Debería haberse esforzado por que la besaran años atrás, para que así la sensación no resultara tan novedosa. Vamos a ver, ¿qué muchacha con amor propio recibía el primer beso a los veintitrés años?
Thorne ni siquiera le caía bien. Era un hombre espantoso e insensible.
«Piensa en la familia», se amonestó mientras observaba, con los ojos bien abiertos, los travesaños del techo. «Piensa en los cumpleaños en febrero. Piensa en la mujer desnuda sin pudor en el cuadro, acariciándose con cariño la barriga hinchada. Podría tratarse de tu madre».
Si iba a pasarse la noche en vela, que fueran aquellos pensamientos los que la mantuvieran despierta. No un beso sin significado alguno, de un hombre que no sentía absolutamente nada por ella, para quien comprometerse era una manera de utilizarla para avanzar en su carrera.
Estaba decidida a no volver a pensar más en él. Nunca más.
Agarró la almohada, se tapó la cara y soltó un gruñido. Acto seguido, se llevó la misma almohada al pecho y la estrechó con todas sus fuerzas.
—Imagina un jardín repleto de colores. De rosas, de orquídeas, de numerosas flores.
En plena oscuridad, cantó en voz muy baja aquellas palabras, dejando que la melodía la envolviera como si de una manta se tratara. Aquella nana tan sencilla era el recuerdo de infancia más antiguo de Kate. La rítmica tonada siempre la tranquilizaba.
—Hay lirios, jazmines —continuó—, también alhelís. Todas ellas bailan, bailan para ti.
Cuando la última nota se apagó, sus párpados se cerraron y se quedaron inmóviles.
Kate soñó con un beso ardiente y apasionado que duraba toda la noche.
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