—¡Mira, capullo! ¡Ojito con lo que dices! —grita señalándole con el dedo—. ¡Por supuesto que quiero a mi bebé! ¡Pero tengo miedo!
—No es verdad —continúa Roberto, asombrosamente calmado—. Decidiste tener el bebé sola, pensando que sería un juego, un deseo concedido, un capricho; pero te rajaste en cuanto viste que ese capricho te engordaba el vientre y te cambiaba la vida.
—¡No es cierto! ¡Estoy dispuesta a morir por que mi bebé viva! —exclama, cada vez más alterada.
—¡Deberías decir que estás dispuesta a luchar por ver crecer a tu bebé! ¡Y no rendirte así de fácil! ¡Pero en tu cabeza solo está la idea de dejarle solo! ¡Como todas!
No disfruto de esta lucha encarnizada de emociones. Aun así, me froto las manos cuando compruebo que mi plan sale bien y que estamos tocando justo los puntos a tratar.
—¡Majadero hijo de puta! —grita Marina levantándose del banco y lanzando el palo de la nube a la arena. Mantiene los puños tensos y apretados a cada lado de sus caderas—. ¡Jamás dejaría abandonado a mi bebé! ¡Nunca por propia voluntad! Seguro que tu madre hizo eso contigo, ahora entiendo por qué eres un cínico sátiro —intuye la tinerfeña con saña.
—No te equivocas. Aunque es normal que sepas de lo que hablas, ya que tu madre también te dejó tirada cuando cumpliste la mayoría de edad.
Marina alza la barbilla temblorosa, aguantándose las ganas de llorar.
—Por eso odias a las mujeres. Has debido de tener muchos desengaños.
—No te equivocas, guapa.
—Por eso me odias a mí.
—No te odio.
—Me desprecias —insiste Marina— porque soy la imagen de las personas que has odiado. Soy madre y mujer. Me odias porque te recuerdo a ella. Y la odias por abandonarte —prosigue decidida—. Y seguro que hay alguna mujer que decidió dejarte también…
—Sí. Las mujeres sois una fuente inagotable de sorpresas y decepciones.
—Por eso solo te las follas. No creas ningún otro vínculo con ellas.
Madre mía. Un dardo detrás de otro, y todos dan en el centro de la diana. Debí imaginarme que dos personas tan parecidas se reconocerían mutuamente.
—Solo sexo, ¿a que sí? Es muy aburrido hacerse pajas solo. Y muy de cobardes tratarnos así solo porque has tenido la desgracia de dar con las pocas malas que hay de nuestro género.
—Sí, ya… Y también es muy de cobardes acojonarse y tener pavor a parir por el miedo que te da ser tan mala madre como lo fue tu madre contigo.
—¡Desgraciado!
¡Zasca! Terapia completa. En pocos segundos, el carácter fogoso de ambos —puede que inconscientemente avivado por el fuego— ha explotado. Y se acaban de decir las verdades de sus problemas a la cara.
Bruno ha colocado tres cámaras a nuestro alrededor —una para cada uno de nosotros— y así no se pierda ningún movimiento durante la grabación. Controla las imágenes registradas con un monitor con la pantalla partida en tres. Los ojos le van locos ante la calidad y la intensidad de las secuencias tomadas. Tanto, que se le ve igual de agitado y nervioso que ellos. Cuando las emociones son tan devastadoras, acaban salpicando a todos.
Antes de que se hagan sangre, me levanto y los detengo para calmar los ánimos.
—Está bien. Ya es suficiente —pido, serena—. Callaos los dos. Hemos acabado con el ejercicio.
Marina y Roberto no se miran a la cara. Siguen sentados el uno al lado del otro, agotados por el esfuerzo de la discusión, cabizbajos, asombrados por todo lo que se han dicho a la cara sin apenas conocerse.
En este momento el vínculo se ha creado. El uno se ha convertido en el espejo del otro. Las constelaciones familiares dejan un regusto empático que afecta al ánimo, más aún cuando han sido conexiones tan potentes como esta.
Una vez, mediante una constelación con una pareja, descubrí que la mujer había tenido un aborto y que el marido no lo sabía. Fue un shock.
