Philip Daileader - San Vicente Ferrer, su mundo y su vida

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San Vicente Ferrer, su mundo y su vida: краткое содержание, описание и аннотация

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Los siglos XIV y XV fueron tiempos de cambios tumultuosos en la Europa medieval; fueron testigos de la Peste Negra, del Gran Cisma de Occidente, de la agudización de los temores del Apocalipsis y de la eliminación de la población no cristiana de España. Pocas figuras estaban tan amplia e íntimamente involucradas en las luchas de la Europa medieval tardía como san Vicente Ferrer. Tal vez el predicador más importante de su época, Ferrer pasó las últimas dos décadas de su vida recorriendo Europa, preparando al mundo para su inminente destrucción. «San Vicente Ferrer, su mundo y su vida» reevalúa los motivos, métodos e impacto del controvertido predicador, trazando el viaje de Ferrer desde el oscuro lógico hasta el ángel del apocalipsis, como se le conocía. Además, el libro ofrece nuevas perspectivas sobre la profundidad y la amplitud de la anticipación apocalíptica medieval tardía, y sobre los procesos que finalmente condujeron a las expulsiones de judíos y musulmanes de España.

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Si alguna vez había habido una época en que desconfiar especialmente de los profetas, las visiones y los milagros, dicha época era el presente, escribió Vicente. Los autores del Nuevo Testamento previnieron a sus contemporáneos contra los pseudoprofetas y las señales engañosas que confundían a los fieles. Dichos engaños eran un problema en aquel entonces, pero todavía eran un problema mayor en el presente, dado que Vicente y sus contemporáneos vivían más cerca del tiempo del Anticristo que aquellos autores bíblicos. Los falsos profetas, las falsas visiones y los falsos milagros serían comunes durante la época del Anticristo: «Por ende, no hemos de tomar de aquí [de las nuevas profecías, visiones y milagros] ningún argumento en lo que toca a la fe o a la Iglesia». 118 Esta última afirmación era sin duda fuerte. En 1380 Vicente rechazó el valor probatorio de las profecías y visiones contemporáneas no solo en lo referente al cisma, sino a cualquier otra cuestión de eclesiología o creencias.

Tal y como indica su rechazo a las nuevas profecías y visiones, la llegada del Anticristo ya figuraba en el pensamiento de Vicente en aquella fase todavía temprana de su vida y carrera. Al enumerar las diversas cosas buenas que resultaban del cisma y demostraban así la continua dirección de la Iglesia por parte del Espíritu Santo, Vicente incluía que «los fieles de Cristo son avisados e instruidos con mayor claridad para el tiempo del Anticristo, a fin de que nadie se aparte de ninguna manera de la verdadera fe a causa de la multitud o la grandeza de los príncipes, los prelados, los doctores u otros». 119 Adherirse a la fe correcta cuando los poderosos y doctos estaban disipándose era una buena práctica para las pruebas mucho más duras que aún estaban por llegar.

No obstante, el Tractatus no es un texto apocalíptico y en 1380 Vicente no puede ser interpretado como apocalíptico en otro sentido que en el del resto de cristianos: el Anticristo llegaría algún día, habría un Juicio Final y después el mundo acabaría. Cuando el Tractatus señala que Vicente y sus contemporáneos estaban más cerca del apocalipsis de lo que lo habían estado los autores bíblicos, constataba una verdad obvia que no era tanto religiosa como matemática. Declarar que el cisma preparaba a la gente para el Anticristo tampoco era objetable para Vicente. El Tractatus no expone en profundidad el apocalipsis; no pide a sus contemporáneos modificar su comportamiento debido a la inminencia del apocalipsis; y no insinúa que fuera más probable que el apocalipsis se produjera durante su vida y la de sus contemporáneos que en otro tiempo futuro. Más adelante, Vicente trató el cisma como un hecho relacionado con el apocalipsis, y por lo tanto secundario a él. En el Tractatus hizo lo contrario al tratar el apocalipsis como un hecho relacionado con el cisma, y por lo tanto secundario a él –el cisma era su principal preocupación, mientras que el apocalipsis lo era solo de manera secundaria–. Citó el Libro de las Revelaciones no para preparar a sus lectores para asombrosas visiones y terrores que ellos mismos sufrirían, sino para demostrar una cuestión bastante más mundana, concretamente que la Iglesia debía tener un líder. Dicha cuestión mundana era simplemente un preámbulo a su argumento principal, esto es, que Clemente era el único papa legítimo. 120

Así como Vicente se posicionó contra los visionarios que afirmaban que la revelación divina les había mostrado la identidad del verdadero papa, también se posicionó contra los que asemejaban las condiciones de aquel momento a las que se darían en el final de los tiempos, o contra los que identificaban el cisma como una señal de la inminente llegada del Anticristo. A los que pensaban que, durante aquel tiempo de cisma, la Iglesia era como una puerta que había sido completamente arrancada de sus bisagras, Vicente respondía que no era totalmente seguro afirmar o pensar tal cosa, porque durante el tiempo del Anticristo, con toda su tribulación y apostasía, no se daría la verdad de la Iglesia. 121 Lejos de vincular el cisma al advenimiento del Anticristo e instar a sus lectores a prepararse para el fin del mundo, el fraile mencionaba el apocalipsis solo para asegurar a sus lectores que el presente no podía ser tan malo como afirmaban.

