Los hechos irrefutables son que entre los siglos V y VIII los pueblos que vivían en las fronteras del Imperio Romano sufren una presión de otros pueblos situados en el centro y oeste de Europa —conocidos como godos, bárbaros o germanos— que, a su vez, estaban siendo empujados por otros que provenían del centro de Asia (los hunos). Todo ello coincidía con una crisis política y social dentro del Imperio romano. Hay que rechazar la idea de «invasión de los bárbaros» para entender este momento histórico; los godos (o bárbaros, que entonces quería decir extranjeros) vivían y, a veces, convivían con los vecinos romanos desde hacía tiempo; poco a poco fueron encontrando rasgos de entendimiento, como la alianza entre ellos para luchar contra un enemigo común o la inclusión de individuos e incluso tribus enteras en las filas del ejército romano (al cual, por otra parte, acudían cada vez menos romanos de pura cepa). La llegada de los godos fue un proceso largo, insidioso y progresivo que duró decenas de años. La presión de los hunos y la corrupción del poder político romano aceleraron ese proceso.
Con la descomposición del poder imperial ocurre un fenómeno de gran importancia para el futuro. La economía y los hombres se refugian en el campo para encontrar seguridades que no le daban las ciudades. Los ricos (entre ellos, muchos eclesiásticos) se hacen con grandes extensiones de tierra y construyen allí fortines y murallas para protegerse, a donde acuden los que no pueden hacerlo; otros merodean por los campos haciéndose bandoleros. Poco a poco, los poderosos se hacen con la mayoría de las propiedades mientras que los pobres se ven sometidos a adscripciones forzosas y hereditarias a las tierras y a sus propietarios. Es el principio del feudalismo y de los latifundios.
En el año 406, suevos, vándalos y alanos cruzan el Rin. Desbaratado el sistema defensivo romano, los nuevos invasores desbordan los Pirineos a partir del año 409; los suevos ocupan la zona de Galicia, los alanos se extienden por las provincias de Lusitania y Cartaginensis y los vándalos silingos por la Bética. En el año 410, Roma es saqueada en un espectáculo que muchos contemporáneos creyeron ver el final de los tiempos. En el año 476 es destituido el último emperador romano de occidente, Rómulo Augustulo.
Otro pueblo, el visigodo, se había asentado previamente en la Galia (Francia) y, a petición romana, empiezan a desalojar a los invasores de Hispania; acabarán asentándose definitivamente en la península ibérica, al principio como una extensión de su dominio en la Galia; pero la derrota sufrida frente a los francos (otro pueblo godo) de Clodoveo (batalla de Vouillé, año 507) intensificó su dominio en este lado de España. Muchos autores reconocen a Eurico (466—484) como el primer rey visigodo español al ser reconocido soberano de los territorios conquistados por el emperador romano Julio Nepote y al promulgar un nuevo código jurídico escrito (Código de Eurico) que venía a sustituir a las normas consuetudinarias que hasta entonces seguían los visigodos. Los visigodos estarían en España desde principios del siglo V hasta el año 711 y durante ese tiempo reinaron treinta y dos reyes. La lista de esos reyes tiene nombres que no han perdurado hasta nuestros tiempos (Atanagildo, Recesvinto, Sisebuto, Suintila,…) junto a otros que sí lo han hecho, aunque minoritariamente (Leovigildo, Hermenegildo). En los años en que yo iba a la escuela era costumbre aprenderlos de memoria en el colegio; el que podía recitar la lista completa de memoria tenía asegurado el sobresaliente en Historia y los profes le auguraban un futuro brillante; yo no me los aprendí, pero sigan leyendo el libro: algo he aprendido desde entonces.
La consolidación del reino visigodo se produjo durante el reinado de Leovigildo (569—586), con quien la capital se trasladó a Toledo; acabó con las últimas resistencias de los suevos y sus dominios se extendieron por casi toda la península, con la excepción de la franja norte donde erigió la plaza fuerte de Amaya, para hacer frente a los cántabros, y la de Victoriaco, para oponerse a los vascones. Los visigodos españoles, poco a poco, se fundieron en un nuevo proceso de aculturación, con la antigua sociedad hispanorromana creando con los años una atmósfera de unidad nacional, con capital en Toledo, perturbada por un intento de reconquista romana a través de los bizantinos, quienes durante el siglo VI intentaron mantenerse en la parte sur de la península. De cualquier forma, el periodo visigótico en España fue un periodo de inestabilidad y de guerras civiles y religiosas, a lo que contribuyó el carácter electivo de los reyes.
Uno de los motivos de discordia entre la sociedad goda y los hispanorromanos fue la religión. Los visigodos entraron en Hispania como cristianos arrianos, una forma de cristianismo que no reconocía al Hijo la misma divinidad que a Dios Padre. Los hispanorromanos eran católicos y su religión estaba íntimamente ligada a su condición de ciudadanos romanos. Al principio, los visigodos reprimieron el cristianismo, pero —a mediados del siglo VI— un santo de Cartagena, San Leandro, consigue la conversión al cristianismo del gobernador godo de la Bética, Hermenegildo que, además, era hijo del rey Leovigildo (568—586). Hermenegildo se rebela contra su padre, busca el apoyo de los bizantinos y de la antigua aristocracia hispanorromana de la Bética, pero es vencido y hecho preso por su padre; mientras estaba encarcelado en Valencia, su carcelero lo asesina en el año 58. Muchos años después, el rey Felipe II, quien también tuvo problemas con un hijo, consiguió que Hermenegildo fuera canonizado por la Iglesia católica.
Un hermano del mártir, Recaredo, cuando sube al poder en el año 586, se convierte al catolicismo uniendo ya de manera indeleble religión y poder político en España (poco antes, Clodoveo, rey de los francos, había hecho lo mismo en su reino; Francia y España serán a partir de entonces baluartes de la fe cristiana en Europa). Muchos autores consideran a Recaredo el primer rey de una España unificada, política (promulgación del Liber Iudiciorum) y religiosamente (instauración de los Concilios de Toledo); la contrapartida a este hecho importante fue que, a partir de entonces, la religión (católica) y el gobierno político estarán fuertemente imbricados en España. De momento, las autoridades religiosas visigóticas jugarán un papel importante a través de los sucesivos concilios celebrados en la capital Toledo. Sin embargo, la unificación religiosa y política del mundo visigodo no será completa: una parte de los habitantes del reino eran judíos, y la nueva situación no les favorecerá; empiezan a sufrir persecuciones y jugarán un papel desestabilizador en el futuro inmediato.
Los años que van de mediados del siglo VII al año 711 son periodos de desintegración interna de la estructura visigótica y una tendencia hacia la fragmentación, cuyo reflejo son los enfrentamientos nobiliarios, sobre todo con ocasión de las sucesiones de reyes. Los monarcas intentarán afianzar el poder central, asegurar la sucesión, pero los nobles y sus clientelas siempre serán un freno a esta intención. Los pueblos germánicos (germanos, francos, sajones, etc.) fueron el origen de muchas naciones actuales (Francia, Alemania, etc.). En España, los visigodos supusieron un intento serio de unificación de la península, pero, quizás por falta de líderes adecuados, quizás por la división interna, quizás por la politización de la iglesia católica, el reino visigodo siempre fue inestable.
Corona visigótica de Recesvinto del Tesoro de Guarrazar. El tesoro se encontró por casualidad en 1858 y poco después fue vendido a Francia, donde todavía se exhiben parte. La corona de la fotografía se puede ver en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
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