Juan Ariel Pullao - Poesía

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Este volumen comprende las obras escritas por el autor entre los años 2010 y 2015. Todas ellas, de carácter juvenil y fervor adolescente, están cargadas de recuerdos y evocaciones y paisajes olvidados. Un volumen que invita al lector a descubrir una poesía que recupera elementos del romanticismo, pero sin perder de vista la influencia de los clásicos; una poesía que se pone al servicio del lector para que éste sea parte de la misma; una obra que no le teme a la exaltación de los sentimientos ni a las escuelas literarias y que comprende una de las etapas más fructíferas del autor.

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Extraño la lluvia cuando no llueve, y el viento en mi cabello y el color negro de las hojas.

Extraño el invierno derribando los árboles, rompiendo las casas, quebrando el silencio de la noche.

Extraño la voz del viento acarreando las hojas de los álamos y el murmullo de las calles y el aroma de la lavanda.

Y cómo detesto la bandera del sol ondeando sobre la ciudad, detesto el amontonamiento

de las personas en las esquinas de los cafés, o en las veredas donde cantan los músicos o en los parques donde caen las hojas.

Oh, todo tiene una intranquilidad que asciende por mi alma. Todo es una mala sensación por la que debo pasar cuando recorro la ciudad.

Por verte cruzo estas calles que no guardan ningún sosiego; estas calles que los perros ensucian, que las personas recorren, y cuyo aire se mezcla con el aroma del chocolate que bebe el extranjero.

Por estas veredas camino con la cabeza baja, dueño de un silencio que colma el día, de una tristeza que asciende entre los edificios como una enredadera negra.

No quisiera vivir aquí, entre las personas y el tumulto.

La ciudad no me conoce. La ciudad no sabe quién soy. Brillan las luces y las lámparas amarillas.

Se cierran las cortinas, las puertas, los edificios. Nadie sabe quién fui. Nadie me conoce.

Colapsan bajo la lluvia las hojas. Otra vez se desbordan las canaletas. El agua corre por los canteros, el metal herrumbrado se azota, y sobre mi odio y sobre las casas, la lluvia desciende con monótona caída.

5

Yo sabía que la lluvia no te traía consigo, ni que el viento era más que el viento que pasaba.

Sabía que la tarde encontraba las casas del barrio vacías; y que los juegos se oxidaban con el paso del invierno.

Y mientras las palomas se alejaban con la estación, y las hojas de los álamos se pudrían en los canteros, afuera todo temblaba en la distancia.

Todo se humedecía con la tarde de mayo. Todo se agitaba en la noche apagada.

El golpe de las bocinas ascendía gastando los edificios. El viento se alejaba por las calles girando en vueltas locas.

¿Y el resto?

El resto fue un cuaderno mojado por la lluvia, fueron los renglones que trazaron mis manos y las palabras que grité contra el crepúsculo. El resto fue un libro que la lluvia escribió sobre los campos;

un poemario que los pinos labraron cuando la tarde descendía sobre la ciudad y la lluvia golpeaba las casas.

Oh, nada más hubo. Nada más hubo. Solo el aire levantando hojas. Solo la tarde quebrantando espejos.

Tú tenías el sombrero de castaños colores y el suéter negro que brillaba con el sol.

Tú tenías el rostro cubierto de juventud, y la boca confundida con rosas y rocíos.

Y mientras el aroma de la tarde se confundía en tu cabellera, en tus ojos las luces abandonaban su fulgor eléctrico.

Y mientras doblaban lejanas campanas y lejanos vientos, tu cuerpo estaba cargado con el polen de la aurora.

Y en el desenlace del crepúsculo, y bajo las luces del poniente, tú tenías el corazón cargado de distancias y sollozos.

Oh, tú tenías la tristeza de los juegos de la tarde, y el pecho golpeado por el silencio; e ibas por la lluvia escuchando el repiqueteo del agua, la canción que se deshojaba en el viento sin ser nada, mientras la tarde descendía sobre la ciudad rompiéndose en tus ojos.

6

Tú tocas la guitarra cuando llueve, y cantas recordando el otoño de los álamos o el alba de primavera.

Recuerdas la niña que eras. El viento que ascendía por los techos. El sonido de las hojas bajo el sol de mayo.

