En un tono análogo al de Marcio Goldman, Alejandro Fujigaki Lares echa mano de una traducción de las teorías y de las prácticas nativas para dar cuenta de problemas más amplios y, mediante el proceso dialógico implicado en dicha traducción, evidenciar las redes cosmopolíticas que constituyen el saber antropológico e histórico. Sin duda, los pueblos amerindios saben como lidiar con los fines del mundo, y con los fines de civilizaciones, aunque no lo deseen y pese a que sea una carga lamentable, tienen mucha experiencia con este tema (Bold 2019). Por ejemplo, el activismo ecológico de los wixarika de los que nos habla Johannes Neurath (2018) no busca “salvar el planeta”, sino defender las condiciones para crearlo o inventarlo.
Quizá esta podría ser una buena razón para acercarnos nuevamente a ellos y preguntarnos, como lo hizo Pierre Clastres, “¿Cómo abrir espacio para los otros?” (2015: 89). Y abrir espacio para los otros, como advirtió Viveiros de Castro, no significa tomarlos como modelos o hacerlos nuestras “víctimas” o “nuestros” redentores. Posiblemente, siguiendo de cerca a Clastres, sea pertinente imaginar nuestro oficio de antropólogos o de historiadores como un trabajo capaz de elucidar las condiciones de autodeterminación ontológica de los Otros, “lo que significa, entre otras cosas, reconocerles una consistencia sociopolítica propia, y, en cuanto tal, no transferible para nuestro mundo como si fuera la receta hace mucho tiempo perdida de la felicidad eterna universal” (Viveiros de Castro 2015: 318). Para mantener un diálogo con aquellos pueblos, con aquellos Otros que han vivido repetidas veces el fin del mundo, entonces es necesaria la cosmopolítica.
Se ve que algunos no queremos dejar de preguntar: ¿qué es a ciencia cierta la cosmopolítica? En “Cosmopolítica contra biopoder: vida, poder y autonomía entre los wixaritari” Johannes Neurath indica que “se trata de una corriente de pensamiento reflexivo y experimental, así que formular una definición rígida de cosmopolítica sería interrumpir un proceso que apenas está comenzando”. En este capítulo, Johannes describe cómo la diversidad de regímenes relacionales, ontológicos y cosmopolíticos en las prácticas de los huicholes o wixarika es experimentada como un estímulo para la reflexión. Su hipótesis es que estas prácticas complejas del conocimiento “posibilita que los huicholes tuapuritari –en un entorno que es económicamente complicado, inseguro y violento– puedan actuar tan bien en la política y normalmente lograr sus principales objetivos” (Neurath 2020).
Al igual que Navarrete Linares y los otros autores, Neurath reflexiona sobre la producción de la multiplicidad como un principio de lo político y de la política –otra vez nos encontramos aquí con Clastres– y, más aún, de la cosmopolítica. A diferencia de otras autoras y autores, las propuestas reunidas en este libro no sólo registran la pluralidad de prácticas políticas (eso estábamos diciendo arriba), sino que observan la proliferación de nuevas, contradictorias y múltiples relaciones (todas per se políticas). Interpelando a las lectoras y a los lectores, Neurath se pregunta ¿por qué elegir ser indígena o ser mestizo, cuando se puede tener las dos cosas? ¿Por qué optar por la síntesis cuando pueden diseminar las antítesis? ¿Cómo habitar la divergencia y convertirla en una potencia fundante de toda relación? Como en la propuesta del contra-mestizaje de Goldman, la cosmopolítica wixarika deja espacio para vivencias identitarias no-binarias, algo que la tradición occidental –o como la llamaría Strathern (2005), euroamericana– difícilmente puede entender.
¿Hacia la descolonización del futuro?
Finalmente, la “intervención” de María Isabel Martínez Ramírez es, hasta cierto punto, un posfacio. Reinicia la discusión sobre cómo asumir la cosmopolítica en nuestras prácticas de investigación y de construcción de conocimiento sobre con los otros. Martínez Ramírez vuelve a iniciar la discusión en una especie de construcción de un universo “B” –que no sería exactamente el opuesto del lado “A”– sino tan sólo una bifurcación posible entre muchas otras. ¿Acaso otras ciencias sociales son posibles? Otras que no hayan surgido del esclavismo o del feudalismo, mucho menos de la “Corporate University” donde la creación de conocimiento se entiende sobre todo como la elaboración de productos evaluables a partir de sistemas objetivos de puntajes y rankings, al mismo tiempo que se preserva un safe space donde las élites pueden explorar y purgar sus malas conciencias liberales.
