María Rosa Congost Colomer - El joven Pierre Vilar, 1924-1939

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El historiador Pierre Vilar es un referente de primer orden de la historiografía española. Sus reflexiones sobre los fundamentos históricos del «hecho catalán» han sobrepasado el ámbito académico, y han tenido una influencia notable en la esfera intelectual y política catalana. Además, su pequeña Historia de España y su síntesis sobre La Guerra Civil española lo han acercado a miles de lectores. Rosa Congost nos ofrece ahora un recorrido minucioso por el decisivo periodo de la formación de Vilar como historiador, a caballo entre París y Barcelona, en un libro que explora el despertar intelectual del historiador maduro a partir de sus escritos de juventud. A través de una voluminosa correspondencia inédita con sus familiares más cercanos, podemos seguir en la primera parte las inquietudes de un joven estudiante de la Sorbona; mientras que, en la segunda, vemos de cerca su descubrimiento de Cataluña, en 1927, y el impacto que este hecho tuvo profesionalmente sobre él en los convulsos años treinta. Son unos años, además, en los que Vilar toma conciencia, como profesor de instituto de secundaria, de la importancia de la enseñanza de la historia en la formación de los jóvenes.

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En la biblioteca del instituto hacían devolver los libros en seguida. Por eso, desde muy temprano, Vilar estudia en bibliotecas del entorno. El 5 de noviembre, por ejemplo, escribe una carta desde la biblioteca del Musée Pédagogique, en la calle de Ulm, cerca de la École, donde celebra que le dejen los libros durante 15 días. Le gusta, dice, ver «las cabezas de los profesores o futuros profesores (sobre todo femeninos)». Sabemos que algunas cartas fueron escritas allí y otras en la también cercana biblioteca de Sainte-Geneviève. Por lo que respecta al ambiente de trabajo dentro del edificio, antes de Semana Santa se ilusiona con la idea de compartir una thurne , es decir, una pequeña sala de estudio, con algunos amigos, entre ellos Lamicq. Pero finalmente no pudieron ocuparla. El 26 de abril encontramos una descripción del trabajo en la sala de estudios común:

cada uno trabaja en un rincón, yo como los otros; no me había visto nunca tan trabajador; pero encuentro que uno se aburre; los compañeros a los que yo estaba habituado: Frabry, Dresch, Ruffel, se han dispersado; casi no queda nadie a mi alrededor; tan solo, pero muy separados, Lamicq, Coulet y Millardet, quien últimamente ha sufrido una crisis de trabajo, y se ha volcado en la Historia como un desgraciado. Yo he tomado una decisión, continuar en la sala de estudios porque aquí se está muy tranquilo; he hallado una pequeña mesa individual...

Sus corresponsales se interesaron por su relación con el que parecía revelarse como el estudiante más brillante del curso, pero no precisamente el más popular. En la carta del 31 de mayo, Vilar satisfizo su curiosidad de esta manera: «como dice la tía, soy camarada de Lamicq; no sé por qué; estos días, el pobre Lamicq es objeto de muchas bromas, y se las han hecho ver de todos los colores». En la misma carta, explica algunas anécdotas concretas y manifiesta su preocupación porque la tradición de tomarle el pelo, que en el liceo se hacía «sin malicia», se extendiese en la École. «Si estuviese en su lugar yo estaría preocupado». En el momento de los exámenes, Lamicq será, como veremos, el principal referente y confidente de Vilar.

LAS CLASES DE HISTORIA DE ALPHONSE ROUBAUD

Todo invitaba a estudiar Historia. La historia era la materia que más atraía al joven Vilar, porque, de hecho, aspiraba a hacerse historiador. Y la Historia ocupaba un lugar importante en el concurso y en el liceo Louis-le-Grand. Porque si la khâgne de Louis-le-Grand tenía el porcentaje más grande de éxitos en el concurso de la École, era sobre todo por los buenos resultados de sus estudiantes en los exámenes de Historia, y este éxito se debía en gran parte al profesor Alphonse Roubaud. Además, Marie, la hermana de Vilar, había obtenido la licenciatura de Historia en la Universidad de Montpellier y estaba preparando la Agregación en la misma disciplina. Por todo lo dicho, no es extraño que las cartas que Vilar escribe a su hermana y a su tía durante el curso 1924-1925 estén llenas de referencias a la historia y, en particular, a las clases de Historia de Roubaud.

A finales de septiembre, en la primera carta en la que habla del instituto, encontramos la primera referencia, del todo positiva:

Esta tarde, el profesor de historia, Roubaud, me ha hecho una impresión excelente: enérgico, empezando su curso dando un deber a realizar, así como el programa de las lecciones que tendremos que preparar. Creo que esta será la mayor parte de la preparación.

