Neil MacCormick - La razón práctica en el Derecho y la moral

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"¿Puede la razón ser práctica? Esa es la cuestión central de este libro. El libro mismo es el cuarto que aparece de un cuarteto sobre «Derecho, Estado y razón práctica».
Esos libros dejaron preguntas abiertas sobre la autonomía de las personas como agentes morales, sobre la cualidad universal en lugar de particular de los juicios morales y sobre la objetividad (o su carencia) que acompaña a los intentos humanos de establecer buenas razones para decidir qué hacer ante dilemas prácticos serios. Estos asuntos se tratan por extenso en el presente libro.
¿Puede la razón ser práctica? Los argumentos ofrecidos en estos once capítulos justifican una respuesta rotunda: «¡Sin duda alguna, puede serlo!» Si desea comprobar esta afirmación, estimado lector, siga leyendo. Tiene una razón muy buena para hacerlo: averiguar si es verdadera".
De la Introducción
NEIL MACCORMICK (1941-2009) fue discípulo de H. L. A. Hart en Oxford y profesor de Teoría del Derecho en la Universidad de Edimburgo, donde ejerció como Decano entre 1973 a 1976. Además de ser uno de los filósofos del Derecho más destacados de su generación, ejerció también cargos políticos como representante del Scottish National Party (SNP) y representante de este partido en el Parlamento Europeo y en la Convención para el Futuro de Europa que redactó el proyecto de Constitución para Europa.
Dentro de sus principales obras destacan: Legal Right and Social Democracy: Essays in Legal and Political Philosophy (1984), Questioning Sovereignty: Law, State and Nation in the European Commonwealth (1999), Who's afraid of a European Constitution? (2005), Institutions of Law (2007), Practical Reason in law and morality (2009), y Retórica y Estado de Derecho, esta última publicada en español por Palestra Editores (2016).

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Los ascetas religiosos también pueden considerar que la renuncia a todas las comodidades ordinarias de la vida es necesaria para enfocar la mente en la devoción a Dios y para expresar la exclusividad de esa vocación. Esto no significa que los bienes que he mencionado no sean bienes, sino que a veces sacrificarlos promueve un bien mayor. Tal vez esta forma de pensar pueda hacer inteligible incluso la conducta del terrorista suicida que cree que para dar testimonio de la verdad de su religión, o para denunciar injusticias cometidas contra todo un pueblo, se requiere nada menos que el autosacrificio y el asesinato arbitrario de desconocidos. Sin embargo, aunque esto sea inteligible, sigue siendo incorrecto. La ponderación de valores es totalmente incorrecta en este caso, aunque es posible comprender que una creencia equivocada sobre sus pesos relativos podría motivar a una persona a actuar de esta manera radicalmente inhumana. En cambio, el asceta religioso, por muy extraños que puedan resultar sus valores para otras personas, al menos no daña a ninguna otra persona cuando los busca.

La sexualidad también es parte de la animalidad y la satisfacción de los impulsos sexuales es buena. La expresión de esto en las uniones heterosexuales también es el medio de preservar la especie en general, y en el interior de una comunidad humana es la garantía de su preservación como comunidad durante generaciones. El cuidado de los jóvenes y su protección de los desastres, las enfermedades y los ataques de otros humanos u otros animales tiene valor para nosotros al igual que para todos los animales. Es parte de los bienes de la vida.

La comunidad es esencial para desarrollar el carácter de un ser humano como persona con capacidad de habla. El logro de otros bienes esencialmente animales tales como los que hemos considerado aquí también es posible en el contexto de una comunidad con otros humanos, tanto en unidades familiares estrechas como en otras más amplias, donde la amplitud es una cuestión contingente que depende del desarrollo social en un lado u otro. Entre las formas en que la comunidad con otros tiene valor para los humanos debemos incluir la posibilidad de la defensa mutua cooperativa contra los males a los que estamos expuestos. Sin embargo, forma parte de la dualidad de nuestra naturaleza el hecho de que otros humanos son capaces de ser los autores de esos mismos males, incluyendo los peores imaginables, como puede apreciar con espantosa claridad cualquier visitante del museo del campo de exterminio de Auschwitz. Los humanos son capaces de cooperar en comunidad y de apoyarse mutuamente. También son capaces de hacer crueldades, engañar, abusar, asesinar y muchas otras cosas tanto entre comunidades como dentro de una misma comunidad. De hecho, las comunidades posibilitan las formas de fuerza colectiva por medio de las cuales pueden perpetrarse más eficazmente esos males.

