—Del compromiso. Una dama puede romper un compromiso en cualquier momento, y su reputación no se ve repercutida negativamente. Si se demuestra que es usted una Gramercy, nadie esperaría que siguiera adelante y se casara conmigo.
—¿Y si se demuestra que no soy una Gramercy?
—Nadie esperaría que se casara conmigo de todos modos. —Thorne arqueó una ceja.
Kate supuso que no. Como sabía cualquiera en Cala Espinada, Thorne y ella eran el equivalente social del agua y el aceite. Imposibles de unir.
—¿Por qué se ha prestado a esto? —le preguntó la muchacha observando la dura expresión de él en busca de pistas—. ¿Por qué se preocupa por mí?
—¿Que por qué…? —Con un gruñido suspirado, la soltó—. Es mi deber cuidar de usted, señorita Taylor. En las próximas dos semanas me reuniré con lord Rycliff para tratar mi licenciamiento con honor. Si resulta que entrego a la mejor amiga de su mujer a la custodia de unos extraños desconocidos, es probable que no vea mi petición con tan buenos ojos.
—Ah —murmuró ella—. Ya veo. Tiene sentido.
Por lo menos aquella respuesta de corazón de piedra sin emociones era terreno conocido.
—Lo siento —dijo Kate girándose hacia los Gramercy—. Debería haber mencionado antes el compromiso. —Alargó la mano para agarrar la de Thorne e intentó mirarlo a los ojos con cariño—. Es tan reciente… Ni siquiera hemos tenido tiempo de contárselo a nuestros amigos, ¿verdad que no…? —Su voz se fue apagando en cuanto se dio cuenta de que desconocía cuál era su nombre de pila.
«Añade un apodo», se dijo. «Una expresión de cariño. Querido, corazón, cielo, perrito, amor. Lo que sea».
—¿Verdad que no, Chiquitín? —terminó con una sonrisa inocente.
Ah. Por fin se agrietaba el hielo que desprendían aquellos ojos azules. Thorne intensificó la presión con que le apretaba la mano. Curiosamente, Kate se sintió complacida al percibir aquellas señales de enfado de él. De alguna manera, provocarlo hacía que todo aquello volviera a la normalidad.
Lord Drewe se encontraba en el centro de la sala, irradiando nobleza y autoridad.
—Esto es lo que va a ocurrir.
Y Kate tuvo la repentina e indudable convicción de que cuanto dijera lord Drewe a continuación iba a ocurrir, sin duda. Aunque anunciara que lloverían caramelos del cielo.
—Señorita Taylor, veo que la estamos apremiando. Tiene la feria de verano en el horizonte y asuntos personales de los cuales ocuparse. Y, por supuesto, es usted reacia a marcharse al haberse comprometido tan recientemente.
—Sí, así es. —Se inclinó hacia el brazo de Thorne.
—Es obvio que no podemos pedirle que abandone Cala Espinada ahora mismo.
Kate suspiró, aliviada. Gracias a Dios. Lord Drewe era un hombre lúcido y lo comprendía. Regresaría a Ambervale con su familia, retomaría las investigaciones y le notificaría los resultados. Por carta, tal vez, y no mediante una visita a medianoche.
—Está ocupada —prosiguió lord Drewe—, mientras que nosotros estamos de vacaciones. Pero no hay razón que nos impida pasar las vacaciones aquí.
—¿Se re-refiere a quedarse aquí, en Cala Espinada? —Kate tragó saliva—. ¿En El Rubí de la Reina? ¿Todos ustedes?
—¿Hay alguna otra posada en el pueblo?
—No. —Meneó la cabeza—. Pero esta no acepta huéspedes varones.
—He visto una taberna. —Lord Drewe se encogió de hombros—. Estoy convencido de que el propietario dispondrá de una o dos habitaciones para alquilar. No necesito nada en especial.
«Ah, claro que no. No es más que un marqués».
Era una complicación imprevista. Decirle a esa gente que estaba comprometida con Thorne era una cosa; vivir todos juntos allí, en Cala Espinada, otra muy distinta.
Cielos. En el pueblo nadie los creería.
