En cuanto a los vascos, ya en capítulos anteriores hemos visto el origen y la movilidad de ese concepto, que merecería una explicación más profunda pero que tenemos que dejarlo como está. Lo que sí está claro que lo que hoy son provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya tampoco formaron en la Edad Media una unidad territorial ni institucional y que los territorios y habitantes que hoy denominamos con esos nombres actuaron independientemente, sin acción coordinada. La provincia de Álava entró en relación directa con el núcleo reconquistador de Asturias desde muy pronto y ya a fines del siglo IX se menciona el nombre de Álava en algunas crónicas. La región no fue fuertemente islamizada y a comienzos del siglo IX se configura como un señorío condal ligado a la familia de los Velas y tanto navarros como castellanos tuvieron relaciones con ella. Fue el rey navarro Sancho el Sabio el que fundó en 1181 la ciudad de Vitoria pero la zona sufrió vaivenes de dominio de un lugar a otro. Fue en los años treinta del siglo XIV cuando los señores que gobernaban el territorio entregaron su jurisdicción al rey castellano Alfonso XI, a cambio del respeto y jura de unos fueros por parte del monarca. En el caso de la actual provincia de Guipúzcoa sucedió cosa parecida pero es por el año 1200 cuando los guipuzcoanos pactaban con Alfonso VII de Castilla la incorporación a la corona. Más complicada es explicar la incorporación a la corona de Castilla del señorío de Vizcaya, creación de la familia López de Haro, que fueron agregando territorios a su patrimonio inicial; en 1379 coinciden en la persona del rey Juan II la corona de Castilla y el señorío de Vizcaya, y a partir de entonces los monarcas castellanos serán señores de Vizcaya y tendrán que prestar juramento de respeto a sus fueros. Curiosamente, siguió la plenitud foral de las provincias vascas cuando la nueva dinastía de los Borbones en el siglo XVIII, pues los fueros no fueron suprimidos ni modificados por los decretos de Nueva Planta. El último rey que juró los fueros fue Isabel II, casi a finales del siglo XIX.
A finales del siglo XIV, la península había recorrido un gran camino histórico. La unidad se había buscado por imperativos del territorio (una península), la unidad religiosa y un cierto sentimiento de unidad que venía de los tiempos visigóticos. Al mismo tiempo que se busca la unidad, el espacio geográfico y político de la península se abre a Europa a través del Camino de Santiago, las órdenes monásticas extranjeras, el comercio, la expansión territorial y los matrimonios; varios reyes se casaron con princesas europeas (Fernando III se casó con Beatriz de Suabia y Jaime I con Violante de Hungría; no fueron los únicos) lo que motivó que incluso alguno buscara el cetro imperial alegando derechos de su esposa.
Muchas veces, el arte expresa mejor que nada el momento histórico en el que florece. La Edad Media es el tiempo del arte románico: compacto, muchas sombras para realzar pocas luces, misticismo, religiosidad… que, con el paso de los siglos, da lugar a uno más luminoso, perfeccionado, estilista: el arte gótico.
En este breve, e incompleto, resumen de la historia de España durante la Baja Edad Media nos hemos dejado muchos, muchísimos, eventos y personajes en el tintero. Nueva tarea para el lector inteligente: la historia de los acontecimientos y los personajes que protagonizaron los siglos XI al XIV es apasionante, a veces compleja, que animo a que se continúe y se disfrute; merece la pena.
la españa de los reyes católicos (siglos xv — xvi)
Salón del trono del Alcázar de Segovia.
Foto del autor.
A principios de siglo XV, la península ibérica todavía estaba dividida en varios reinos: Portugal, Navarra, Castilla y León, la corona de Aragón y Granada. Portugal se había afianzado como reino independiente y estaba en camino de iniciar una expansión atlántica gracias a la «escuela de navegantes» fundada por Enrique el Navegante (1394—1460). Navarra permanecía enclaustrada entre el Ebro y los Pirineos, rodeada por reinos más poderosos y al acecho de cualquier debilidad. Castilla y León parece querer romper fronteras con la conquista de Tetuán (1400), el comienzo de la conquista de las Islas Canarias e incluso con embajadas al reino asiático de Tamorlán. El reino de Granada es lo que quedaba del antiguo dominio musulmán en la península.
