Lena Valenti - La decisión de Becca

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La decisión de Becca: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia más adictiva y divertida de Lena. Publicada por Penguin Random House y rediseñada por nosotros y añadiendo dos títulos inéditos. Ahora es una pentalogía. Becca, una psicóloga mediática que sigue métodos poco ortodoxos, y Axel, su guapísimo pero inescrutable cámara, viven intensa y apasionadamente algo que es cualquier cosa menos una historia de amor convencional. El diván de Becca ha sido un éxito en televisión. Lo que no va tan bien es la relación de idas y venidas entre Becca y Axel, un cañón, un dios del Olimpo, pero borde y perdonavidas, que la vuelve literalmente loca, sobre todo cuando le deja ver su verdadera cara: un hombre protector, cálido y con un gran corazón. Pero ¿qué le sucedió a Axel en su pasado para comportarse de esa forma tan desagradable con ella? Además de este misterio, se le suma la noticia bomba de Carla y Eli y la propuesta de los productores americanos para comprar los derechos del diván y llevar su caravana por Estados Unidos. Becca afrontará los acontecimientos con optimismo, y lo dará todo por sus pacientes y por Axel, aunque la situación se vuelva insostenible y el peligro que la acecha no solo amenace su vida, sino el futuro de su historia de amor. Pero la empática Becca también tiene sus problemas… y quizá deba ser ella quién se siente en el diván de una vez por todas y empiece a tratar sus propias fobias para encarar su decisión más importante. La elección definitiva. Las lectoras opinan: «¿Que no existe la píldora de la felicidad? Entonces es que no has leído
El diván de Becca.» «Mis amores platónicos de la historia: Leónidas y Axel. Porque Axel va a pasar a la historia, obvio.» «
El diván de Becca es definitivamente la prueba de que se pueden contar historias de amor dando un giro de tuerca al género. Refrescante, inteligente y repleta de amor y sensualidad.»No molestar. Estoy en terapia con Becca.¡Un fenómeno romántico con más de 100.000 risas vendidas!

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—¿Diez? ¡Diez son muchas!

—¿Diez entre decenas de millones de partos? —replico con mi tono más nihilista—. ¿Hablas en serio?

Marina baja la cabeza.

—Quiero tener a mi bebé y cuidar de él —dice, ahora más tranquila—. Pero también puedo ser de esas diez.

—No vas a ser de ese cero coma cero cero uno por ciento.

Estás sana, fuerte… y la matrona te ayudará.

—Ojalá tuviera tu convicción.

—Pero no la tienes, por eso estoy aquí, para que te des cuenta de lo que te pasa.

—¿Y tú? ¿Tú estarás conmigo cuando llegue el momento? Sus pupilas se dilatan. Su mente acaba de trasladarse a ese momento, y le está provocando ansiedad. Le sostengo la mano con suavidad, para hacerle ver que estoy ahí. El solo hecho de que me lo proponga me intimida y, al mismo tiempo, me honra.

Ya he asistido a un parto. El de Carla. Ese día el mentecato de su pareja llegó tarde por culpa de una partida online de Warcraft . Así que entré yo en su lugar. Aguanté como una campeona los gritos, los tacos y las coces que soltaba, la pobre… Y lo hice por amor. Por esa razón, Iván, mi adorable sobrino, mi camello de pokémons y bolas del amor, es casi tan mío como lo es de su madre.

—Marina, no habrá nada que temer —le repito.

Noto que está luchando por creerme. Inspira por la nariz, cediendo a mis últimas palabras, y entonces se lleva las manos a la barrigota.

—¿Estarás a mi lado, por favor? —vuelve a preguntarme.

Si ella me lo propone es porque conmigo se siente más a salvo, más segura, y ese es el puente que quiero construir entre nosotras.

—Sí. Si es lo que deseas, ahí estaré —le aseguro.

—Gracias —me dice con sinceridad—. De verdad.

—Y ahora, lo que hay que hacer es darle una identidad a ese bebé cuanto antes. No puedes seguir llamándolo así.

—Pero… —Estudia la mano posada sobre su protuberante vientre—. Es que no sé lo que va a ser…

—Buscaremos dos nombres, para niño o para niña. La idea es que tu mente cree una imagen positiva del bebé, y que te imagines cómo será contigo, a tu lado, en un futuro…

—Lo veo haciendo una ouija para contactar conmigo.

Roberto frunce el ceño, aunque la ocurrencia vuelve a hacerle sonreír. Y no son de esas sonrisas frías y distantes. Estas son de verdad.

Madre mía, esta chica tiene la idea de la muerte muy arraigada.

—Pues vamos a dejar de ponerte cara de tablero con letras. Tenemos que potenciar otro modo de pensar. Por lo pronto, si fuera niño… —la animo a que imaginemos juntas—, ¿qué nombre le pondrías?

Marina fija la vista al frente, entre la cantidad de cunitas de cristal ocupadas por recién nacidos durmientes. En realidad, nunca se planteó darle una identidad a su hijo o hija, y sé que no lo hizo, no porque no supiera el sexo, sino porque el solo hecho de imaginarse una vida feliz junto a él o ella la destrozaba, ya que estaba absolutamente convencida de que no iba a sobrevivir al parto.

