Tessa Dare - Una dama a medianoche

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Una dama a medianoche: краткое содержание, описание и аннотация

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Tras pasarse años sola, Kate Taylor por fin siente que tiene una familia: el pueblo de Cala Espinada. Sin embargo, nunca ha dejado de soñar con el amor, sobre todo cuando está cerca del cabo Thorne. El comandante de la milicia local es tan frío y duro como arrebatadoramente atractivo. Cuando unos misteriosos desconocidos se presentan buscando a Kate, reclamándola como parte de su aristócrata estirpe, Thorne da un paso al frente y asegura ser su prometido. Afirma que solo piensa en proteger a Kate, pero entonces ¿por qué la besa con tanto deseo? Para que el compromiso entre los dos sea creíble, Thorne va a tener que encerrar las cálidas sonrisas de Kate en su marchito corazón. Y esa es la batalla más dura a la que se ha enfrentado nunca un guerrero tan feroz como él… y la primera que parece destinado a perder.

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Índice de contenido

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho

Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece

Capítulo catorce

Capítulo quince

Capítulo dieciséis

Capítulo diecisiete

Capítulo dieciocho

Capítulo diecinueve

Capítulo veinte

Capítulo veintiuno

Capítulo veintidós

Capítulo veintitrés

Capítulo veinticuatro

Capítulo veinticinco

Epílogo

Título ori­gi­nal: A Lady by Midnight Published by arrangement with The Marsh Agency Ltd., acting in conjunction with the Axelrod Agency

© 2021 by Eve Ortega

____________________

Traducción: Xavier Beltrán

Diseño de cu­b­ier­ta y fo­to­mon­ta­je: Eva Olaya

___________________

1.ª edición: febrero 2022

De­re­chos ex­clu­si­vos de edi­ción en es­pa­ñol re­ser­va­dos para todo el mundo:

© 2022: Edi­c­io­nes Ver­sá­til S.L.

Av. Dia­go­nal, 601 planta 8

08028 Bar­ce­lo­na

www.ed-ver­sa­til.com

____________________

Nin­gu­na parte de esta pu­bli­ca­ción, in­cl­ui­do el diseño de la cu­b­ier­ta, puede ser re­pro­du­ci­da, al­ma­ce­na­da o trans­mi­ti­da en manera alguna ni por ningún medio, ya sea elec­tró­ni­co, quí­mi­co, me­cá­ni­co, óptico, de gra­ba­ción o fo­to­co­pia, sin au­to­ri­za­ción es­cri­ta de la editorial.

Para Tessa Woodward y Helen Breitwieser, con toda mi gratitud.

Capítulo uno

Verano de 1814

El cabo Thorne era capaz de lograr que una mujer se estremeciera desde el extremo opuesto de una habitación.

Un don muy inconveniente, en opinión de Kate Taylor.

Aquel hombre ni siquiera debía molestarse en conseguirlo, como comprobó Kate con una punzada de tristeza. No tenía más que irrumpir en El Toro y la Mariposa, adueñarse de uno de los taburetes de la barra, fruncir el ceño con una jarra de metal en las manos y darle la espalda, una espalda ancha y musculosa, al local. Y sin una sola palabra, sin ni siquiera una sola mirada, lograba que los dedos de la pobre señorita Elliott, posados sobre las teclas del piano, comenzaran a temblar.

—Ay, no puedo —susurró la muchacha—. Ahora no puedo cantar. No con él aquí.

Otra clase de música echada a perder.

Kate jamás había padecido ese problema, que empezó un año atrás. Antes de eso, en Cala Espinada vivían sobre todo mujeres, y El Toro y la Mariposa era un pintoresco salón de té en que se servían pastelitos y se vendían tarros de mermelada. Pero, desde que se había organizado la milicia local, el establecimiento se había convertido tanto en el salón de té de las damas como en la taberna de los caballeros.

Kate no se oponía a compartir el local, pero con el cabo Thorne era imposible compartir nada. Su presencia adusta e inquietante se apoderaba por completo de la estancia.

—Intentémoslo una vez más —apremió a su alumna mientras se esforzaba por ignorar la silueta intimidante que se le cernía desde la visión periférica—. Ya casi lo teníamos.

—No me saldrá nunca. —La señorita Elliott se ruborizó y entrelazó los dedos sobre el regazo.

