Tessa Dare - Una dama a medianoche

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Una dama a medianoche: краткое содержание, описание и аннотация

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Tras pasarse años sola, Kate Taylor por fin siente que tiene una familia: el pueblo de Cala Espinada. Sin embargo, nunca ha dejado de soñar con el amor, sobre todo cuando está cerca del cabo Thorne. El comandante de la milicia local es tan frío y duro como arrebatadoramente atractivo. Cuando unos misteriosos desconocidos se presentan buscando a Kate, reclamándola como parte de su aristócrata estirpe, Thorne da un paso al frente y asegura ser su prometido. Afirma que solo piensa en proteger a Kate, pero entonces ¿por qué la besa con tanto deseo? Para que el compromiso entre los dos sea creíble, Thorne va a tener que encerrar las cálidas sonrisas de Kate en su marchito corazón. Y esa es la batalla más dura a la que se ha enfrentado nunca un guerrero tan feroz como él… y la primera que parece destinado a perder.

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Pero Kate había sido incapaz de renunciar a su plan. Había convertido la esperanza en una costumbre semanal. Siempre que el correo le respondía otro descorazonador «No» —o, peor, cuando pasaba meses sin recibir contestación alguna y perdía las ganas de seguir removiendo cielo y tierra—, oía aquella voz que le hablaba desde lo más hondo de su ser: «Sé valiente, Katie de mi corazón».

Y ahora…

Ahora el caramelo de Tía Mariposa casi se había disuelto en su boca, y la anciana llevaba razón. Una intensa y deliciosa dulzura le inundó la lengua.

Kate la paladeó.

—Sí —dijo Lark—. Era su carta. Y supe de inmediato que nuestra Katherine debía de ser usted. Partimos enseguida, viajamos durante toda la tarde y llegamos aquí hace unas horas.

—Se lo enseñamos al vicario —Harry señaló el cuadro— y, cuando se hubo recuperado de una leve apoplejía, nos dijo que la señorita Kate Taylor guardaba un notable parecido con la mujer del retrato, en efecto.

—Del cuello hacia arriba, por supuesto. —Lark le dedicó ese comentario, y una ligera sonrisa, al cabo Thorne.

—Y aquí estamos ahora, querida. —Tía Mariposa dio una palmada a la rodilla de Kate—. El cuento tiene un milagroso final. Te hemos encontrado. Y todas las pruebas indican que, al parecer, eres la hija perdida de un marqués.

Las palabras golpearon a Kate como si de un alud se tratara. En ese momento, sus emociones eran sentimientos congelados y esparcidos. Todo aquello era demasiado. Ahora sabía que sus padres se llamaban Simon y Elinor. Sabía cuándo era su cumpleaños. Sabía cuál era su apellido.

En caso de que…

En caso de que pudiera creer cuanto le aseguraban.

—Pero yo jamás he vivido cerca de Kenmarsh —dijo—. Me crie como una niña tutelada de la Escuela Margate y salí de allí hace cuatro años. Fue entonces cuando vine hasta aquí para impartir clases de música.

—¿Y antes de Margate? —le preguntó lord Drewe.

—Por desgracia, no cuento con recuerdos precisos. Le he pedido información a mi antigua profesora. —Dios, ¿la espantosa entrevista con la señorita Paringham había tenido lugar esa misma tarde?—. Me dijo que me abandonaron.

Kate observó a la mujer del cuadro. Su madre, en caso de que lo creyera. ¿Habría muerto? ¿O entregó a su bebé, incapaz de criar a una hija por sus propios medios? Sin embargo, resultaba evidente, por la forma en que la mano de la mujer se posaba con cariño sobre su oronda barriga, que amaba al bebé que llevaba en las entrañas. Kate juzgó increíble la idea de que ella estuviera de algún modo en aquella pintura, debajo de la piel, como un feto que se retuerce y…

Amado.

—Pobre —dijo Lark—. Soy incapaz de imaginar cuánto debe de haber sufrido. No podemos borrar aquellos años, pero haremos cuanto esté en nuestra mano por compensárselos a partir de ahora.

—Sí —asintió Drewe—. Debemos instalarla en Ambervale lo antes posible. Cuando esta noche regrese a casa, enviaré a una doncella para que la ayude a hacer las maletas.

—Estoy segura de que no será necesario.

—¿Ya tiene a su propia doncella?

—No. —Kate se rio, atónita—. No tengo tantas cosas que empaquetar. Quería decir que no es apropiado que me inviten a su casa.

—Por supuesto que es apropiado. —Lord Drewe parpadeó—. Es el hogar de nuestra familia.