Pero es tan fuerte para una madre admitir semejante cosa, que comprendo que no quiera mostrarse tan sincera conmigo, y menos con una cámara grabando. Ahora bien, a mí no hace falta ni que me engañe ni que me deje de engañar. Soy altamente empática. Reconozco las emociones que la otra persona siente, y sé el motivo real que la obliga a comportarse así. Con todo, su secreto está a salvo conmigo.

—Lo llamaría Airam, si fuera niño —anuncia con una voz que parece un bisbiseo.

—¿Airam? ¿Qué nombre es ese? —pregunta Roberto—. ¿Es un nombre de las Islas?

—Significa «libertad» —explica ella—. Era el nombre de un príncipe guanche.

—¿Y si fuera niña? —insisto.

—Si fuera niña… Idaira. —Sonríe—. Es el nombre de una princesa guanche.

—Idaira… —murmura Roberto, pensativo—. ¿Quieres ponerle un nombre canario a tu hija?

—Sí. ¿Qué pasa? —replica ella a la defensiva—. ¿Le pongo Roberta? A ver, Becca. —Se cuadra y lo señala con el índice—. Yo aún no entiendo qué hace él aquí. Voy a tener un bebé, no necesito un desatascador.

—Bueno —dice Roberto, que parece entretenido y relajado, como si estuviera en su salsa—. Según cómo se mire, pueden ser las mismas cosas.

—De acuerdo. —Vuelvo a colocarme en medio de los dos; bajo el índice de Marina y le suelto una reprimenda a Roberto con mi mirada mortal—. Tenéis muchas más cosas en común de las que os imagináis. Esta noche las averiguaremos. Mientras tanto… —enlazo el brazo con Marina y la retiro del cristal de la sala de neonatos para salir ya del hospital. El trabajo que tenía que hacer con ella y Roberto en la planta de Neonatología ha concluido.

Era preciso que Roberto viera esa cantidad de bebés que van a recibir el cuidado y el amor de sus padres, que no van a ser abandonados como, desgraciadamente, le ocurrió a él.

Y Marina, por su parte, debía familiarizarse con su futuro hijo o hija, y creer en que puede ser una realidad; primero, hablando de ello en el lugar que más miedo le generaba, y segundo, dándole un nombre al bebé, sea del sexo que sea.

5

@testosterman @eldivandeBecca #Beccarias Solo hacéis que llorar. Lloráis por amor, por desamor… Pero el 90% del resto del tiempo no sabéis ni por qué lo hacéis

Madera. Aire. Agua. Tierra. Y fuego.

Siempre he creído en los elementos mágicos y en sus propiedades curativas, tanto para el alma como para el cuerpo y la mente.

Eso no quiere decir que vaya a hacer un hechizo en esta noche de luna llena, ni que haya comprado ancas de rana ni sangre de dragón… Es, simplemente, que creo en el misticismo de estos componentes básicos y esenciales para cualquier reunión nocturna en la playa. Es por esa razón por la que parte de la terapia del día la vamos a hacer en el exterior, en una playa que, por alguna extraña razón, me fascinó la primera vez que la vi: la playa de los amantes. Y no quiero admitir que el besazo de tornillo que Axel me dio cuando lo cacé borracho cantando a las estrellas, tiene algo que ver con mi predilección.

Anochece en las Islas. En el horizonte, el cielo del atardecer se funde con la oscuridad del mar. Y a pocos metros de la orilla de la playa yace una hoguera. Ingrid ha tenido que pedir los permisos pertinentes para hacerla, y nos los han concedido. Lo que no consiga esta chica…

La temperatura desciende al caer la noche en Tenerife. No hasta el punto de ponernos chaquetones, pero sí para colocarnos sudaderas; la mía es negra, con capucha y unos labios de lentejuelas rojas en el pectoral, y en la espalda tiene la cara de Marilyn estampada. De todas las que había, era la que menos le gustaba a Ingrid, y la que más me encantaba a mí.

Marina y Roberto ya se han sentado alrededor del fuego.

Bruno prepara los micros de solapa para mis dos rubios, ya que el grande de alcachofa cogerá mucho ruido exterior debido a la marea y al aire que de vez en cuando se levanta y azota nuestros rostros con alevosía.

Ingrid, por su parte, está acabando de preparar los cuencos de cristal repletos de nubes de chucherías, que iremos quemando una a una con las llamas que prenden la leña, como si fuéramos boyscouts.

Hay una razón para esta escenificación. Cuando entré en la casa de Marina, fui lo suficientemente observadora como para fijar mi atención en un marco en forma de árbol con las ramas peladas colgado de la pared. Cada brote era un recuerdo, una foto de Marina con las personas que han estado alrededor en su vida. Fayna era la que más cromos repetía en su colección particular, señal de la fuerte amistad que las une.

Creí divisar una de su madre, en tono sepia, con una pequeña Marina recién nacida entre sus brazos. La mujer, de pelo negro, a diferencia del bebé, se veía agotada y forzaba una sonrisa. Había muchas fotografías que analizar, pero entre tantos momentos pasados, uno me atrajo más que los demás; uno en el que Marina estaba sola, plenamente satisfecha de sí misma, conforme con quien era y feliz con su vida.

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