La seguridad que pueden tener los humanos en grandes números depende de los términos de coexistencia de quienes se han reunido. Solo sobre la base de unas normas compartidas —y respetadas— contra la violencia y la crueldad mutuas es preferible la comunidad a la soledad, y sin embargo la comunidad bajo normas aceptables es esencial para el desarrollo humano. Unos términos desiguales de coexistencia social pueden resultar mejores que ninguna coexistencia desde el punto de vista de quienes están en el lado perdedor de la desigualdad. Estas son las mismas personas que —como en el caso de los esclavos o, en muchos contextos sociales, las mujeres y los niños— no tienen la opción de salir de la comunidad ni tampoco tienen una voz efectiva en ella. Las sociedades humanas pueden ser con la misma facilidad lugares de males naturales o de bienes naturales.

Esto no significa que el bien sea algo diferente de un bien donde y para quien se realice. Por repetir lo que ya se ha dicho: permanecer vivo es en efecto preferible a sufrir una muerte prematura. La salud es en efecto preferible a la enfermedad. Tener un hogar es en efecto preferible a dormir al raso. La amistad es en efecto preferible a la enemistad. El amor es en efecto mejor que el odio. Tener los miembros en buen estado es en efecto mejor que tenerlos rotos o raquíticos. La abundancia de alimentos es en efecto mejor que las raciones de supervivencia. El agua limpia es en efecto mejor que el agua salobre o contaminada. Quienes tienen acceso a todo eso están sin duda en mejores circunstancias. Quienes no tienen acceso son efectivamente desafortunados. Su desgracia puede estar directamente causada por quienes viven con comodidades, o en el mejor de los casos puede ser insensiblemente desatendida por ellos. Esto hace que su desgracia sea aún peor, pues no solo sufren los males naturales sino también la injusticia humana.

La cuestión en este momento, sin embargo, es simplemente si hay bienes y valores que son naturales para los humanos, algunos de los cuales son también bienes para otros animales y otros son específicos de los humanos (con el corolario de que, independientemente de cómo se produzcan, en ambas categorías también hay desgracias o males genuinamente humanos, que consisten en la ausencia o la privación de lo que es bueno). La respuesta es que los hay, y sería imposible tomarse en serio a alguien que lo negara.

El hecho de que esos sean bienes tiene importantes implicaciones para el estudio de la razón práctica. El hecho de que una circunstancia o un estado sea bueno de alguna de las maneras que hemos estado explorando significa que es una razón para actuar en los casos apropiados. Cuando hay un peligro para la vida uno tiene una razón para evitarlo, cuando hay agua sucia uno debe buscar una fuente limpia o algún método de purificación, cuando hay una gotera en el techo uno debe arreglarla. Las personas se comportan de manera razonable cuando tienen en cuenta los riesgos de que las cosas se tuerzan de alguna de esas formas, y toman precauciones que parezcan adecuadas para evitar los riesgos en cuestión. Todo esto se refiere a lo que hemos llamado «razones concernientes a uno mismo» en el capítulo anterior.

3. RAZONES CONCERNIENTES A OTROS Y «SIMPATÍA»

Pasemos ahora a las razones concernientes a otros. El lugar fundamental de la amistad, así como sus parientes cercanos como el amor en la unión sexual, el amor paterno hacia los hijos y posiblemente también el amor de los hijos hacia los padres y entre herm anos y primos, dan lugar a una preocupación natural por el bienestar animal de otros. El bienestar del amigo, del cónyuge, de los hijos, de los padres o de los hermanos en su sentido básico animal forma parte del bien propio. Esa es la naturaleza de la conexión entre amigos y familiares. En un sentido más amplio, el bien de la comunidad también forma parte del bien propio, pero no puede subdividirse en partes que cada uno pueda disfrutar solo. Si los residentes de un área trabajan conjuntamente para limpiar el parque del barrio, todos estarán en mejores condiciones como resultado de ello, pero el parque sigue siendo un recurso común que todos pueden disfrutar, tanto quienes ayudaron como quienes no lo hicieron.

Los humanos también tienen, como señalaron Hume y Smith, una capacidad aún más amplia para la simpatía con otros de su misma especie25. Somos capaces de sentir el dolor de otros y de hecho simplemente lo hacemos en las circunstancias apropiadas. Lo sentimos, por ejemplo, cuando vemos un accidente de carretera, un asalto físico de una persona a otra, unas imágenes en televisión de las consecuencias de un atentado suicida con bomba o uno de los aviones que chocaron contra las Torres Gemelas —aunque lo sentimos con menos intensidad que las víctimas directas—. También podemos sentir de manera tenue la alegría de quienes están contentos cuando vemos o imaginamos la ocasión de su alegría, excepto cuando las punzadas de envidia lo enmascaran. Por simpatía (o «empatía») podemos incorporar el bien de otros en nuestro propio bien, y así poseer razones para la acción concernientes a otros que también tienen un aspecto concerniente a uno mismo.

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