Al final de su tratado Vicente preguntaba si la Biblia vaticinaba el cisma y respondía que la Biblia lo hacía en dos lugares: en la Segunda Carta a los Tesalonicenses de Pablo y en el Libro de Daniel, ambos textos cruciales para el apocalipticismo cristiano. En el primer texto Pablo (aunque la carta podría ser apócrifa) urgía a los tesalonicenses a no esperar pronto la segunda llegada de Cristo, porque antes se debía producir una gran disensión. Vicente identificaba el cisma con la disensión de la que hablaba Pablo, «y cabría temer notablemente que dure hasta la llegada del Anticristo y el fin del mundo». 122 Por lo que respecta al Libro de Daniel, Vicente identificó a las cuatro bestias con cuatro cismas; y aquí también el dominico planteaba la posibilidad y el temor de que el actual cisma pudiera perdurar hasta el Juicio Final.

Pero si Vicente planteaba la posibilidad de que el cisma perdurara hasta el tiempo del Anticristo, no se comprometía con ello. Hablando de las cuatro bestias de la visión de Daniel –un león, un oso, un leopardo y otra bestia diferente a cualquiera que el profeta pudiera nombrar–, Vicente concluía su tratado de la siguiente manera:

Es de temer en gran manera que dicha bestia cruel, el actual cisma de los romanos, viva y perdure hasta el fin, por lo que Daniel, hablando de la cuarta bestia, añadía: «Y mientras yo miraba, se colocaron tronos y el Anciano de Días se sentó. Pero el Señor Jesucristo –nuestro David, quien, con la mano fuerte y el semblante poderoso, mató al león y al oso– es suficientemente poderoso para matar también a esta bestia cruel y para extirparla completamente de las fronteras de su amada Iglesia, para alabanza y gloria de su sagrado nombre y para beneficio de todos los fieles cristianos. Amén». 123

Si Jesús no fuera lo suficientemente poderoso para matar a la cuarta bestia, entonces el cisma podría en efecto durar hasta el fin del mundo, cuando el Anciano de Días ocuparía su asiento y juzgaría a todos. Pero Jesús era lo suficientemente poderoso como para matar a la cuarta bestia, lo que prefiguraba el cisma papal. Y si Jesús era lo suficientemente poderoso como para matar a la cuarta bestia, ¿se abstendría de hacerlo? Vicente, de forma un tanto elíptica pero aun así confiada, expresaba su previsión de que Jesús acabaría con el cisma antes de la llegada del Anticristo. El cisma, en definitiva, no era ni necesario ni una señal probable de la inminencia del apocalipsis.

* * *

El apoyo de Vicente a Clemente desafiaba a Pedro IV, pero le ganaba la simpatía de los hijos clementistas del rey, los infantes Juan y Martín. En una carta fechada solo con el «día de San Matías» (24 de febrero), pero relacionada con los movimientos del fraile en 1381, Vicente agradecía a Martín por invitarle a pasar la Cuaresma con él en Segorbe y le prometía salir hacia aquella localidad el lunes posterior al siguiente domingo, en que el fraile tenía un compromiso para predicar. 124 Por otra parte, por febrero de 1383 Vicente se había convertido en el confesor de la esposa de Juan, Violante de Bar, y el propio Juan le buscó un nombramiento episcopal. En concreto, Juan pidió a Clemente que no nombrara a nadie como siguiente obispo de Huesca, ya que pronto, mediante un canónigo de Barcelona, enviaría al mismo papa una petición formal para que el cargo fuera otorgado al confesor de su esposa, Vicente Ferrer. La reina también apoyó el nombramiento de Vicente como obispo, escribiendo directamente al canónigo de Barcelona que había de transmitir la petición de Juan. 125 No obstante, la intercesión de Juan no logró obtener para Vicente la sede de Huesca. Clemente nombró en su lugar a Berenguer d’Anglesola, uno de sus partidarios y también favorito del rey Pedro, que ya había obtenido con anterioridad puestos eclesiásticos para Berenguer y que presionó a su favor para que obtuviera la sede de Huesca (que ocupó solo un año, antes de trasladarse a la de Gerona –y tampoco entonces Vicente logró ser nombrado obispo de Huesca–). 126 Los nobles y obispos también estimaban a Vicente. El señor de Almenara, en 1382, y el señor de Boil, en julio de 1383, le nombraron ejecutor de sus testamentos, con el segundo explícitamente identificando a Vicente como confesor de Violante de Bar. 127 Asimismo, en diciembre de 1385 el obispo de Valencia confió a Vicente la tarea de enseñar teología en la escuela catedralicia de Valencia, asignándole un beneficio eclesiástico. 128

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