ROBERTO: Pero gritó.
ALDO EL GRANDE: Le supliqué que no volviera/
ROBERTO: Pero sigue ahí tirado del otro lado de la puerta. Humea.
ALDO EL GRANDE: Temblando como un perro asustado.
ROBERTO: Ya se va a ir.
ALDO EL GRANDE: No creo que solamente lo busque para devolverlo a su tribu/
Necesitamos saber si estamos frente al mesías, o a un enviado de Satán. Por ahora, todo misterio. ¿Caminó por las brasas?
ROBERTO: Como si lo hiciera a diario.
ALDO EL GRANDE: Entonces hay que ir más a fondo.
ROBERTO: Me cuesta. El chico tiene en el cuerpo una bacteria que activa cada músculo que hasta ahora creía muerto.
ALDO EL GRANDE: Serénese, Roberto.
ROBERTO: Sí, señor. Discúlpeme.
ALDO EL GRANDE: Igualmente lo entiendo. (Baja la voz). Lo estuve observando mientras se paseaba desnudo por la galería, y parece que tuviera la piel untada por la jalea del deseo.
ROBERTO: Sí. Eso exactamente. Mermelada.
ALDO EL GRANDE: Sí.
ROBERTO: Sí. ¿Sabrá pelear?
ALDO EL GRANDE: Si está rodeado de vagabundos debe saber cómo defenderse. Son una plaga. Andan en grupo. Te amenazan, piden comida por la fuerza, haciendo abuso de su pobreza. Por ahora va a ser mejor tenerlo de nuestro lado.
ROBERTO: Entonces nada de música.
ALDO EL GRANDE: Luego le dice que me busque. Necesito hablar con él a solas.
ROBERTO: Así sea. ¿Si me ataca?
ALDO EL GRANDE: Pide ayuda.
ROBERTO: Sí, señor. ¿Si el Señor vuelve?
ALDO EL GRANDE: (Hace un gesto hacia el cielo). Ya volvió resucitado, y aquí nos tiene, todavía de rehenes.
ROBERTO: Me refería al linyera.
ALDO EL GRANDE: Ah, sí, de “ese” linyera. Le tiramos unos panes y que se mantenga quieto. Vaya, ahora.
Fin de la primera parte.
Segunda parte/
Saturno se devora a sí mismo
La misma casa de retiro, ahora en el más profundo silencio.
I.
La nueva Orden.
/
Aldo observa a Manuel, que está echado boca a bajo en uno de los escalones del altar de la Capilla. Manuel no advierte la presencia de Aldo hasta que, como si despertara subrepticiamente de un sueño, lo percibe, y se pone de pie avergonzado.
ALDO EL GRANDE: Quédese. Puede quedarse si quiere.
MANUEL: No, No. Yo/
Perdón/
ALDO EL GRANDE: Manuel/
MANUEL: Sí.
ALDO EL GRANDE: Tiene un mapa en el cuerpo trazado por cicatrices.
MANUEL: Pero no me duele.
ALDO EL GRANDE: ¿No/
MANUEL: Le pido perdón por haberme tumbado en su/
ALDO EL GRANDE: No es mío el altar, Manuel.
MANUEL: Oh, claro, si/
ALDO EL GRANDE: Encontró su lugar cerca de Dios. Eso me entusiasma.
MANUEL: Pero esta es la casa de/
ALDO EL GRANDE: Y la suya también.
MANUEL: No creo ser digno de tanta misericordia.
ALDO EL GRANDE: No exagere. Este es su refugio. Y si así lo siente, también será el de cada uno de nosotros.
MANUEL: Dios conserve en su cuerpo tanta sabiduría.
ALDO EL GRANDE: No sea zalamero. Solamente deje que mi blablá sea una forma de música que ingrese en su interior.
MANUEL: Hubo también otras cosas que sonaban a mi alrededor y ahora las borré: los barcos cuando se salen del puerto, el silbido de las chimeneas, la respiración de los gatos antes de morirse de hambre, las carrocerías a medida que se van aplastando, o el portazo de mi mamá el día que/
ALDO EL GRANDE: ¿Ella lo busca?
MANUEL: No quería tener hijos. Ella dijo que una luz la persiguió y se le metió adentro de los pantalones. Incluso supe que la tía Isabel la había perforado con una percha para sacarle la cosa y no hubo caso. Toda lastimada fue al hospital y el médico vio que yo estaba sano y ella sin un solo rasguño. ¡Nada de sangre! Papá la encerró en el baño hasta el momento del parto. Y así nací. Ella abierta de par a par abrazada al inodoro, la tía Isabel sacándome con una sopapa, y un vecino custodiando la puerta para que nadie se asustara. Mamá me dejó todo anotado en un cuaderno el día que se fue. Que no se haga el místico ese mierda que es tu padre, decía. Y como papá no sabe ni leer ni escribir, recién me contaron la historia unos años después. Por suerte ya no soy de mi madre. Ahora soy de todos ustedes. Acá descubrí la música de la Nueva Orden y así me tiene, capturado por completo.
