Algo más modesto sería el caso de don Felipe Sisternes y Gómez de la Torre, casado con doña Jerónima Gisbert, aristocrático apellido catalanoaragonés. Tres vástagos tuvo tal matrimonio. El primogénito y varón, Jerónimo; Ángela, la mediana, nacida en 1610; y de quien ahora se habla, veinticuatro meses menor y bautizada el día 21 de enero –festividad de la Virgen y Mártir que le daría el nombre– en la iglesia parroquial de Santo Tomás Apóstol de Valencia. 17
Los pequeños perdieron a su padre en octubre del mismo año 1612, por lo que quedaron a cargo de su madre. Ni una década sobreviviría esta al pater familias . Fueron acogidos entonces por una prima hermana del difunto don Felipe, la pía doña Sabina, personaje decisivo en toda esta historia. Era hija de don Marco Antonio Sisternes de Oblites y doña Esperanza Centoll, y hermana, por tanto, de don Melchor Sisternes de Oblites y Centoll, señor de Benillup y regente del Consejo de Aragón. 18En 1620 había contraído nupcias a los veintidós años de edad. 19Y lo hizo con su primo don Vicente Descals, asesor del portant-veus de general governador de Valencia. 20Hasta diez vástagos llegarían a atribuirse a este matrimonio. 21Aunque solo alcanzaron la edad madura don Ramón, don Marco Antonio y doña Aldonza. 22
Con estos tres muchachos y su madre, pues, se criaron nuestros huérfanos, en una plácida existencia sin sobresaltos reservada a los jóvenes de tal clase y condición. 23Hasta que la vocación religiosa irrumpiera en su vida. Muy tempranamente en el caso de Inés, que a decir de sus biógrafos:
Desde su niñez fue su vida más que un ensayo de la perfección, pues apenas llegava a discernir la razón ya la encontravan retirada en los desvanes de casa hincadas las rodillas en oración fervorosa que tenía por muchas horas. Aprendió a leer con gran brevedad y consumía lo restante del tiempo que la permitían las pueriles tareas, en que se imponen las niñas, en leer libros espirituales, con cuya doctrina conservava el calor de la devoción que el Divino Espíritu avía introducido en su alma. Las diversiones de su niñez eran formar altarcicos y encender luzes, combidando a sus hermanos a cantar a Dios alabanças, que eran los rudimentos y oraciones con que instruyen los padres al despuntar la razón a sus hijuelos. Desde niña gustó mucho del retiro y la oración, y como ésta se fervoriza con los rigores de la mortificación, desde entonces se familiarizó Inés con ella. 24
También a sus dos hermanos deparaba el destino una vida consagrada. Jerónimo ingresó con el nombre de fray Onofre en el convento de Nuestra Señora del Remedio de Valencia; 25fue catedrático de Filosofía del Estudi General y superior de diferentes cenobios, visitador y vicario provincial de la Orden de la Santísima Trinidad. 26Méritos que acabarían incluyendo su nombre en las ternas episcopales de diócesis como Orihuela. 27
Entretanto, doña Sabina Sisternes de Oblites y Centoll había buscado acomodo para sus sobrinas en otra religión, en absoluto ajena a la familia. No lo era la Orden de Predicadores, desde que un antepasado había apadrinado a san Vicente Ferrer. 28Inés y Ángela se incorporarían así a las filas dominicanas. Pero no en un convento cualquiera, sino en el de Santa María Magdalena, el más antiguo entre los femeninos levantado en Valencia después de la Reconquista y bajo patrocinio de la Casa Real de Aragón. 29
Detalle del convento de Santa María Magdalena de Valencia. Plano de T. V. Tosca.
