ALDO EL GRANDE: Asociados en el crimen, matando cuanto animal se les cruzara por delante. Y como de todos ellos este chico debe ser el más civilizado/
EL PADRE: (Sollozando, sin fuerza, desesperado). Se los pido por favor.
ROBERTO: ¡Otra vez! No hay fruta que calle al cerdo.
ALDO EL GRANDE: Esto ya me cansó. Hay que evaluar a Manuel. Si es una versión de Cristo, que se quede así eterno y saquémosle provecho.
ROBERTO: ¿Y si no?
ALDO EL GRANDE: Lo tiramos del otro lado, y sanseacabó.
ROBERTO: Tampoco puedo revelar qué dicen sus cuadernos.
ALDO EL GRANDE: Hay dibujos, frases sueltas. ¿Un poema?
ROBERTO: Son símbolos, símbolos.
ALDO EL GRANDE: ¿Y qué querrán decir?
ROBERTO: No sé.
ALDO EL GRANDE: ¡Cierre sentido, Roberto!
ROBERTO: Pone flechas, circulitos, un sol con cara de Indio.
ALDO EL GRANDE: ¿Quizás sea un alfabeto?
ROBERTO: Quizás juega al tatetí .
ALDO EL GRANDE: ¡O quizás sea una manifestación de San Jerónimo! Recuerde Roberto que Jerónimo, padre de la lingüística bíblica, ya había traducido el Antiguo Testamento directamente del hebreo trescientos años después de Cristo. ¡Un santo de élite, reconocido por el Catolicismo, los ortodoxos, la iglesia luterana y la Iglesia anglicana! Si es así, no hay que dejar que este se nos escape. Qué fantasía, Roberto, usted y yo, amotinados en la Santa Sede, con una variedad insondable de vinilos, sin la necesidad de Vangelis loopeado, entre columnas doradas, y durmiendo en una de esas camas con cortinas de voile e inscripciones de oro, plata/
ROBERTO: ¿Pero usted de verdad cree que esos cuadern/
ALDO EL GRANDE: En unos años podrían estar enmarcados en esta casa como Patrimonio de la/
ROBERTO: Claro, señor. Entonces voy a intentar algo más.
ALDO EL GRANDE: ¡No perdamos el tiempo!
IV.
La pietá.
/
Roberto está sentado con una máscara de cuero negra. Manuel –con otra máscara– sobre su cuerpo boca abajo. Roberto le levanta con delicadeza la túnica a Manuel, y le baja los pantalones. Descubre sus nalgas blancas y cómo va tensando cada parte de su cuerpo sólo por el contacto con la punta de sus dedos.
ROBERTO: Sabrás, Manuel, que mucho antes de empezar a renunciar a casi todo, deberíamos rascar cada gota de tristeza que te quedara en el cuerpo. Y es por eso que/
MANUEL: ¿Podría rotar la cabeza hacia afuera? La posibilidad de ver la nieve caer me va a mantener la sonrisa/
ROBERTO: A esta altura del año va a ser prácticamente imposible, a menos que nos fuéramos a la montaña.
MANUEL: ¿Y qué es lo que viene ahora?
ROBERTO: Los días son un poco más largos.
MANUEL: ¿Más todavía?
ROBERTO: Ya va a dejar de oscurecer apenas cae la tarde
MANUEL: Empezaba a acostumbrarme a una noche interminable.
ROBERTO: ¿Estás listo?
MANUEL: Más que nunca, amigo.
ROBERTO: Quiero que sepas que esto es un acuerdo. Y para seguir adelante, deberías/
MANUEL: Sigo el camino de Cristo a través de tus manos.
ROBERTO: Por cada nalgada quisiera que respondieras a cada una de mis preguntas. Pero es importante que siempre puedas responder.
MANUEL: Así lo voy a hacer.
Roberto le da la primera nalgada. Manuel está inmóvil.
ROBERTO: ¿Qué es lo que te mantiene despierto, Manuel?
Una nalgada. Manuel no contesta.
ROBERTO: ¿De qué te refugias?
Una nalgada mayor. Manuel permanece en silencio.
ROBERTO: ¿Qué misión de Cristo trajiste a esta casa?
MANUEL: No lo sé.
ROBERTO: Todos nosotros lo sabemos, Manuel. No hace falta que seas muy preciso. Ni Jesús lo fue/
MANUEL: Pero de verdad no lo sé.
ROBERTO: Manuel, voy a verme obligado a pedirte que te vayas con los tuyos/
MANUEL: ¿Quiénes?
