María Rosa Congost Colomer - El joven Pierre Vilar, 1924-1939

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El joven Pierre Vilar, 1924-1939: краткое содержание, описание и аннотация

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El historiador Pierre Vilar es un referente de primer orden de la historiografía española. Sus reflexiones sobre los fundamentos históricos del «hecho catalán» han sobrepasado el ámbito académico, y han tenido una influencia notable en la esfera intelectual y política catalana. Además, su pequeña Historia de España y su síntesis sobre La Guerra Civil española lo han acercado a miles de lectores. Rosa Congost nos ofrece ahora un recorrido minucioso por el decisivo periodo de la formación de Vilar como historiador, a caballo entre París y Barcelona, en un libro que explora el despertar intelectual del historiador maduro a partir de sus escritos de juventud. A través de una voluminosa correspondencia inédita con sus familiares más cercanos, podemos seguir en la primera parte las inquietudes de un joven estudiante de la Sorbona; mientras que, en la segunda, vemos de cerca su descubrimiento de Cataluña, en 1927, y el impacto que este hecho tuvo profesionalmente sobre él en los convulsos años treinta. Son unos años, además, en los que Vilar toma conciencia, como profesor de instituto de secundaria, de la importancia de la enseñanza de la historia en la formación de los jóvenes.

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Una de las últimas referencias a gente del Midi la encontramos en la carta del 7 de junio de 1925, cuando ya está muy cerca el día del concurso y a Montpellier habían llegado noticias alarmantes sobre Roger Bacave, el compañero con quien Vilar había compartido los primeros trayectos Montpellier-París, y el consumo de estimulantes:

Que la historia de Bacave no asuste a mi tía: se trata de individuos que no hacen nada durante todo el año, y trabajan los últimos 15 días sosteniéndose mediante Kola u otras drogas sustentatorias que les provocan congestiones, etc. Yo me hallo muy lejos de estos hábitos y llego a mi Concurso «preparado».

En la misma carta, otro comentario revela que Vilar continuaba pensando en Montpellier y en los profesores de allá abajo: «Me extraña mucho que Truffette no me haya escrito para desearme suerte: debe haberse olvidado».

LA COMPETITIVIDAD

Eran 80 en clase y sabían que solo 15, como máximo, conseguirían entrar. El sábado 13 de diciembre Vilar escribe, después de un examen de Historia, sobre el clima que se vivía en el instituto. Los trataban, dice, como a niños de 10 años. Se refiere al hecho de que habían aparecido los cuadros de honor y las felicitaciones del primer trimestre, después de la reunión de todos los profesores. Tenía curiosidad, especialmente, por saber qué habían dicho de él. El día anterior, a las siete de la tarde, Chaton, uno de los administradores del instituto, les había informado de que solo un alumno había sido felicitado , y eso había causado la sorpresa general, sobre todo entre los K3, como se llamaban los que repetían por tercera vez el curso, que normalmente eran felicitados durante el primer semestre. Otros años se había llegado a felicitar a 10 alumnos. Aquel año, el único alumno felicitado fue Bernard Lamicq, que ya había sido premio de excelencia el año anterior y que ciertamente, dice Vilar, era el único que se había mantenido entre los diez primeros en todos los ejercicios. ¿Por qué aquel resultado tan malo? Chaton le dijo que no se trataba de la voluntad de la administración, sino de los profesores, que estaban descontentos con el curso. Aquí Vilar escribe entre paréntesis: «tienen razón, en mi opinión: ¡no hay ni un solo tipo que destaque!». Pero Chaton también le animó: «Usted ha estado a dos pasos de ser felicitado». Vilar comenta que habría sido muy extraño que él y Lamicq hubiesen sido los únicos en ser felicitados . Aquella mañana, otro miembro de la administración, el Sergal , tal como se llamaba el supervisor general del liceo, le proporcionó algunos detalles más sobre la evaluación: todos los profesores habían hablado muy bien de él y le habían propuesto para ser felicitado , con una excepción: Roubaud, el profesor de historia. De hecho, solo Roubaud se había opuesto a que lo fuese él. También lo había impedido en los casos de Camborde y Seznec, que Vilar consideraba que se lo merecían. A pesar de ello, es interesante ver el tipo de cavilaciones que aquella noticia generó en su cerebro:

Ahora hay que plantear el problema: ¿por qué Roubaud me ha rechazado? Si me lo pregunto es porque mis respuestas en clase fueron buenas, y mi deber obtuvo 11 sobre 20 lo que le clasificaba como poco entre los 20 primeros; queda mi composición; temo que la haya juzgado mal: le gusta, parece, el orden cronológico; yo seguí un plan personal; tal vez ello le puso en mi contra. No mucho, sin duda, porque conseguí un «bastante bien», pero no ha considerado que yo deba estar por encima de los otros.