Emplazados en la partida de Na Rovella, aquellos muros mantenían intacto el linajudo marchamo estandarte de sus casi cuatro siglos de historia. 30Nobleza local y oligarquía ciudadana seguían confiando a las monjas magdalenas la educación de sus hijas. Entre los siete y los trece años de edad solían estas, en calidad de educandas, traspasar por vez primera el dintel conventual –con la preceptiva autorización de las autoridades provinciales dominicanas– para su cristiana formación, que podía derivar en una vocación consagrada definitiva. 31Las hermanas Sisternes de Oblites lo harían el 4 de mayo de 1623 durante el priorato de la madre Jerónima de Borja, como se deduce de los registros de Santa María Magdalena. 32
En los mismos papeles se recoge que, decididas ambas muchachas a vestir el hábito blanquinegro, mutarían su condición por la de novicias a comienzos de 1628, incorporándose desde entonces al ritmo de vida comunitario cuyas jornadas andaban fraccionadas –según el modelo regular ideal– por el ritmo que marcaban los tiempos de oración, repartidos a lo largo de las veinticuatro horas. En concreto, las dominicas debían levantarse a medianoche para el canto de maitines. En voz alta, recitaba alguna un punto de meditación para el ejercicio de la oración mental durante treinta minutos. A las dos de la madrugada regresaban a sus celdas. Nuevamente en pie a las cinco, rezaban prima con un esquema similar al ya apuntado, más la misa y la comunión cuando así estuviese dispuesto. El resto del día se distribuían las otras horas canónicas intercaladas por tiempo de lectura en voz alta; comida en el refectorio sobre las once y media; después acción de gracias en el coro, algo de recreo, Rosario en torno a las cinco, vísperas, silencio, a las ocho cena y recogida después del rezo de completas. Todo ello regido por el capítulo regular, presidido por la priora de turno y celebrado periódicamente para garantizar el correcto funcionamiento interno de la comunidad. 33
Un año de probación les quedaba todavía por delante a Inés y Ángela para «estudiar las constituciones [de la Orden] e imponerse en todas las obligaciones que tal estado lleva consigo», antes de ser admitidas plenamente entre las hijas del patriarca de Caleruega. 34Ello ocurriría doce meses después, con la aprobación del consejo y capítulo del convento. El 23 de enero renunciaban al mundo y hacían solemne profesión ante la superiora sor marquesa Vives de Cañamás. 35Nuestra protagonista lo hizo con diecisiete años de edad, el nombre de Inés del Espíritu Santo y las siguientes palabras:
Yo, sor Inés del Espíritu Santo, Sisternes de Oblites y Gisbert, hago profesión y prometo obediencia a Dios y a la bienaventurada Virgen María y al bienaventurado padre santo Domingo y a vos, reverenda madre sor Marquesa Vives de Cañamás, priora de este convento de Santa María Magdalena de Valencia, en lugar del reverendísimo padre fray Serafín Sicco, Maestro General de la Orden de los hermanos Predicadores, y sus sucesores, según la regla de San Agustín y las constituciones de las religiosas, cuya dirección y cuyo gobierno están encomendados a dicha orden, que seré obediente a vuestras reverencias y a las demás prioras, vuestras sucesoras, hasta la muerte. 36
Monja profesa ya, quedó la madre Inés bajo la dirección espiritual de fray Antonio Ferrer, del convento franciscano descalzo de San Juan de la Ribera, en breve fallecido y a quien habrían de suceder el jesuita Juan Bautista Catalá y los dominicos fray Baltasar Roca y fray Francisco Faxardo. Estos pudieron ser los primeros en saber de los desvelos e inquietudes causados en el ánimo de la religiosa por la laxitud en el cumplimiento de la regla entre sus hermanas de hábito de Santa María Magdalena, reticentes aún a la reforma auspiciada por la Iglesia y la corona desde los albores de la modernidad. 37
Debe recordarse en tal sentido que este convento no había constituido una excepción al relajamiento que la crisis bajomedieval supuso para las religiones en general y la de Santo Domingo en particular. 38Es más, durante la denominada claustra –un modo de entender la regla dominicana alejado de los postulados que la habían caracterizado desde sus orígenes y evidenciado en la supresión de la pobreza común, la proliferación de situaciones privilegiadas, la posibilidad de vivir fuera de los claustros o la larga permanencia de los superiores en sus cargos–, las magdalenas llegarían a sustraerse de la jurisdicción del maestro general de Predicadores para someterse a la mitra valentina por espacio de más de una centuria. Desde mediados del Quinientos el cenobio había recuperado su estatus anterior de la mano de una pléyade de jóvenes monjas vinculadas a san Luis Bertrán y comprometidas con la observancia. 39Por supuesto, bajo el amparo de las autoridades blanquinegras y la reforma auspiciada por Trento, en cuyo punto de mira estuvieron las monjas en general. 40
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