El capítulo en forma de patchwork, como lo caracteriza Martínez Ramírez, se proyecta hacia una “universidad sin condiciones”, en el sentido de Jacques Derrida (2001), al mismo tiempo que sólo puede existir en un contexto concreto y local que nos incluye, como decía Stengers (2013 [2009]). Por eso se presenta una etnografía sobre la elaboración de objetos sencillos y cotidianos como canastas tejidas de materiales tomados del entorno inmediato. Casi como si quisiera decir que para recuperar la inocencia, la etnografía debe recuperar su ingenuidad. La descolonización del pensamiento permite valorar lo pequeño, y observar las divergencias a veces minúsculas en los trayectos de las almas que entran y salen de un cuerpo y de las ideas que pasan de una persona a la otra en la co-creación de teoría.
Al escribir esta Introducción, en representación de todos los colaboradores de este libro, continuamos con la incertidumbre con la que nació el 2020 y que a lo largo de estos meses se ha intensificado –sobre este tiempo sugerimos visitar el blog de Federico Navarrete Linares sobre las Cosmohistorias del siglo XXI en https://cosmohistoria.wordpress.com/. Luego de revisar los capítulos que conforman este volumen, advertimos que de una u otra forma, todos implican el futuro e imaginan su multiplicación. En nuestra experiencia, la cosmopolítica ha resultado ser como una “máquina de guerra” de las que hablan Deleuze y Guattari (2002 [1980]), es decir, una que produce multiplicidades en contra de lo Uno (del Estado, del capital, del oficio del académico y así sucesivamente), y divergencias siempre latentes (Sztutman 2012).
Retomando lo que se decía, que bajo el signo de Saturno nacen los melancólicos, flojos, tontos, lentos (diríamos mejor los deprimidos o los retrasados), aunque si te va bien, eres genial, con ideas brillantes o locas (Klibansky, Panofsky y Saxl 1964). Nuestro fatídico año 2020 está co-gobernado por Saturno, afirman. ¿Será que de la melancolía del mundo COVID-19 también nacen ideas, sino brillantes, por lo menos divergentes que ofrezcan la posibilidad de entender mejor la “propuesta cosmopolítica”? En este mundo COVID-19 habitamos la incertidumbre, no por decisión, pero ¿y si tuviéramos la capacidad de elegir residir “otra vez las zonas de experiencias devastadas” por voluntad y dejarnos de pensar como víctimas (Pignarre e Stengers 2005: 185 citado en Marcio Goldman, en este volumen)?
Retomando los “anti-sincretismos” de Goldman, llamamos este libro una “anti-síntesis”. En realidad no se trata de elaborar un resumen para saber qué dice Stengers y dejar todo preparado para el “extractivismo intelectual” (Gorbach y Rufer 2016). Aquello que hemos procurado ha sido valorar y experimentar un pensamiento relacional, abierto a la alteridad y que no se asusta fácilmente frente a una complejidad mayor. Aquí el énfasis se pone en las “bifurcaciones constantes” (Fujigaki Lares 2015, 2019) y en la imposibilidad de lograr una síntesis, es decir, en la ausencia de algo que pueda englobar a las diferencias, similar a lo que Roy Wagner plantea con su “dialéctica sin síntesis” (Wagner 1981; Goldman 2019: 48) o la “conjunción disyuntiva” del perspectivismo amerindio (Viveiros de Castro 2010). De esta manera, el libro no podrá funcionar como una introducción, ni se trata de intentos de aplicación, y mucho menos de preparar los caminos para una antropología o una historia venideras. Este fin del mundo será sin profetas, y no anunciamos a Stengers como una Mesías. Acaso tendría que descender por un camino bifurcado. ¿Qué “lo torcido se enderece, y lo áspero se allane” (Isaiah 40: 4)? No, gracias.
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