«El hogar de nuestra familia».

Aquellas palabras la dejaron afectada y sin aliento.

—Pero… ¿no sería una vergüenza para ustedes?

—En absoluto —le aseguró Harry—. Nuestro hermano Bennett ostenta el cargo de la vergüenza de la familia, título que guarda celosamente lejos de cualquiera que pretenda usurpárselo.

—¿Por qué ibas a ser una vergüenza, querida? —quiso saber Tía Mariposa.

—Aunque todo cuanto dicen sea cierto…, soy su prima segunda ilegítima, la nieta de un granjero.

Kate esperó a que el peso de sus palabras se asentara. Con toda certeza, la alta sociedad a la que pertenecían los Gramercys no se mezclaba con bastardos, ¿verdad?

—Si le preocupa el escándalo, quédese tranquila —dijo Lark—. El escándalo es la seña de identidad del apellido Gramercy, así como tanto dinero que a nadie le importa. Si Tía Mariposa nos ha enseñado algo desde que éramos niños era que…

—Había que evitar sus caramelos —metió baza Harry.

—La familia es lo más importante —replicó lord Drewe—. Puede que seamos un surtido variado de aristócratas, pero nos apoyamos mutuamente cuando hay un escándalo, una desgracia o una improbable victoria. —Señaló el registro de la parroquia—. Simon reconoció a su hija y le dio el apellido de la familia. Por tanto, si ese bebé es usted, señorita Taylor…

Una pausa dramática espesó la atmósfera de aquella sala.

—Entonces, usted no es la señorita Taylor. Usted es Katherine Adele Gramercy.

«¿Katherine Adele Gramercy?».

Y un cuerno.

Thorne apretaba la mandíbula. No era un hombre de muchas palabras. Aquella situación pedía elocuencia, pero a él solo se le ocurrían acciones que llevar a cabo. Principalmente, quería abrir la puerta y echar a aquellos aristócratas tan peculiares y charlatanes de una patada en el trasero. Acto seguido, cogería a la señorita Taylor en brazos y la llevaría arriba para que se abandonara al descanso sosegado que hacía varias horas ya que necesitaba. Sus mejillas lucían una cadavérica palidez.

Le gustaría tumbarse a su lado, pero no lo haría. Porque, a diferencia de aquellos intrusos presuntuosos, él se reprimía. Thorne había oído rumores de que la endogamia entre aristócratas provocaba imbecilidad y mala dentadura. Por lo visto, aquella familia había padecido una especie de cólera verbal. Todo cuanto escupían eran sandeces.

No podía creer que aquella gente se hubiera ofrecido a llevarse a la señorita Taylor. No podía creer que la joven valorara la posibilidad de marcharse con esa familia. Ella tenía sentido común.

Y se lo demostró sin demora.

—Son muy amables. Pero me temo que no puedo abandonar Cala Espinada tan apresuradamente. Tengo obligaciones. Clases, alumnas. Nuestra feria de verano tendrá lugar dentro de poco más de una semana, y soy la encargada de la música y de los bailes.

—Ay, adoro las ferias. —La más joven dio un nuevo brinco sobre la silla. Thorne se había dado cuenta de que tendía a hacer aquel gesto tan irritante.

—No es gran cosa, pero nos lo pasamos muy bien. Es básicamente un festejo para niños, que ubicamos en el castillo en ruinas. El cabo Thorne y sus hombres también echan una mano. —Después de lanzarle una mirada titubeante, la señorita Taylor continuó—: En todo caso, ¿no preferirían que este… vínculo… fuera más oficial antes de invitarme a su casa? Si descubrimos que sus suposiciones no son correctas y que en realidad no soy familiar de ustedes…

—Pero mire el retrato —protestó la joven—. Los registros. Su mancha de nacimiento.

—La señorita Taylor lleva razón —dijo lord Drewe—. Debemos demostrar que no se trata de una mera coincidencia. Despacharé a varios hombres para que acudan a la escuela a indagar y para que sondeen en los alrededores de Ambervale. No me cabe ninguna duda de que, tras hurgar un poco, encontraremos con facilidad la relación entre su infancia y Margate.

Thorne sabía que los hombres de lord Drewe no encontrarían ninguna relación entre los registros de aquella parroquia y la escuela Margate. Él podría aclararse la garganta e informarles con precisión de dónde había pasado Kate Taylor los primeros años de su vida. La muchacha veía con qué entusiasmo afirmaba aquella gente que era una Gramercy. Una cosa era un escándalo de la clase alta y otra muy distinta, una vileza inmoral.

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