Por supuesto que también había velitas que apagar, aunque Rafaelito hubiera preferido que pasaran todo eso por alto esta vez porque, a su lado, Martín estaba mirando todo el asunto maton-cito y escéptico; pero Víctor no se hubiera perdido la oportunidad por nada de este mundo y ahí estaba encendiendo todas las velitas con un solo fósforo, Vilma sentía que ya se iba a quemar el dedo, pero no, no aunque velita del diablo préndete, se prendió y por fin pudo hacer lo que tanto había querido: alzar el fósforo un poco en el aire y que todos lo vieran apagarlo con los dedos, Vilma se quemó.
–¡Que partan la torta! –gritó Martín.
–No te digo, ese es.
Así Susana Lastarria iba comentando todo lo que pasaba con su hermana Chela, que había venido a ayudarla a controlar a tanta fierecilla. Y tanta fierecilla comía ahora su torta, cake is the name, que era imposible terminar con todo lo de es hijo de fulanito, de menganito, el diputado, tan buenmozo como era, últimamente ha envejecido mucho, igualito a su mamá, como dos gotas de agua. ¿Susan?, pobre Susan, no creas que lo pasa tan mal, yo la he visto con él, y por qué no si es viuda, hace tres años ya...
Y, un poco por lo que en geografía suele llamarse determinismo geográfico (antideterminismo lo hace el hombre), Julius y Cinthia continuaban metidos en todo eso, pero sin alejarse mucho de Vilma. Habían gozado de momentos de tranquilidad mientras los demás comían, pero ya el lonche se iba acabando y pronto sería hora de salir al jardín y jugar.
Felizmente Martín decidió que tenían que escoger dos equipos para un partidito de fútbol. Todo el mundo quería jugar en el equipo de Martín. Era el nuevo líder y el que tomaba las decisiones: ¡Tú para aquí!, ¡tú para allá!, ¡tú no juegas!, ¡tú para allá!, ¡tú también!, ¡que se vaya esta chica!, ¡Rafael ven para acá!, ¡ese es muy chico! Entonces Rafaelito fue y le dio un empujoncito a Julius y Vilma vino a recogerlo, Cinthia también. «Ven, Julius», le dijo: «te voy a enseñar una cosa, pero la vas a aprender, ¿ah?». Se dirigieron hacia el interior del castillo, pero antes, en el camino, se encontraron con la tía Susana.
–No se vuelvan a perder –les dijo–; quédense donde los puedan ver. Vilma, no los pierda de vista; falta media hora para que llegue el mago.
Cuando llegó el mago, el partido ya había terminado. Todos sabemos que ganó el equipo de Martín. Dos a cero: un taponazo de Pipo en el estómago del arquero (cayó dentro del arco), y un puntazo de Martín que hizo añicos una ventana del castillo. Ahora ya oscurecía y las amas les estaban limpiando las caras sudorosas con toallitas húmedas y tibias, ¡cómo te has ensuciado la ropa, niñito, por Dios!, con verdadera habilidad los iban dejando nuevecitos porque ya no tardaba en comenzar la función: este año, en vez de cine, mago.
Los sentaron en silletitas alineadas en el inmenso hall del castillo. En la cabecera de la tercera fila estaban Cinthia, Julius y Vilma, de pie, a un lado. Desde el fondo, Víctor la contemplaba por encima de las cabecitas de unos cincuenta niños y de las cabezotas de unas quince amas que habían logrado sentarse; las demás estaban de pie, recostadas en las paredes. En primera fila, al centro, Rafaelito, Pipo y Martín, este último diciendo que todo era puro truco (el mago aún no había asomado por el hall), y al extremo, las hermanas Chela y Susana, Susana odiando a Martín: «¡Eso sí que no! ¡Siéntese!». Martín trataba de organizar una barra para recibir al mago: ¡truco!, ¡truco!, ¡truco! Mocoso retaco insolente.