ALDO EL GRANDE: Veo que se entusiasmó con el (le hace un gesto de auriculares) chiqui chiqui .
MANUEL: Pero Roberto me pidió que se los devolviera. Todavía tengo algunos compases en el cuerpo. Cierro los ojos y puedo escuchar los latidos de mi corazón como si fuera la introducción de “Blue Monday”. Aunque no sé por cuánto tiempo.
ALDO EL GRANDE: Le pedí yo que se lo sacara.
MANUEL: …
ALDO EL GRANDE: Manuel/
MANUEL: (Bajando la mirada). Roberto me dijo que quería hablar conmigo.
ALDO EL GRANDE: No tenga miedo. Intento conocerlo un poco más para poder ayudarlo.
MANUEL: Ya me ayudaron un montón.
ALDO EL GRANDE: Manuel/
MANUEL: Sí/
ALDO EL GRANDE: Recién dormía con la frente sobre el presbiterio.
MANUEL: Ah, sí. Apretaba las retinas. Dormir no puedo. Llevo casi veinte días despierto/
Tomé un poco de vino que me quedaba en la damajuana/
Parecía vinagre/
Me acerqué al altar y contemplé la figura magra de Cristo sobre el reflejo que ingresaba desde uno de los ventanales: cada costilla era inyectada por luz blanca, el eco de mis latidos creaban una base y pensé, en este sótano podría pasar cualquier cosa/
ALDO EL GRANDE: ¿Qué sótano, Manuel?
MANUEL: Empecé a temblar, tuve piel de gallina y no pude disimular la erección. Me volteé sobre el presbiterio aplastando con todo mi peso mi pelvis inflada, apoyé una palma sobre la otra y la frente sobre las dos. Estoy muy avergonzado. Perdón.
ALDO EL GRANDE: No me pida perdón. ¿Todavía sigue/
MANUEL: No.
ALDO EL GRANDE: Qué curioso cómo el cuerpo empieza a dar señales.
MANUEL: Ya empiezo a conocer los efectos de la medicina de Cristo.
ALDO EL GRANDE: A todos nos pasó alguna vez, Manuel.
MANUEL: ¿Qué?
ALDO EL GRANDE: Acá todos nos conocemos bastante.
MANUEL: ¿Qué?
ALDO EL GRANDE: Y sepa que yo también soy su amigo.
MANUEL: Lo sé. Gracias. Yo lo siento así.
ALDO EL GRANDE: Y estas cosas nos pasan entre hombres. Más aún sabiendo que empezó a descubrir el techno. Manuel/
MANUEL: Sí.
ALDO EL GRANDE: Todo puede ser más fácil si dejamos que El Padre hable por nosotros.
MANUEL: ¿Qué?
ALDO EL GRANDE: Que desde que llegó fui el primero en celebrar su libertad, su sensibilidad por la música y la naturaleza, el modo en que entregó su corazón a este misterio que es/
MANUEL: Cristo nuestr/
ALDO EL GRANDE: Aleluya.
MANUEL: Alabad/
ALDO EL GRANDE: Am/
MANUEL: Amén.
ALDO EL GRANDE: Pero en mi afán por seguir dándole cobijo, es que quisiera estar un poco más próximo a su causa/
MANUEL: La tiene entre sus manos, mi señor.
Pausita.
ALDO EL GRANDE: Acérquese, Manuel.
Manuel se acerca.
ALDO EL GRANDE: ¿Está agitado/
MANUEL: No.
ALDO EL GRANDE: Está temblando.
MANUEL: No.
ALDO EL GRANDE: ¿No?
MANUEL: No.
ALDO EL GRANDE: Mire, Manuel.
Aldo baja la mirada hacia su propia bragueta.
ALDO EL GRANDE: Mire.
MANUEL: …
ALDO EL GRANDE: Siéntame.
MANUEL: …
ALDO EL GRANDE: Mi dolor es el mismo que el suyo.
MANUEL: …
ALDO EL GRANDE: ¿Lo nota?
Manuel se encoge de hombros.
ALDO EL GRANDE: Confíe en mí, Manuel/
MANUEL: Sí.
ALDO EL GRANDE: Tiene miedo.
MANUEL: No.
ALDO EL GRANDE: Sea sincero.
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