ROBERTO: Ese hombre que te reclama del otro lado del muro. Grita como un condenando/
¿Por qué te busca?
Roberto le da una nalgada.
ROBERTO: ¿Sigo?
MANUEL: Siento la prótesis de tu cadera haciendo presión sobre mi cadera.
ROBERTO: Espero que puedas liberar sobre mi cuerpo todas tus preguntas/
MANUEL: Seguí. Pegame más fuerte. Estoy descubriendo algo.
Roberto empieza a pegarle una y otra vez. Cada vez con más violencia. Manuel está vibrante. Roberto se detiene. Está agotado. Manuel se deja caer al piso, algo enclenque.
MANUEL: (Mientras se saca la máscara, y se acomoda la ropa). Necesitaría escribir algunas cosas en mi cuaderno, ahora.
Cae un trueno fuertísimo que hace temblar a la casa de retiro entera.
MANUEL: Necesito fumar/
ROBERTO: Siento pena de no poder ayudarte, amigo. Quise ser tu consejero, y tu pastor. Me encomendé a tu tristeza como un ciervo, pero/
Vas a tener que irte. Aldo quiere saber si te buscan por asesino o si tenés algún vínculo directo con el altísimo/
MANUEL: Yo no quiero irme ahora. Te pido que me ayudes.
ROBERTO: Recién el linyera nos amenazó con un cuchillo.
Otro trueno. Comienza a llover sobre ellos.
MANUEL: Pareciera que el mundo se fuera a caer encima de mí.
ROBERTO: ¿Quién es ese hombre, Manuel?
MANUEL: Un padre que llora a su hijo.
ROBERTO: ¿Y ese hijo dónde está?
MANUEL: Delante de tus ojos, Roberto.
Pausita.
MANUEL: A veces extraño las cosas de mi papá: el modo de ponerse el pelo detrás de la oreja, agacharse para cagar en el medio del monte, robar un durazno del cajón. Teníamos buenas rutinas hasta que –como hace un segundo– un trueno cayó. La luna era de color azul: alrededor los árboles secos se movían muy despacio. Corría viento, habíamos hecho una tortilla. Yo tenía nueve años. Estábamos hablando sin parar cuando ese trueno iluminó un eucalipto y vi todo blanco por primera vez. Me preguntó ¿quién dará la orden para que empiece a llover? Yo, le dije. Puedo mover el cielo con mis ojos, papá. Y puedo provocar catástrofes e incendios. Cuando crezca voy a cruzar el campo y voy a quemar toda la maleza. Yo mentía para asustarlo, sabiendo que él no le tenía miedo a nada. Pero ese día me agarró del brazo y me dijo Pará de hablarme así. Me hacés mal. Vas a quedarte siempre conmigo, hijo. Me volviste un hombre enfermo. Y mientras me clavaba las uñas y la sangre se le iba a la cabeza, otro trueno hizo temblar las chapas del desarmadero. Con la mano libre, me cubrió los ojos. Antes de que el agua avanzara por encima de nosotros, tuve todo su cuerpo encima. ¡La piel! encima de la mía, no mi ropa, la piel. No había a dónde mirar. La mano sucia encima de los ojos y todo el peso de su cuerpo moviéndose sobre el mío como un motor descompuesto.
Un trueno fatal, la lluvia es cada vez más intensa.
MANUEL: No dejes que ese hombre me encuentre, amigo.
Entra Aldo algo desesperado con unas lonas en la mano.
ALDO EL GRANDE: ¡Chorrea agua por todas partes! Hay que cubrir los techos, vamos a flotar en cualquier momento. Tome. (Le da las lonas a Roberto).
ROBERTO: Un chaparrón, señor mío/
ALDO EL GRANDE: La puerta de entrada se abrió: el linyera se escurría por la alcantarilla como una cáscara de banana hasta que se aferró a un poste. Alrededor todo crujía: las ventanas, los pájaros, los autos giraban en torno a sí/
Hay que trabar cada puerta y cerrar los postigos/
ROBERTO: Las pinturas, las vitrinas con los santos, los almanaques con la estampa de/
MANUEL: Las cajas de música funcional/
ALDO EL GRANDE: Manuel, necesito que salga y le diga a su gente que esto no es la Cruz Roja. Lejos los quiero.
MANUEL: …
ALDO EL GRANDE: Se acabó el misterio, Manuel. Sabemos que la banda de mugrientos de ahí afuera lo reclama. Hoy nos vimos con Roberto prácticamente al filo de una tragedia cuando uno de ellos lo reclamó con la hombría del personaje más trágico de una saga. Le pido –le imploro– revele su identidad ante/
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