Pero muy pronto, el 9 de octubre, matiza aquella opinión y encuentra algunas contradicciones entre el método que preconiza aquel profesor y sus clases:

En historia el señor Roubaud es un profesor excelente, pero en mi opinión no da una historia interesante; tal vez no puede hacerlo de otra manera; cuando pregunta en clase, cuando propone los deberes, es maravillosamente claro, le gustan las ideas generales, no se complica la vida con detalles; pero su curso tan solo es un curso de bachillerato desarrollado; trata sobre «Europa desde 1815 hasta nuestros días»(¡!); yo solo lo había visto parcialmente; los antiguos hypo del último año (Coulet, Bacave, etc.) habían visto Francia de 1715 a 1815: cada vez él nos da para revisar, con indicaciones bibliográficas, su curso del último año, o un curso equivalente (mi resumen de Lavisse es prácticamente idéntico). Pero es necesario hacerle exposiciones inteligentes y bien «compuestas». Nos ha dado a elegir entre 5 deberes de historia sobre Francia en el siglo XIX; de este modo tendremos ocasión de volver a ver esta parte del programa, que él no podrá tratar en clase, ni en exposiciones. Es fácil de comprender, pero las clases que da no se inspiran en el método que él preconiza y sus resúmenes son difíciles de retener.

Conviene saber que cuando Vilar habla de un tal Lavisse se refiere al manual correspondiente de la Historia de Francia escrito por este historiador. En la misma carta recita dos frases atribuidas a Roubaud que considera muy posibles, porque tenía algunos problemas de expresión. La primera: «Napoleón (o no sé qué otro personaje de la historia) murió demasiado pronto, ¡para saber lo que pasaría después de su muerte!». La segunda consiste en un involuntario juego de palabras: «Robespierre quería organizar los servicios de toda religión: servicio cristiano, servicio deísta, servicio ateo ( service athée )». Aquí, la cosa divertida era que más de uno había escrito «servicio de té». El 11 de octubre aumentó el repertorio con una frase de la clase del día anterior; Roubaud, hablando del partido revolucionario en Italia, había dicho: «El partido revolucionario decapitado, levantó la cabeza», y hace este comentario: «es decididamente toda una especialidad, la de este hombre». Y, para demostrarlo, el 24 de octubre la lista se incrementa con una frase pronunciada ese mismo día a propósito del rey de España: «el rey... murió sin hijos... la reina también», explicando que los puntos suspensivos no son gratuitos, sino que corresponden a las suspensiones de voz entre cada fragmento de la frase de Roubaud; y escribe con la misma técnica una serie de frases que circulaban de cursos anteriores. Por ejemplo: «Napoleón III... se quedó seis meses... en el Po... sin conseguir... hacer nada». Es necesario tener en cuenta que, en francés, el nombre del río Po es homófono de la palabra pot , que significa «orinal».

Roubaud les hablaba insistentemente de la necesidad de utilizar correctamente un método, cuyo requisito más importante parecía ser seguir el orden cronológico. Se puede deducir del inicio de la carta del 11 de octubre, en la que Vilar lamenta con ironía que «a pesar del método cronológico utilizado en la carta precedente, aún había olvidado algunas cosas». Comentarios como estos se repetirán a menudo. Y muy pronto está claro que Roubaud no es el único que les habla de método. El 24 de octubre, empieza la carta así: «conviene no perder tiempo en la khâgne ; ¡es necesario el método! como dice el Sergal. Comencemos de nuevo, pues, metódicamente la pequeña historia». Escribir metódicamente, aplicado a las cartas, será sinónimo de seguir el orden cronológico. Así, por ejemplo, en la carta del 20 de marzo vuelve a haber referencias irónicas al método de Roubaud: «Pero no os he dicho nada del domingo pasado: olvidaba que mi última carta era la del jueves: ¡madre mía! ¡He tergiversado el orden cronológico! ¿Qué diría Roubaud?». Y más tarde, en la misma carta: «Recuperemos el orden cronológico, ya que parece ser que es tan importante en historia...».

Las noticias sobre el curso o los cursos de Roubaud fluían semana tras semana. Los comentarios hacen referencia a veces a las clases del curso anterior en Montpellier, respecto a las cuales es evidente que Vilar no estaba descontento. El 24 de octubre explica a la hermana y a la tía que había revisado las notas tomadas el año anterior sobre el Lavisse de Luis-Felipe («o el Luis-Felipe de Lavisse», aclara) que le habían servido para construir el plan de trabajo de los deberes de historia de la primera semana de noviembre. El tema era este: «Causas y caracteres de la revolución del 48». Además, estaba leyendo el manual Politique étrangère de Debidour, que había empezado sin acabarlo en Montpellier; esta vez lo leería entero, aunque él lo consideraba «indigesto». En la misma carta, recriminando a la hermana algunas faltas de ortografía, dejó clara su vocación de historiador: «un poco de atención cuando se escribe a un khâgneaux , futuro estudiante del ens, futuro agregado de historia, y sobre todo cuando escribe una futura agregada de historia».

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