Uno debe estar preparado para este tipo de actividades, y sin embargo salen siempre mucho mejor las improvisadas, las espontáneas, porque estás expuesto y abierto, y no recelas de lo que sabes que puede pasar.
—¿Estáis bien? —pregunto sabiendo de antemano la respuesta.
—No —contestan los dos a la vez.
—Es normal. No es del agrado de nadie que otro le lea con tanta facilidad —les aseguro, y admiro cómo la luz de las llamas cincela sus rostros tan hermosos—. Cuando nos descubren, nos quedamos desnudos —explico dando vueltas a la nube que tengo pinchada en el palo—. Desnudos de alma y de corazón, desprovistos de coraza. Nuestros miedos, ocultos como vergüenzas, salen a la luz y se exponen al juicio de los demás, aunque no tengan derecho a juzgarnos. Como ahora os ha pasado a vosotros. Tú, Roberto —le miro sin rencores—, has desnudado a Marina, y ella lo ha hecho contigo. Ambos habéis señalado cuáles son vuestros traumas más profundos y cuál es el miedo más clamoroso, esa fobia que os impide mirar hacia delante y que os deja inmóviles ante la vida.
Ha llegado el momento de la verdad. Ahora las sentencias que suelte por mi boca serán imborrables para ellos. Pero no me inventaré nada, todo será verdad. La recuperación total de mis dos pacientes dependerá de cómo encajen la realidad de lo que les voy a decir.
—Marina, tu miedo no es dar a luz —le informo mientras observo el azúcar quemado de la nube.
La tinerfeña tiene todos los sentidos puestos en mí, como si yo tuviera la piedra filosofal en mis manos. Y no la tengo, pero sí puedo hacer alquimia con ella.
—¿Y cuál es mi miedo, Becca?
—El que te ha dicho Roberto. Tienes un miedo atroz a tener a tu bebé, porque estás aterrorizada de convertirte en tu madre. Ese es tu miedo real. Pero para esconderlo, tu mente ha creado muchas fobias. Barreras que no permiten que te relajes con el embarazo, y que a cada momento te crean ansiedad. ¿Miedo a los cortes? ¿Miedo a morir en el parto? —Hago las preguntas con un tono nada creíble—. No, Marina. Tienes miedo a morir tú como persona. Miedo a dejar de ser quien eres para convertirte en el clon despreocupado que fue tu madre. Así que, hasta que no comprendas que tu miedo y tus problemas te vienen de ahí, no podrás seguir tu propio camino, y esos miedos persistirán incluso después de dar a luz. Porque cuando hayas superado el parto, tu mente querrá crear otros miedos más, para mantenerte en guardia. Sin embargo, si entiendes qué te pasa y por qué te pasa, podrás dejar el terror atrás.
Marina ni siquiera oscila las pestañas. Los ojos le brillan por las lágrimas contenidas, hasta que empiezan a derramarse, deslizándose por sus mejillas como un río superado por su propio caudal.
—Odio a mi madre por cómo fue conmigo —susurra Marina, afligida—. Por tratarme como una mera transacción, como un producto que, cuando tuviera la mayoría de edad, dejaría atrás. Ella… Ella nunca compartió nada conmigo. Siempre me llevaba a los sitios, pero nunca se interesaba por lo que hacía. No quería traer a mis amigas a casa porque temía que ellas se dieran cuenta de que mi madre no me quería. —Sorbe por la nariz, y se seca las lágrimas con el puño de la manga—. Y cuando me quedaba a dormir en casa de ellas, fantaseaba con que mi madre era también la de ellas. Como ella dice: me crió, me alimentó y me ayudó a crecer. Pero nunca me dio el cariño que se suponía que debía darme una madre. Jamás. Quiero tener este bebé —añade tocándose la panza, y detiene sus palabras para llorar a gusto. Agacha la cabeza para cubrirse de mí y de Roberto, pero no hay nada de lo que avergonzarse—. Porque tengo mucho amor que dar, un amor que mi madre rechazó. Y estoy deseando formar una familia de verdad. Me avergüenza sufrir tanto por estar embarazada, por culpa de mis miedos absurdos. —Los hombros le tiemblan descontrolados.
Читать дальше