V/
La vuelta de Saturno. Segundo lamento.
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EL PADRE: Qué árido es el campo, hostil es la ruta cuando a lo largo/
Silencio y la voluntad del cielo, llueva o sol, siempre su voluntad, y uno, tan impotente, tan desgraciado frente a esa voluntad/
El campo es una porción de tierra, a veces con cosecha, otras veces con árboles seguidos uno junto a otro, y la peor parte, la más amarilla, no crece nada, nada viene después de nada/
Terminé cruzando la lagunas de a pie, y amenacé a cuanto cuervo se me puso delante. No encontré ni la pista de su perfume. Mi hijo se fue para no volver, aunque sigo una ruta sólo por intuición, como si mi paso se acomodara solito en el suyo. Voy a traerlo conmigo, no importa si es ahora o en el pozo del final.
A la madre la elegí apenas había cumplido catorce años. La miré desde lo alto y dije, es ella. Renegrida en el pelo y en el alma. Fue después del colegio que la perseguí: Soy el señor de la estampita que llevas en la billetera, ese que abre los brazos y se le ilumina la cabeza en forma de aureola. Ahora tenés un bebé dentro de mí. Varón, porque va a poder manejar el legado de mi mística, consensuada por toda la sociedad patriarcal desde ahora en adelante. La traje conmigo para que pudiera parir en casa, pero enseguida que Manuel nació, ella agarró su mochila, su campera con alfileres de gancho, y salió corriendo por la maleza para no volver. Manuel creció conmigo, mucho antes de caminar corría y mucho antes de ponerse de pie ya amenazaba con el dedo si algo no le gustaba/
YO le saqué esos hábitos a patadas y pellizcones a mi hijo. Ni bien se le iban formando los músculos ya se los había retorcido. Así empezó todo: Él me desobedecía, y yo iba derechito a sus brazos, y cuando le hacía una pinza descubría lo suave de la piel naciente, el brillo de sus pliegues. Todo eso. Cada vez me volví más injusto y más rápido me le iba al cuerpo. Apenas se despertaba lo sacaba de la cama, lo ataba, lo miraba quieto y pensaba que quería conocer el gusto de cada uno de sus órganos y su boca. Despacio iba probando, y él lloraba hasta que dejaba de llorar.
La noche peor contada fue la del incendio: Yo volvía en el silencio y vi la humareda desde el costado de la ruta. Manuel, que debería tener nueve o diez años, sentado en un tronco, pitaba un cigarrillo y las piernas descansaban sobre el pasto renegrido. La luz de las brazas le iluminó cada una de las partes de su figura de Apolo chiquito. Sobre los hombros tenía la frazada del perro, que también era ceniza. La casa era una pantalla que ardía con toda nuestra historia. Me esperaba con orgullo, sereno, y no hice nada esta vez. No hizo falta. Me senté en el mismo tronco, callado, le robé una pitada, y empezamos a repetir un salmo: Grabáme como un sello sobre tu corazón; lleváme como una marca sobre tu brazo, fuerte es el amor, como la muerte, y tenaz la pasión, como la sepultura.
VI/
New Order.
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Roberto y Manuel de espaldas a una réplica de Il Bronzino , imagen de Jesucristo en la basílica di Santa Croce, Florencia, Italia
ROBERTO: ¡Qué fallida y brutal es mi experiencia cristiana, amigo mío! ¡Qué fanatismo despiadado sobre ese cuerpo perfecto! (Acercándose a su oído, confidente). Sin dudas que es una deformación del original. Cualquiera que leyera las escrituras diría que era un mercachifle, robusto como un árabe, con la nariz enorme. Pero la fe empieza en la imagen. Yo no creo en las personas sino a través de lo que veo. Mi amor está en el mármol sobre el que tornearon el cuerpo, en los pliegues del manto, en cómo fueron pintados los pezones. En todo eso yo descubro a un hombre al que hubiera querido tener al lado mío hasta el final de mi conciencia.
MANUEL: Gran virtud la de haber amado a un hombre de manera tan honesta.
ROBERTO: Y en el cuerpo de él haber amado también a tantos otros/
MANUEL: Mártires/
ROBERTO: (Disimulando). Msmmmmártires. Sí.
Manuel lo toma de las manos. Roberto se tensa.
MANUEL: Había perdido la confianza en la bondad de las personas.