—Hablaré con la señora Nichols para que prepare habitaciones para las damas —siguió Drewe— y de inmediato mandaré a los carruajes a por nuestras pertenencias.
—Seguro que no es necesario —dijo Kate.
—Las vacaciones casi nunca lo son —añadió Tía Mariposa—. Ese es su encanto.
—No quisiera causarles molestias.
—No es ninguna molestia. Cala Espinada es un retiro costero para damas poco convencionales, ¿no es así? —Lord Drewe extendió las manos y señaló a sus hermanas y a su tía—. Resulta que me acompañan tres mujeres muy poco convencionales, que estarán dispuestas a entretenerse en el pueblo. En cuanto a mí, dirijo mis asuntos por correspondencia. Puedo hacerlo desde cualquier lugar.
—Ardo en deseos de ver la feria —opinó Lark.
—Un chapuzón en el mar sería maravilloso —dijo Tía Mariposa.
—Me entusiasma la idea de pasar una temporada en la cala de las solteronas —terció Harry al levantarse de la silla mientras se alisaba la camisola—. Ames sentirá muchísimos celos.
—Como ve, señorita Taylor, es perfecto. De esta manera, no hará falta que la alejemos de sus amigos, pero dispondremos de suficiente tiempo para conocernos.
—Sí, acerca de eso… —Kate se mordió el labio—. Es un pueblo pequeño. ¿Les importa que les pida que mantengamos nuestro supuesto parentesco en secreto? Abrigo la esperanza de que las especulaciones y los chismes se reduzcan al mínimo, en caso de que…, en caso de que finalmente no sea cierto.
Esperaba de corazón que no hubiera tres muchachas apoyadas en la puerta del salón escuchando cuanto se discutía en el interior.
—Sí, por supuesto —accedió lord Drewe, y se detuvo unos instantes para reflexionar—. A nosotros también nos desagradan profundamente los chismes… Por desgracia, estamos acostumbrados a ellos. De cara a la galería, contrataremos sus servicios como profesora de música particular para Lark. ¿Cree que eso bastará?
—De hecho —Lark se acercó a Kate—, no me irán mal las clases. Soy un desastre con el piano, pero creo que me gustaría probar con el arpa.
La sonrisa radiante de aquella joven llegó al corazón de Kate. También el asentimiento tranquilizador de Harry, los modales confiados de lord Drewe y el regusto prolongado del caramelo de Tía Mariposa en la lengua.
Formaban una familia y querían pasar tiempo con ella. Conocerla. Aunque tan solo durara unos cuantos días, aquello ya valía la pena, por más que tuviera que lidiar con una mayor incomodidad con Thorne. Era el lado positivo de la crueldad con que la había rechazado en la pradera. Ahora Kate sabía sin asomo de duda que él no albergaba sentimientos.
—En ese caso —asintió Kate mientras dedicaba una moderada sonrisa a todos los Gramercy—, supongo que está todo claro.
«Claro».
Cuando un rato después se metió en la cama, Kate no lo veía todo tan claro.
La última vez que se había acostado en aquellas sábanas de lino, era una huérfana y una solterona. A lo largo de aquel día de locos, había acumulado cuatro posibles primos, un cachorro mestizo y un prometido temporal.
«Claro» no describía su estado. Más bien al contrario. Su mente se enturbiaba por la emoción, por las posibilidades…
Y por aquel beso.
Aun teniendo en cuenta lo que había ocurrido con los Gramercy, era incapaz de olvidar aquel beso.
Era horrible. Estaba físicamente cansada y mentalmente agotada. Necesitaba quedarse dormida como agua de mayo. Pero, cada vez que cerraba los ojos, notaba el calor de los labios fuertes de él contra los suyos.
Cada. Vez.
Si hubiera logrado mantener los ojos abiertos durante el beso, quizá ahora evitaría hacer esa asociación. Pero no. La conexión era inmediata: ojos cerrados, beso revivido. El instante en que sus pestañas se posaban sobre sus pómulos, en que sus labios y su cuerpo por completo palpitaban con una emoción embriagadora e indeseada.
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