperó la clase de cocina contigo, necesito saber si lo has visto hoy.
Lara estaba muy nerviosa.
—Sí, sé quién es, el chico ruso, aquel que siempre está de mal humor, no le gusta hablar con nadie…, pero ¿a qué viene esto? ¿Por qué lo buscas? ¿Te ha hecho algo? Si quieres informo de ello.
Peter se pavoneaba ante la multitud.
—No, no me ha hecho nada, solo lo estoy buscando para la revisión de unos deberes, ¿lo has visto hoy o no?
—Hoy no, lo vi ayer, saliendo de la oficina de miss Sheena.
Peter tenía ganas de seguir hablando.
—Gracias, perdonad la interrupción, si lo ves dile que lo estoy buscando, adiós.
Se despidió y se fue, dejando a sus espaldas los comentarios del grupo.
Aceleró el paso y salió del comedor distraída por sus pensamientos.
«¿Y ahora qué? Piensa, piensa, por favor…, no te desanimes. ¿Qué puede haber pasado? Nada, no ha pasado nada ¿Dónde estará? Quizás se fue a casa por algo, puede que me haya dejado una nota en el buzón de correo… ¡Sí, el buzón!».
Lara se dirigió rápidamente al piso de su habitación, buscó la llave pequeña y abrió.
La nota tenía fecha de diciembre, ella arrugó la frente pensando que hacía dos meses que no revisaba su buzón, todo lo mandaban por correo electrónico, así que las cartas eran pocas y no necesitaban atención inmediata.
La nota decía:
«Querida Lara, nunca pensé que iba a enamorarme tan locamente de ti hasta que sentí la necesidad de ponerlo por escrito. Te amo desde lo más profundo de mi corazón y este sentimiento me llena la vida. Estoy feliz contigo como nunca y quiero que sepas que yo estoy entregado a un proyecto fuera de nuestros estudios. No puedo contarte más porque pondría en peligro tu vida, te estarías involucrando solo por amor, en lugar de tus creencias.
Nunca podría soportar la idea de perderte. Perdona cualquier falta.
Te amo, Alex.
P. D.: por favor, quema esta nota».
Lara quedó boquiabierta.
Volvía a leer las frases «proyecto fuera de nuestros estudios» y «pondría en peligro tu vida«, «quema esta nota», no lograba entender de qué se trataba.
No paraba de pensar.
«¿Espionaje o algo parecido? No me lo puedo creer, cómo no sospeché nada, qué es esto, me siento tan lejana de este mundo. ¿Será que me está gastando una broma para medir mi confianza? Pero menuda broma de mal gusto, solo espero que no le haya pasado nada malo, ¡Dios mío, te lo ruego!».
Se fue a su habitación y escondió la nota pegándola con cinta al interior del rodapié roto ubicado detrás del cabecero de su cama.
Se quedó despierta toda la noche, pensando, llorando y rezando a Dios que no le hubiera pasado nada.
Transcurrido un mes desde aquella tarde, Alex no apareció.
Lara se había demacrado mucho, el desasosiego se había apoderado de ella, su sistema inmunológico pagó las consecuencias de su estado anímico dándole dolores de cabeza, malestar estomacal y problemas de sueño que la obligaron a perder dos semanas de clase. Sus padres estuvieron a punto de ir a buscarla para traerla de vuelta a casa, pero antes de entorpecer el futuro profesional de su hija, solicitaron una llamada con el director del hotel para corroborar la situación.
Mr. John Smith, en vía excepcional, aprobó la petición, considerando que se trataba de la mejor alumna del curso.
Nadie sospechaba que el malestar de Lara venía a raíz de la desaparición de Alex, así que el director comunicó a los padres que ella era una excelente alumna, incansable, muy aplicada y que el informe del médico decía que se trataba de un estado de estrés que provocó una caída de sus defensas.
Bajo la amenaza de sus padres de hacerla repatriar y hacerle interrumpir el curso de formación, Lara entendió que tenía que reaccionar y recuperarse, de lo contrario, desaparecería la única oportunidad de volver a verlo.
Se armó de fuerza de voluntad, empezó con aceptar el tratamiento sugerido por el médico, se apuntó al curso de meditación y yoga dirigido exclusivamente al personal del hotel, impartido por el gurú Yogi y promovido por miss Mary Bloome, directora de Recursos Humanos.
Miss Bloome era una persona muy amable, con un carisma único que irradiaba una carga emotiva positiva. Ella misma frecuentaba el curso y participaba activamente con humildad de aprender.
Para Lara fue una gran ocasión de aprendizaje, aprendió a controlar los picos emotivos a través de una buena respiración, venció el insomnio y recobró confianza en sí misma, alejando así el desespero.
Se reintegró al curso y recuperó las clases perdidas.
Llegó la primavera y, con ella, las festividades de Pascua.
Su amiga Anna le hizo una sorpresa y se fue a pasar una semana con ella.
Se alojó en el mismo hotel, aceptando la ayuda económica de los padres de Lara, de lo contrario, no hubiese sido posible el viaje.
Su presencia la alegró mucho, era lo que necesitaba.
—Ahora que estoy aquí contigo no esperarás que me crea la historia del estrés y del agotamiento, te conozco lo suficiente como para estar segura de que hay algo más —le comentó Anna mordiendo una manzana, sentada a su lado en el banco frente al lago Michigan.
Tocó el tema, centró el objetivo. Lara no podía seguir escondiéndose y se derrumbó frente a su amiga contándole todo.
—Te contaré la verdad, pero promete no juzgarme.
La nota de Alex se había humedecido detrás del rodapié, pero seguía legible.
Anna entendía poco de inglés, Lara se la leyó traduciéndola al italiano.
—Estás empezando por lo último, amiga, sin contarme cómo empezó todo, aunque ya tengo una idea —acertó Anna con sabiduría.
Le contó todo desde el principio.
—Annina, no te puedes imaginar el dolor que tengo dentro, tengo un nudo en el estómago que me sube todas las noches para nublar mi mente. Y ahora me parece una liberación podérselo contar a alguien, ¡ha salido a la luz! ¡Siento el peso más liviano! —le dijo Lara con lágrimas que le corrían por su cara—. Estoy verdaderamente feliz de que estés aquí, amiga mía.
Se dieron un gran abrazo.
Anna entendió que la experiencia de Lara había sido traumática. El no saber si Alex estaba vivo o no, no poder preguntar a nadie ni investigar para no exponerlo a quién sabe qué peligros, reprimiendo el impulso de buscar a la familia o ir a la Policía, la incertidumbre total, era todo tan angustioso.
Ahora eran dos para compartir el caso y razonaron sobre cómo avanzar.
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