JUAN LARREA EN SEPTIEMBRE DE 1924.
JUAN LARREA
POESÍA Y REVELACIÓN
[Antología]
Selección y prólogo de
Gabriele Morelli
COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL
© Fundación Banco Santander, 2009
© De la introducción, Gabriele Morelli
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ISBN: 978-84-92543-87-8
GABRIELE MORELLI
A PESAR de la considerable distancia de más de cien años desde el nacimiento de Juan Larrea (1895), este escritor sigue siendo un caso singular en el panorama de la literatura española, porque, por varias causas, ha quedado al margen del interés de sus representantes editoriales y de los lectores en general. Desde sus comienzos creativos gozó de la estima y consideración de algunos de sus compañeros del grupo generacional, en especial de Gerardo Diego. Sin embargo, su tendencia a aislarse y su voluntad de segregación del panorama cultural de la época mermaron la difusión de su obra. Además, a partir de los años veinte Larrea deja España y se instala en Francia, eligiendo para sus versos juveniles la lengua francesa, emblema por entonces de educación y cultura. Tras la victoria de Franco, abandona definitivamente Europa y se refugia en el altiplano andino del lago Titicaca, desde donde pasa a Norteamérica, después a México y finalmente a Córdoba (Argentina), ciudad en la que se dedica a la enseñanza universitaria hasta su muerte, acaecida en 1980. Muere sin haber obtenido el reconocimiento a su extraordinaria obra poética, reunida en el libro Versión celeste , que sale por primera vez en Italia en 1969, gracias al interés del hispanista italiano Vittorio Bodini, que lo divulga a través de la editorial Einaudi de Turín. Un año después se publica en España, en la editorial Barral de Barcelona, al cuidado de Luis Felipe Vivanco. Resulta interesante reconstruir el solitario periplo de Larrea en disonancia con la cultura oficial, y, en este sentido, aportar algunos datos biográficos que aclaren la peculiaridad de su experiencia existencial y de su visión estético-filosófica.
Ya se ha aludido a su fecha de nacimiento, que tuvo lugar en Bilbao el 13 de junio de 1895 en el ámbito de una familia acomodada, de la que pronto Larrea se separó por voluntad paterna para instalarse en Madrid con su tía Micaela. Esta estancia representa para el niño un período de intensa felicidad, paraíso siempre recordado por el poeta, que termina en el otoño de 1902, cuando se reincorpora a la casa familiar de Bilbao, a un ambiente doméstico estrecho y cerrado a la vida social, dominado por el rigor y la férrea práctica religiosa impuesta por su madre. Tras ser alumno interno de bachillerato en el colegio de la orden franciscana de los Sagrados Corazones en Miranda de Ebro (Burgos), se inscribe sin entusiasmo en la Facultad de Letras de la Universidad de Deusto. Allí participa en la actividad teatral organizada por un club estudiantil patrocinado por los jesuitas, hasta que, impulsado por la familia a elegir una profesión, opta con cinismo —como confía a su amigo de toda la vida Gerardo Diego, con el cual ya ha abierto un intenso diálogo1— por la carrera de archivero, que le obligaba a viajar a Madrid para cursar las asignaturas. Pero el retraso de la convocatoria de plazas hizo que el poeta regresara a su casa de Bilbao y aceptara la imposición de trabajar en la empresa de maquinaria de su hermano Antonio. Antes de que sus padres tomaran esta decisión, Larrea le confesaba a Diego: «La familia se preocupa por mi porvenir e ignoro las soluciones que me propondrán. Yo las acataré esperando mi rendición. Creo que veo algo claro en mi destino. Como el poeta francés “je bois dans mon verre” y me cultivo interiormente»2. En una carta anterior, del 25 de octubre de 1918, aunque confiesa que Madrid le atrae, declara que desea huir de su vida cotidiana para refugiarse lejos e ir «a América, a Oceanía, a Londres y a París», ya que se siente atraído por «¡Las lejanas tierras allende el mar!»3. Es decir que el joven acusaba ya un sentimiento de frustración que le animaría, tras algunos itinerarios por Francia e Italia, a renunciar al trabajo madrileño de archivero para ir a París, donde vivía su admirado Vicente Huidobro. Allí conoció a los mayores representantes de la vanguardia internacional, entre los que se encontraban el pintor Juan Gris, Jacques Lipchitz, Maurice Raynal, Waldemar George y sobre todo su gran amigo César Vallejo, con quien fundó en 1926 la revista Favorables París Poema .
LA EXPERIENCIA ULTRAÍSTA-CREACIONISTA
La postura de Larrea frente a la primera muestra de la vanguardia nacional resulta clara: aprecia la ruptura con el pasado y con la tradición modernista aún vigente, pero no se identifica con sus logros estridentes y efímeros. Él anhela un cambio profundo y radical que satisfaga unas ansias de renovación que ya se orientan hacia la conquista de un ultramundo visionario cercano al vaticinado por el surrealismo. Es curioso ver cómo Guillermo de Torre, interesado durante su polémica contra Huidobro por disminuir la influencia del chileno en los jóvenes españoles, separa la experiencia vanguardista de Larrea del ismo huidobriano, proyectándola ya a partir de 1929 en el ámbito de la escritura automática. Escribe el teórico del ultraísmo: «En cualquier caso, tanto el conocimiento como el influjo de Huidobro quedaron diluidos, como uno más, entre otros que planeaban al comienzo del decenio de 1920. De hecho, solamente y en sus comienzos se declararon deudores de la lección huidobriana dos poetas surgidos con el ultraísmo: Juan Larrea y Gerardo Diego, mas con las circunstancias de que el primero muy pronto derivó sus preferencias hacia el superrealismo —sobre el cual había de escribir uno de los análisis críticos más penetrantes»4 (naturalmente, se refiere al ensayo El surrealismo entre viejo y nuevo mundo ).
En España, durante 1919, Larrea colabora intensamente en las revistas ultraístas Grecia y Cervantes , donde publica respectivamente doce y tres poemas gracias a la intervención de Diego. En fechas posteriores otras contribuciones aparecen en el número monográfico sobre Góngora de Litoral (5-6-7, octubre de 1927), y, siempre auspiciado por Diego, participa en todos los números de Carmen . Ya desde finales de 1919, cuando publica sus poemas en las citadas revistas (y me refiero a «Evasión», «Fórmulas», «Esfinge», «Estanque», «SED», «Diluvio» y «Otoño»), queda clara la vertiente creacionista aun dentro de la estética ultraísta, interesada esta únicamente en la utilización de motivos y lenguaje técnicos derivados del futurismo, de dadá, pero completamente libre de cualquier teoría e imposición. Así lo aprecia un neófito del ismo nacional, José Rivas Panedas, en su artículo «Protesta en nombre de Ultra», aparecido en Cervantes (septiembre de 1919, pág. 145), en el que escribe: «El creacionismo es algo bien concreto, al menos una cosa muy concreta al lado de nuestra Ultra , que no nos cansaremos de repetir que no es un dogma ni un modo. El creacionismo sí ». Ambos componentes coexisten en la primera experiencia poética de Larrea, aunque poco a poco, y totalmente absorbido por la figura y el magisterio de Huidobro, el bilbaíno se siente más próximo al mundo misterioso de la imagen creacionista y la videncia que encierra la palabra poética. Pero es interesante observar cómo con la distancia de los años nuestro autor, en la carta que remitió el 17 de octubre de 1975 al crítico Robert Gurney, quien le había enviado un estudio sobre su obra, reafirmaba la fe ultraísta.
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