Los reinos de Aragón y Valencia, el principado de Cataluña y el reino de Mallorca formaban lo que se denomina corona de Aragón, una confederación cuya unión estaba representada por un monarca común. Aragón y Cataluña se habían unido en 1162 con Alfonso II, heredero de Petronila (reina de Aragón) y de Ramón Berenguer IV (conde de Barcelona). Posteriormente, Jaime I (1208—1276), en su testamento, cede lo que va a ser reino de Mallorca (con posesiones en el sur de Francia) y el reino de Aragón a dos de sus hijos: el de Aragón pasa a Pedro III (1276—1285). La conquista de Sicilia por Pedro III en 1282 supuso una oportunidad que aprovechan los nobles de los distintos territorios para conseguir prerrogativas a costa del monarca. Poco a poco, Cataluña se convierte en el centro político de la corona, aunque el título de rey de Aragón preceda al de conde de Barcelona. Una guerra civil enfrenta a los catalanes entre 1462 y 1472, resultado de las tensiones con el rey, las de los comerciantes barceloneses con la nobleza y la de todos con los campesinos, ansiosos por conseguir su libertad personal; es la lucha entre la Biga y la Busca, es decir, entre los intereses de los mercaderes y la de los campesinos: una constante en la Cataluña de esos y los posteriores siglos.
En 1412 se produjo otro hecho fundamental para la historia de España. En 1409, había muerto sin descendencia el joven rey de Aragón, Martín I; de momento se elige a Jaime de Urgel como lugarteniente del reino, pero no gusta a casi nadie (ni a los catalanes), por lo que los dirigentes de los territorios deciden que el nuevo rey se elegirá (pocas veces en la historia se elige a un rey) mediante un acuerdo de las Cortes de Aragón, Cataluña y Valencia. Tras dos años de guerra civil, en 1412 nueve delegados (tres de Aragón, tres de Cataluña y tres de Valencia, entre ellos el dominico Vicente Ferrer) se reúnen en el pueblo aragonés de Caspe y eligen como rey de la corona de Aragón a Fernando de Antequera, castellano, de la familia Trastámara, familia que ya reinaba en el reino de Castilla desde 1369. Tenía derechos a heredar un francés (Luis de Anjou), pero el asesinato de su defensor en la reunión (el arzobispo de Zaragoza) dejó esa candidatura sin apoyo. El acontecimiento se conoce como el Compromiso de Caspe y a partir de entonces una misma familia, la Trastámara, reinaría en los dos reinos más importantes de la península. Fuera quedaba el reino de Navarra. La decisión tomada en 1412 ha sido enjuiciada de muchas maneras. Casi todos estudiosos están de acuerdo en que el compromiso evidenciaba la división que reinaba entre los distintos territorios de la corona de Aragón, incluso dentro de cada uno de ellos. Algunos lo consideran como una traición de los compromisarios catalanes. Otros, una decisión motivada por la diversidad de leyes hereditarias: en Aragón no podían heredar las mujeres ni transmitir la herencia, mientras que en Cataluña la herencia se trasmitía por vía masculina. Las tropas castellanas y el apoyo del papa Benedicto XIII acabaron de asentar a Fernando I Trastámara como rey de Aragón, que reinaría desde el 1412 al 1416. Como es un rey elegido, tiene que pactar de nuevo con los diversos territorios y con las facciones dentro de cada uno de ellos. En 1443, otro rey aragonés, Alfonso V el Magnánimo (1394—1458) da otro paso importante para el futuro: es proclamado rey de Nápoles, en contra de intereses franceses. Italia será pocos años después un campo de batalla entre España y Francia.
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