Recuerdas las canastas con los frutos del manzano, y el perfume de la lavanda recién cortada,

y los pinos que se movían con el viento espantando a los pájaros que volvían del inverno.

Y mientras la brisa hace crujir las paredes de la casa, afuera se oye el graznido de la estación y el viento que deshoja los árboles del campo.

Afuera los troncos son carcomidos por el tiempo. Y el silencio se desploma con el movimiento del agua.

Oh, parece que los pájaros descienden en la sombra buscando las últimas semillas

de los árboles o las raíces que crecen sobre los caminos del leñador.

Parece que los pájaros descienden sobre el esplendor del día, pero el cielo es gris y opaco y en él ya no caben los rayos del sol, ni el día alto, ni la hora indefinida del poniente.

Porque aquí la tarde detiene su carrusel hecho de crepúsculo y sueño. Porque aquí la tarde es un pájaro muerto en las manos de la lluvia.

Y mientras el agua desciende abriendo surcos en el barro del sendero, tú te pareces a un día de invierno, a las huellas que los niños dejan en el barro, a las líneas que el agua dibuja en las ventanas de la casa.

Oh, todo lo evocas y cantas en la soledad que nos encuentra. Todo existe y continúa en lo que dices sin ser nada.

En la memoria de la península que regresa. En el viento que sube al final de la jornada.

Pero tú recuerdas la casa vieja, la calle que caminabas con tu adolescencia salvaje, la aurora quebrando las escarchas de la noche,

y el sol que descendía mientras tu pequeña cabeza se recostaba en mi pecho, y mi mano subía buscando tu rostro o las hebras rubias de tu pelo.

Oh, en tu corazón no entraba la tristeza, en tus ojos no cabía la nostalgia de las cosas.

Todo te invadía y desplomaba como a un país que las sombras asediaron. Todo te aventaba y consumía como a un árbol que el viento azota.

Oh, todo culminó en el llanto, en el sollozo, en la lágrima que caía mientras el día declinaba.

Pero bajo la lluvia yo abrazo tu corazón oscuro, beso tu boca de fruta nueva, amarro en mi pecho los vientos y las barcas que se azotan en tu alma, y dejo dormir en mi sueño tu silencio de aurora.

7

Sobre los árboles el sol se detiene como un niño que tiene los pies mojados y las manos frías y que quieto aguarda en la humedad.

El día trascurre con sus juegos y campanas, ascendiendo por el mundo, quebrando la paz de los ventanales.

En medio de las arboledas la monótona caída de la lluvia comienza a ceder.

Los sauces son golpeados por el viento de la estación. Las veletas giran desorientadas.

Afuera el día se ha colmado de silencio y en los charcos brilla el reflejo opaco del sol.

Todo está cubierto por la soledad que solo nosotros habitamos. Todo está cubierto por el espacio gris y amargo que encierra la península.

Sobre tu cabeza las horas fueron desparramando nieblas y polen, hasta que se consolidó en tu frente la corona del sol y mis manos te sostuvieron como un regalo que la lluvia rodeó con su música.

Y mientras el día y los crepúsculos se repitieron en nuestras palabras, yo contigo observé la crueldad del hemisferio,

el paisaje golpeado por los caballos, el sur desmoronando el agua, las hojas en el barro del camino.

¡Oh, el mundo nuevamente colmado de sol! ¡La boca del cielo besando los bosques!

¡Las inmensas soledades abatidas por el silencio! ¡La muerte, la gran muerte, vestida de oro!

Y nosotros, los habitantes de la península, abrazados en la humedad, en la última estación de la lluvia, sentimos el aroma de los pinos, el corazón joven del invierno,

los fuegos que se encienden en la distancia, las ramas que se quiebran en las sombras del campo.

Oh, pero la noche regresa colmada de gritos y antiguas estrellas. Sobre los caminos de la península los árboles empiezan a oscurecerse.

Las chacras campesinas ya no se divisan en la distancia opaca. Las carretas del bosque avanzan entre los establos vacíos. Y la totalidad del día detiene su carruaje en el sendero negro.

Oh, tú eres una sombra cargada de dolores que ascienden por la noche. Tú eres una flor que se deja caer en mis manos oscuras.

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