Oh, todo es una penumbra en la que te sumerges y en la que se sumergen las cosas que mueren con el día. Todo es un silencio en el que se preparan las alas de la estación.
Pero otra vez la tormenta desciende con la brisa tardía. Se extinguen los fuegos rojos de la casa y los pinos crujen en el bosque.
Y mientras tú te entregas al abrazo de esta hora, afuera la lluvia cae dibujando cruces en el viento.
Para que se colmen los días de lluvia tuvieron que llenarse los cielos de nubes. Para que el sol regresara hubo que esperar el paso lento de la estación.
Y todo transcurrió sin que nos diésemos cuenta de qué había sucedido. Pasaron los soles sobre tus cabellos o entre mis libros;
se dibujaron en mi camisa las sombras de las hojas durante el crepúsculo;
se encendieron las luces en las calles cubiertas de barro; y se apagaron los fuegos donde ardieron los pinos.
Oh, todo sucedió y todo declinó durante el día.
Todo se apaga como una hoguera que quebranta los maderos. Todo se elevó dando giros en medio de la primera hora.
Pero tú eres mi amiga, la que verá conmigo la tarde descender. La que me acompañará en el crepúsculo.
Oh, muchacha, pequeña niña de oscuro esplendor y cuerpo adolescente, yo recorrí los barros del camino, escribí sobre el viento
mientras el caballo de la estación
cabalgaba rompiendo los pinares, descendí buscando las rocas, el silencio,
la soledad que temblaba sobre el lago, y esperé las caravanas del otoño con su oro cargado de rocío.
Pero tú estás conmigo, sentada en las piedras claras, deseando que la estación sea un tumulto de pequeñas flores, de incontenibles aromas, de canciones que avanzan entre los árboles.
Un viento que levante el aroma de las hierbas,
todo eso, todo eso, y aún más, mientras la lluvia avanza con su sonajero de metal sobre los pinos del campo.
La península es verde y ancha y como las copas de los árboles es atravesada por los vientos y mojada por la lluvia.
Oh, este lugar, esta extensión, este brazo, crece entre las aguas donde mi corazón te ama.
Aquí es donde te tengo, donde quiero amarte mientras los días de la estación cambian, mientras los rayos del sol se mezclan con la niebla y la humedad asciende entre los álamos.
A lo lejos los pinos aroman los caminos, la luz del sol pasa por los campos.
Sobre las orillas del lago, donde el agua salpica antiguas piedras, crecen pequeños pastos que hacia el cielo dirigen
sus puntas verdes.
Los pájaros cantan la canción de otoño y de cuando en cuando un perro ladra entre los árboles.
Pero tú, pequeña niña de boca oscura, yaces junto a mí, viendo pasar la aurora cargada de campesinos.
Tú no estás en la ciudad donde los semáforos alumbran el agua sucia de los charcos,
donde la corriente junta las basuras y las colillas de los cigarrillos,
donde las cloacas avanzan hacia el lago arrastrando el residuo oscuro de oficinas y comercios.
Oh, tú no estás en los arrabales, donde los edificios no dejan que el sol despeine la hierba que asoma en los canteros.
Tú estás aquí, dormida en mis brazos, pegada a mi cuerpo, con el amor que crece en tus ojos, con el cabello cubierto por el aroma de la noche, con la boca inquieta buscando el amor de la aurora.
Tiembla la luz en el cielo, tiembla la claridad entre los pinos. Sin que nadie lo sepa te has dormido a mi lado entre la luz y la humedad
de los rincones. Sin que nadie lo sepa nos hemos amado toda la noche sintiendo en el cuerpo
cómo el sueño se enredaba sobre nosotros dejando caer hojas y flores.
Oh, no te levantes, aún tienes mojadas las manos, aún tienes mojado el cabello.
Permanece a mi lado mientras la lluvia avanza por los caminos del día.
Mientras se confunden los árboles en la distancia con el camino viejo de la península.
Mientras la lluvia mezcla el barro y las hojas con las huellas del sendero.
Oh, se golpean las ramas en la espesura; se colman de negros pájaros los pinos, se elevan en el horizonte las puntas claras de los álamos.
Pero nada más. Nada más. Nada más sucede en el último momento de esta hora. Nada sucede,
mientras la lluvia pasa y regresa y salpica con su voz de viento el día y la aurora.
Arrastrando la voz del otoño y el perfume amargo de las enredaderas la lluvia cae sobre los campos mientras el humo de las casas se pierde en la espesura.
Aquí y allá la lluvia avanza asediando los caminos de la península, inundando los bosques del leñador,
desplazando las corolas del otoño, hundiendo el día en el aroma húmedo de los álamos.
Oh, la lluvia desciende con su golpeteo que se repite en los vidrios, que resuena en los techos desapareciendo sobre las casas del campo.
En el interior de los hogares la leña arde y crepita y estalla en rojas brasas, y a través de los cristales se proyectan las sombras
que cruzan los cuartos
y las pequeñas velas que avanzan en las cocinas donde la familia espera que la aurora emerja como una bandada de pájaros.
Desde mi cuarto vemos los pinos que se doblan con el viento; los perros que ladran incontables veces hacia el bosque;
la humedad que se levanta entre las carretas de los establos; los troncos que la estación derribó haciendo temblar la espesura.
Oh, pero más allá de estos campos, más allá del agua que desafía las rocas peninsulares y el aire que hace girar las aspas
del molino,
las hojas tiemblan, escondidas, en el frío patagónico, los botes se sacuden con el oleaje
y la espuma del lago, los pájaros giran en vueltas negras sobre el contorno del cielo, y los gritos de los animales se elevan, repentinamente, en el desorden.
Oh, pero tú duermes a mi lado y sientes el olor de la madera y el latido del corazón silvestre.
¡Oh, tú estás conmigo bajo la lluvia, dulce amiga de ojos negros!
Sobre tu frente el cabello desciende como un racimo de hilos dorados, en tus hombros las pecas dibujan estrellados senderos,
sobre tu boca la risa se eleva en silencio, y como un arco de marfil mojado por la lluvia tu cintura brilla con el sol.
El campo está cargado de hojas y silencios; de ramas y bosques; de tristezas que se alargan a lo lejos; de pájaros cuyos gritos se pierden en la altura.
Sobre los caminos del campo los álamos mueven sus hojas de oro. La lluvia deshace el color de los días.
El viento es una sinfonía que repentinamente crece entre los árboles.
Oh, se ha desgarrado el velo que sostenía la mano del estío. Se han apagado las estrellas que ardieron al final del poniente.
Se han detenido los gritos del leñador y la monótona circunstancia de la estación. Y mientras se quebraban las ramas, la niebla ascendía en los caminos. Y mientras pasaban las horas, se apagaban las corolas del mes.
Oh, afuera vibra la sentencia del otoño y la voz del viento en los árboles.
Afuera se oyen los gemidos de las bestias y el fuego que chilla en las ascuas.
Afuera las rocas reciben el golpe del agua. La lluvia ahuyenta las aves.
El deterioro consume los racimos del bosque.
Y mientras el aire se eleva haciendo crujir las maderas y los establos del campo, la noche avanza sobre los troncos
del camino; y un silencio de sueño cae sobre tu cuerpo haciendo estallar tu alegría adolescente.
De tanto amarte con el cuerpo y el alma tuve miedo de perderte mientras la noche avanzaba demoliendo sombras y crepúsculos.
Tuve miedo de no verte en los caminos que se elevaban hasta tu casa o en los muelles donde esperabas con tu bufanda de otoñales colores.
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