—Claro que sí. Es tan solo cuestión de práctica, y no estarás sola. Seguiremos trabajando en el dueto y estaremos preparadas para ensayar la actuación en el salón este mismo sábado.

Al oír la palabra actuación , las mejillas de la muchacha adquirieron un color carmesí.

Annabel Elliott era una jovencita delicada y pálida, pero la pobre se sonrojaba con una gran facilidad. Siempre que estaba nerviosa o aturullada, sus mejillas ardían como si le acabaran de asestar un bofetón. Y estaba nerviosa o aturullada la mayor parte del tiempo.

Algunas jóvenes acudían a Cala Espinada para superar la timidez, un escándalo o un episodio de fiebre debilitante. La señorita Elliott se había presentado con la esperanza de conseguir otro tipo de curación: necesitaba un remedio para el pánico escénico.

Kate había sido su mentora el suficiente tiempo para saber que los problemas de la señorita Elliott no tenían nada que ver con una falta de talento ni de preparación. Solamente necesitaba confiar en sí misma.

—Tal vez nos ayude una nueva partitura —le propuso Kate—. A mí me levanta más el ánimo una melodía nueva y refrescante que comprarme un sombrero. —Se le ocurrió una idea—. Esta semana iré a Hastings a ver qué encuentro.

De hecho, tenía intención de visitar Hastings con un propósito totalmente diferente. Debía saludar a alguien, una visita que llevaba tiempo postergando. Ir a comprar nuevas partituras sería una excusa excelente.

—No sé por qué soy tan tonta —se lamentó la ruborizada joven—. He tenido profesores brillantes durante años. Y me encanta tocar. De verdad que sí. Pero, cuando hay alguien escuchando, me quedo paralizada. Soy una inútil.

—No eres ninguna inútil. Ninguna situación es inútil jamás.

—Mis padres…

—Tus padres tampoco creen que seas inútil. De lo contrario, no te habrían enviado aquí —dijo Kate.

—Quieren que mi puesta de largo sea un éxito. Pero usted no sabe la presión que ejercen sobre mí. Señorita Taylor, es imposible que usted sepa qué se siente.

—No —admitió Kate—. Supongo que no.

La señorita Elliott levantó la vista, afectada.

—Lo siento. Lo siento mucho. No quería decirlo así. Qué desconsiderado por mi parte.

—No te preocupes. —Kate desestimó las disculpas con un gesto—. Es cierto. Soy huérfana. Llevas razón, por supuesto: es imposible que sepa qué se siente al tener padres con expectativas tan altas y desorbitadas.

«Aunque daría lo que fuera por experimentarlo, solo durante un día».

—Pero sí que sé la gran diferencia que supone saber que estás entre amigos —continuó—. Esto es Cala Espinada. Todos somos un tanto diferentes. Y recuerda que en este pueblo todo el mundo está de tu parte.

—¿Todo el mundo?

La mirada recelosa de la señorita Elliott voló hacia el hombre solitario y gigantesco sentado a la barra.

—Es que es tan grande —susurró—. Y aterrador. Siempre que empiezo a tocar, lo veo hacer una mueca.

—No te lo tomes como algo personal. Es un militar, y ya sabes que todos los militares están confundidos por culpa de las bombas. —Kate le dio a la señorita Elliott una alentadora palmada en el brazo—. No le prestes ninguna atención. Limítate a levantar la cabeza, a esbozar una sonrisa, y sigue tocando.

—Lo intentaré, pero es que… es bastante difícil ignorarlo.

Sí. Así era. Que se lo dijeran a Kate.

Aunque al cabo Thorne se le daba estupendamente bien ignorarla a ella, Kate no podía negar el efecto que tenía él en su compostura. Le hormigueaba la piel cuando estaba cerca y, las pocas veces que la había mirado, había observado una honda profundidad en sus ojos. Pero, por el bien de la confianza de la señorita Elliott, Kate dejó a un lado sus propias reacciones.

—Alza la barbilla —le recordó en voz baja a la señorita Elliott, y también a sí misma—. Sonríe.

Kate comenzó a tocar la parte grave del dueto. Cuando llegó el momento de que entrara la señorita Elliott, sin embargo, la joven titubeó después de unas cuantas notas.

—Lo siento, es que… —La voz de la señorita Elliott se fue apagando.

—¿Ha vuelto a hacer una mueca?

—No, peor —gimió—. Esta vez se ha estremecido.

Con un resoplido de indignación, Kate giró el cuello para observar la barra.

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