Aquella conversación, además de confirmarle el segundo lugar, resultaría muy instructiva. El Sergal explicó a Vilar el modo cómo la khâgne del Louis-le-Grand proporcionaba a los estudiantes lo que hacía falta para obtener un buen resultado en los exámenes. Para empezar, en el momento del Concurso todos ellos ya serían conocidos entre los profesores. Si eso era así, él formaría parte de una especie de «candidatura oficial». De todos modos, el nivel de aquel año era muy bajo. El curso era amorfo, en comparación, por ejemplo, con el año anterior, donde había habido una decena de ases. Además, parece ser que en las khâgnes del Henri IV y Condorcet, según decían algunos profesores que compartían docencia, el nivel aún era más bajo. Todo eso, que individualmente le podía beneficiar, motiva esta reflexión sociológica: «Azar, o quizá efecto de las generaciones de la guerra (muy apática, parece ser). A menos que la provincia no salga de su adormecimiento...». Pero, por otro lado, concluye, era muy evidente que hacía falta haber estado en el Louis-le-Grand, o al menos en París, para entrar en la École. Este era, afirmaba, el único consuelo que le proporcionaba el hecho de estar allí.

De todo lo dicho resultaba que había sido animado [ encouragé en el original francés]. Era otra fórmula típica del Louis-le-Grand que no gustaba a Vilar, que decía no soportar ni la palabra ni el hecho. Hubo unos 10 o 12 animados junto a 65 estudiantes que no habían sido felicitados ni animados pero que figuraban en el cuadro de honor. Vilar podía observar cómo el desánimo se apoderaba de muchos compañeros. Algunos de ellos al año siguiente ya serían K3 y los profesores los conocerían más y quizá pasarían a ser animados . A Vilar no le gustaba este engranaje. Insistía en que, en caso de suspender aquel año, retornaría al sur, donde se encontraría con los profesores de Montpellier.

Los resultados del segundo trimestre mejoraron. El 29 de marzo, después del consejo de clase, a las ocho de la tarde, Chaton les notificó que aquella vez las felicitaciones habían abundado hasta un total de doce, entre ellas la suya. Vilar considera que todas eran merecidas. Les habían dicho, además, que él y Nivat habían sido los triunfadores, es decir, los que más habían progresado: «Habiendo mostrado los gráficos (¡porque se hacen gráficos!) una ascensión formidable, mientras que Lamicq, por ejemplo, continua en el mismo plano –elevado, ciertamente– y algunos –Camborde por ejemplo– han bajado hasta ni tan siquiera merecer los ánimos».

También sabemos que Colonna, el profesor de filosofía, había hablado muy bien de él. Por todo eso, parece que su nombre sonaba entre los aspirantes a «cacique», es decir, a ser el primero en el concurso, pero él se apresura a decir que eso era una barbaridad. Comenta que cada año se hacía una especie de apuesta para adivinar quién sería, dando por supuesto que saldría del Louis-le-Grand; pero a veces había habido sorpresas, como el año anterior, cuando había sido cacique el poco brillante Louis Herland, y los profetas , ironiza Vilar, se habían alegrado cuando aquella especie de impostor había suspendido el certificado universitario de latín. Este juego provocó esta reflexión:

En mi opinión, si uno de nosotros, quienquiera que sea, llega a ser cacique, considero que la E.N. se halla en un nivel muy bajo o se trata del fraude más formidable que haya podido deslumbrar el mundo. No hay en toda la khâgne ningún tipo realmente bien, realmente destacado, de quien uno pueda sentir la superioridad: entre los buenos de la clase, veo tres clases de tipos, aquellos que, sin demasiado esfuerzo tienen una cierta facilidad, lo que les permite obtener buenos resultados, sin ser espectaculares: Lamicq, por ejemplo, o Camborde, por poco más que hiciera de lo que hace, y yo mismo podría clasificarme en esta región simpática pero no trascendente; después hay otra región, la de los pretenciosos que pretenden comerse el mundo, pero que de hecho están vacíos. Lalouette, Maheu, Blanche y unos cuantos más; finalmente, hay aquellos que necesitan hacer un gran esfuerzo para conseguirlo, los Nivat, Seznec, y algunos K3, Chambon y Ruffel por ejemplo. Pero entre nosotros no reconozco absolutamente a nadie que trabaje lo suficiente para ser imbatible en todo, y se halle además suficientemente dotado para serlo sin cansarse. Esperemos, por el honor de nuestra generación, que el cacique no sea de Louis le Grand; para mí, solo deseo una cosa, entrar en la École, y ya veremos si lo consigo, porque es una cosa del todo incierta, ¡digan lo que digan los profes!

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