ROBERTO: Quizás haya frente a tus ojos algo todavía más grande que no estés pudiendo ver.
MANUEL: ¿Qué cosa?
Pausa. Roberto lo mira fijo.
ROBERTO: Mañana vamos a salir a dar una vuelta en moto. Este es un barrio muy tranquilo. Las casas son todas iguales. No hay edificios altos. Todas las calles llevan la palabra “calle” en su nombre. El río ahora mismo está congelado. Los corredores dan vueltas muy cortas porque más allá de todos los brazos del río no hay conexión con esta parte de la ciudad. Quisiera que te sintieras cómodo/
MANUEL: Solamente me incomoda mi tristeza. Y tengo mojadas las medias. ¿Tendrías un par de medias para prestarme? ¿Qué mes del año es este?
ROBERTO: Enero. Manuel/
Necesito contarte un secreto.
MANUEL: Adelante.
ROBERTO: Tengo una prótesis en la cadera. A veces me muevo con un poco de dificultad.
MANUEL: ¿Te duele al caminar?
ROBERTO: Cuando hay humedad.
MANUEL: ¿Y qué pasó con tu cadera?
Roberto se encoge de hombros.
ROBERTO: Quizás sea el desgaste natural.
MANUEL: Lo siento/
ROBERTO: Es por eso que ahora ya no puedo hacer deportes.
MANUEL: Te veo bien.
ROBERTO: No lo creo. Lo único que me queda es la palabra. Mi cuerpo es una revelación espantosa para los jóvenes como vos: Su propia relación con la muerte.
MANUEL: …
ROBERTO: Gracias.
MANUEL: …
ROBERTO: Por haber escuchado mi secreto. Ahora quiero saber el tuyo.
Pausa.
MANUEL: No tengo nada para decir.
ROBERTO: ¿No?
MANUEL: No.
ROBERTO: ¿Y tus cuadernos?
MANUEL: Son diarios.
ROBERTO: ¿Y qué escribís?
MANUEL: Pensamientos.
ROBERTO: Pero sin palabras.
MANUEL: ¿Los viste?
ROBERTO: Mmmm por arriba. ¿Cómo deberían leerse?
MANUEL: Deberías agregarle tu punto de vista.
ROBERTO: ¿Cómo sería?
MANUEL: No lo sé. Yo tampoco sé mi secreto. Pero eso es lo que me mantiene despierto.
ROBERTO: ¿Y no lo querés saber?
MANUEL: Quiero acercarme a una verdad, pero no la quiero conocer.
Pausa.
ROBERTO: ¿Alguna vez mataste a alguien?
MANUEL: Hay gente que sabe usar los cuchillos. Yo no aprendí. Nunca maté a un hombre.
ROBERTO: ¿Te busca la ley?
MANUEL: No creo.
ROBERTO: ¿Y por qué te escapaste?
MANUEL: No me escapé. Tampoco tenía un lugar fijo donde vivir.
ROBERTO: ¿No tuviste miedo?
MANUEL: Me protege una estampita que le robé a un ciego en el tren. Es una imagen del Santísimo de niño con un ojo grande y el otro chiquito. Una mano sosteniendo la otra como si estuviera esposado y en la etiqueta que dice Scuola San Bartolomeo. La tengo ahora junto a la foto de Eugene Sandow que me regalaste/
ROBERTO: ¿Cuánto tiempo hace que estás despierto?
MANUEL: Más de una sem/
¿Qué es eso?
ROBERTO: Nieve.
MANUEL: ¿Quién la está tirando?
ROBERTO: Dios.
MANUEL: ¿La puedo tocar?
ROBERTO: Sí, claro.
MANUEL: Todo se está cubriendo de eso.
ROBERTO: ¿Nunca habías visto nevar?
MANUEL: No.
ROBERTO: Hasta el lugar más horrible pareciera esconder un poco de poesía.
MANUEL: La nieve cae ahora sobre mis ojos, las tejas de la galería empezaron a cubrirse enteras, las hamacas del jardín parecen ahora moribundos de piel blanca: solamente puedo describir un fenómeno, pero no puedo huir de mi propia melancolía.
ROBERTO: Quizás sea esa tu verdad, Manuel.
MANUEL: Sí, amigo. Estoy cerca.
Manuel se pone unos walkman. Da play. Se aísla en su cassette.
ROBERTO: (A los gritos). ¿Puedo contemplarte sin hablar?
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