El mago Pollini, que había actuado en la televisión y todo, entró mariconsísimo y casi corriendo por la puerta lateral del gran hall. Encantado de estar en el castillo, avanzó rápidamente hasta la señora Susana y le besó la mano como hacía tiempo no se la besaba a nadie en Lima. «Sen-ñora, dijo, a sus órdenes», y todo empezó a oler a perfume en esa zona del hall. Después saludó a la tía Chela, otro besito en la mano, y les presentó a su partenaire, que era su esposa también, largos años por escenarios de todo Sudamérica, con silbiditos y todo y que no, no lograba ser como la señora. El mago preguntó si podía proceder, le dijeron que sí, y entonces se dirigió a la mesa que habían dispuesto para él, frente a los niños. Las hermanas se sentaron nuevamente y el mago, echando una miradita al auditórium, varios millones reunidos, descubrió, al fondo, a Víctor. «¿Me podrían traer un vaso de agua?», dijo, como quien no quiere la cosa. Víctor se hizo el desentendido, ni que fuera quién, pero la señora volteó a mirarlo: «Víctor, tráigale un vaso de agua al mago... al señor», y el pobre no tuvo más remedio que humillarse en presencia de Vilma. El mago también ya le había echado el ojo, pero no era el momento, estaba en un castillo.
Alzó los brazos como si lo fueran a fusilar, pero era para que su partenaire le sacara la capa. Ya había puesto el sombrero tarro y el maletín de cuero negro sobre la mesa y ahora se parecía menos a Drácula, para tranquilidad de Julius y de muchos otros que lo seguían atentamente con los ojos y con la boca abierta. Cinthia le dio un codazo a su hermano «no te olvides, Julius, ¿te acuerdas de todo?», parece que Vilma también participaba del secreto. Pero en ese instante llegaba Víctor donde el mago con el vaso de agua, que lo dejara ahí nomás, sobre la mesa, y pudo comprobar que no era tan blanco, se talquea el rosquete y se maquilla, dejó el vaso y le mentó la madre con los ojos. Ahora sí ya iba a empezar la función.
Iba a empezar, porque en ese instante llegó el señor Lastarria, el padre de Rafaelito y el mago se derritió. Entró el señor Lastarria, Juan Lastarria, y avanzó para saludar una vez más a su esposa, hacía diecisiete años que la saludaba una vez más. El mago lo miraba, lo admiraba y esperaba que, con los ojos, lo autorizara a correr y saludar. Ese era el señor Lastarria, digno de admiración, ese que ahora lo estaba mirando, ya podía venir y saludar, ese cuya mano estrechaba ahora feliz, sobón, y que por supuesto no le besó la mano a su partenaire, a su mujer.
En cambio a Susan sí se la iba a besar. A Susan, no Susana, Juan Lastarria sentía la diferencia; a Susan, linda, la madre de Julius que en ese instante llegaba también: estaba bien visto eso de recoger a los hijos de un santo, amor maternal, sentido de responsabilidad, etcétera; y ella aprovechaba, ella mataba dos pájaros de un tiro: recogía a los hijos y de paso se soplaba a su prima Susana, tan fea, tan sosa; de paso se soplaba a Juan, de paso lo hacía feliz, de paso se dejaba besar la mano por él, my duchess, y el besito como una esponja en la mano siempre linda.
Ahí estaban todos. Se saludaban. Susan y Susana. Juan Lastarria y el mago. La partenaire y Susana y Susan imposible. Susan era viuda y Susana era fea, horrible. Juan fue pobre arribista trabajador, por matrimonio había logrado hasta el castillo y ahora era cursi. El mago era un artista. El señor Lastarria había triunfado. La partenaire estaba muerta, pero era también veinte años de una vida llena de trucos. Terminaron de saludarse. «¡Julius!, ¡Cinthia!», exclamó Susan, volteando a mirar adonde ya sabía que estaban, se acercó y los besó, linda. «¿Un whisky, duchess?», así la llamó su primo Juan. «Sí, darling, con una pizca de hielo». Pobre darling, se casó con Susana, la prima Susana, y descubrió que había más todavía, something called class, aristocracy, ella por ejemplo, y desde entonces vivía con el pescuezo estirado como si quisiera alcanzar algo, algo que tú nunca serás, darling.
Pero para el mago el asunto era distinto; él ya no captaba tanta sutileza, cuestión de centavos más bien para él; él sí que admiraba al señor Lastarria y por eso maldecía haber pedido el vaso de agua, maldito el momento en que lo pidió, seguro que ahora no le invitaban un escoch. Ya los traía el mayordomo, él los contó mentalmente, rápidamente los distribuyó, para algo era mago: no, no había uno para él, ya iba cogiendo cada uno el suyo, el señor Lastarria también, ya le tocaba empezar con su show.
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